sábado, 25 de febrero de 2012

Emanuel: Dios con Nosotros





Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los imjustos, para llevarnos a Dios. 1 Pedro 3:18

Aquel hombre vivía la vida apáticamente, en una aldea dormida en las afueras de Roma, Italia, junto con sus libros y siete gatos. Su esposa había muerto hacía 12 años, y su única hija trabajaba en Afganistán. Su vida tenía un ritmo sórdido, rara vez se aventuraba a salir o hablar con otras personas.

Era una vida incolora, gris y solitaria. Y el día que decidió hacer algo, Giorgio Angelozzi se ofreció en adopción. Como lo oye: aquel octogenario publicó un clasificado en el mayor diario de Italia: " Busco familia necesitada de un abuelo. Aportaré 500 euros mensuales a una familia dispuesta a adoptarme".

Aquel anuncio cambió su vida.

El periódico publicó un reportaje de primera plana sobre él. Las preguntas llovieron de lugares tan lejanos como Colombia, Nueva Zelandia, y Nueva Jersey. De la noche a la mañana Angelozzi se convirtió en una celebridad. Pasó de tener tiempo de sobra, a apenas tener tiempo para atender entrevistas y peticiones.

Es interesante ver, que entre todas las cartas, explicó Angelozi, una se destacaba, porque venía firmada por todos los miembros de la familia: padre, madre, hermana y hermano.

Las informaciones más recientes cuentan que se estableció felizmente con ellos en el apartamento de la planta baja, dando paseos por el jardín, ayudando a lavar los platos y otras tareas. "No pude haber elegido mejor", dice. "Quizás fue suerte o quizás fue que Dios me andaba buscando, no sé... pero supe enseguida que había encontrado mi nuevo hogar".

El segundo "quizás" parece tener más sentido. El cielo nunca exporta monotonía. Cristo una vez anunció: "Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia" (Juan 10:10). Ni tampoco es Dios autor de la soledad. Entre las primeras palabras registradas de nuestro Creador figuran estas: "No es bueno que el hombre esté solo" (Genesis 2:18).

A veces podemos desear momentos de soledad pero, ¿toda una vida? De ningún modo. Muchos de nosotros conocemos el lenguaje de la soledad.

Nadie me conoce, pensamos. Saben mi nombre pero no conocen mi corazón. Han visto mi rostro, pero no mis sentimientos. Tengo un número de seguro social, o una cédula de ciudadanía, pero no un alma gemela. Nadie me conoce en verdad. Y...

Nadie comparte mi vida. Dos neoyorquinos emprendedores venden abrazos colectivos. Usted puede comprarlos. Puede asistir a una fiesta de abrazos con todo y códigos de conducta. Quiero destacar aqui, del cómo anhelamos el contacto físico. Desde que Eva fue creada de la costilla de Adán, hemos estado extendiendo las manos para tocarnos. Necesitamos conectarnos. Y tambien necesitamos hacer una diferencia.

El himno del corazón solitario tiene un tercer verso:

Nadie me necesita. Mis hijos me necesitaban... Mi empresa alguna vez tuvo necesidad de mí... Mi esposa nunca me necesita... La gente solitaria lucha contra la sensación de sentirse insignificante.

¿Qué hace usted con tales pensamientos? Nadie me conoce. Nadie comparte mi vida. Nadie me necesita. ¿Cómo lucha usted con tales clamores de significación?

Algunos procuran permanecer ocupados; otros, permanecer embriagados. Hay quienes se compran una mascota; otros, pagan un compañero sexual. Algunos buscan la ayuda de un psicólogo. Y sólo unos cuantos buscan a Dios.

Él invita a todos los solitarios y a los que se consideran insignificantes. Su tratamiento para esta dolencia no le conducirá a un bar ni a un servicio de citas, a buscar esposa o afiliarse a un club social. 


La cura definitiva de Dios para la vida común nos lleva a un pesebre. Al niño de Belén. Al Emanuel, ¿Recuerda la promesa del ángel? "He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo. Y llamaras su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros" (Mateo 1:23).


Emanuel. El nombre aparece con la misma forma hebrea con que aparecía dos mil años atrás. "Immanu" quiere decir "con nosotros". "Él " se refiere a Elohim, o Dios. No significa "Dios sobre nosotros" ni es "Dios en algún lugar del vecindario". vino como el Emanuel, "con nosotros-Dios", Dios con nosotros.




No es "Dios con los ricos" ni "Dios con los religiosos", ni "Dios con los poderosos". Sino Dios con nosotros. Todos nosotros. Rusos, alemanes, budistas, mormones, pentecostales, presbiterianos, camioneros y taxistas, bibliotecarios, amas de casa, obreros de construcción, médicos y los desempleados, enfermos y discapacitados. Dios con nosotros.


Dios con nosotros. ¿Cierto que nos gusta la palabra "con"? "¿Vas a ir conmigo?", preguntamos. "¿ A la tienda, al hospital, por lo que dure mi vida?" Dios responde afirmativamente. "Yo estoy con vosotros todos los días", dijo Jesús antes de ascender al cielo, "hasta el fin del mundo" (Mateo 28:20). Si busca restricciones en esta promesa no las hallará. No encontrará nada como: " Estoy contigo si te portas bien... cuando creas en mí. Estaré contigo los domingos en la adoración cuando vayas a la Iglesia... en la misa, o cuando vayas a visitar algún enfermo"... No. No encontrará nada de eso. No hay restricciones en esa promesa. No hay impuestos retenidos en la promesa divina del "con". Él está con nosotros.


Dios está con nosotros.


Los profetas no serían suficientes. Los apóstoles no bastarían. Tampoco los ángeles. Dios envió algo más que milagros y mensajes. Se envió a si mismo; envió  a su hijo. "Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros" (Juan 1:14). Dios está con nosotros, no estamos solos.


Me acuerdo una vez, el esposo de mi sobrina llamó una tarde y quería despedirse por teléfono con su hijo y desearle las buenas noches. Pero este se rehusó ponerse al teléfono. "Yo no quiero oír su voz", objetó el niño. "Yo lo quiero a él". Pues su padre consiguió un trabajo fuera de la ciudad como vendedor y visitaba a la familia una vez por mes. Pero su pequeño hijo no se conformaba por la ausencia de su padre.


Durante miles de años, Dios sólo nos dio su voz. Antes de Belén, prodigaban sus mensajeros, sus maestros, sus palabras. Pero en el pesebre, Dios se dio a sí mismo.


Esta enseñanza resulta incomprensible para muchos. El Islam cree que la tarea de Dios es enviar a otros. Que envía ángeles, profetas, libros, pero que es demasiado santo para rebajarse a venir a nosotros. Concebir que Dios pudiera tocar la tierra evaden su santidad; lo hacen a Él grosero y también blasfeman de Él.


El cristianismo, en contraste, celebra el magno descenso de Dios. Su naturaleza no le deja atrapado en el cielo, sino que le conduce a la tierra. En el gran evangelio de Dios, Él no sólo envía, sino que se convierte; no sólo nos observa desde lo alto, sino que vive entre nosotros; no sólo nos habla, sino que habita con nosotros como uno más.


Él creció en el útero de María.
Sonríe sobre la paja irritante del pesebre.
Se tambalea aprendiendo a caminar.
Salta sobre el lomo del pollino.
Dios con nosotros.
Él conoce el dolor. Sus hermanos le llaman loco.
Él conoce el hambre. La mitiga comiendo el grano del trigal.
Él conoce el agotamiento. Rendido de sueño, dormita en una barca remecida por la tormenta.
Él conoce la traición. A Judas le dedicó tres años de amor. Judas, en pago, dio a Jesús el beso del traidor.
Y por encima de todo, Él conoce el pecado. Claro que no el propio. Pero SI como el de usted, conoce su pecado,
Todas las mentiras que ha dicho.
Todas las personas a quienes ha herido.
Todas las monedas que ha robado.
Todas las promesas que ha roto.
Todas las virtudes que ha abandonado.
Todas las oportunidades que ha desperdiciado.
Cada acto suyo contra Dios - pues todo pecado es contra su prójimo y contra Dios - todo esto lo conoce Jesús. Él los conoce mejor que usted. Él conoce su precio. Porque lo pagó. "Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios (1Pedro 3:18).


Mi hija Katerine se puso a llorar cuando iba para la Escuela a estudiar por primera vez. Su llanto era inconsolable, estaba con miedo, miedo de sus compañeros, miedo porque iba a estar sola. Viéndola de ese modo, le dije a ella que si le gustaría que yo me quedara acompañándola en las instalaciones de la Escuela. Ahí ella con ojos grandes y brillantes me dijo que si.  Hablé con su profesora para que me dejara estar cerca en el salón de clases. Y me quedé así por tres días. Y como vio que nada le pasó sintió más confianza y dejó de sentir miedo y paró de llorar.


Es verdad que el pecado, el miedo y la desobediencia nos han separado de Dios. Pero Jesús nos amaba demasiado para dejarnos solos. Como en mi caso, tuve que acompañar a mi hija y estar junto por tres días hasta llegar a sentir confianza y superar los miedos. Terminando la analogía; si yo como papá cargué con la soledad de mi hija Katerine y se ajustó a la rutina de su cotidianidad... Cristo Jesús cargó mucho más. Él tomó nuestro lugar. Murió por mi, sufrió por mí, resucitó conmigo, me limpió de todos mis pecados, y por su sangre derramada me hizo justo delante de Dios. " Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios".


Cristo nos quita el pecado, y al hacerlo, nos despoja de la mediocridad. Ya no tenemos que decir: "Nadie me conoce". Dios le conoce. Él esculpió el nombre suyo en las palmas de su mano y puso sus lágrimas en su redoma (Isaías 49:16; Salmo 56:8). "Señor... tú sabes todo de mí", descubrió David. "Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme. Has entendido desde lejos mis pensamientos. Has escudriñado mi andar y mi reposo. Tú conoces todos mis caminos... Detrás y delante me rodeaste... Y sobre mí pusiste tu mano" (Salmo 139: 1-3, 5).


Dios le conoce, ¡ Y está muy cerca de usted ! ¿Estará lejos de las ovejas el pastor? (Juan 10:14) ¿O la Vid de los pámpanos? (Juan 15:5) A esa misma distancia se encuentra Dios de usted. Muy cerca. Pruebe a escribir esta frase con cinta adhesiva sobre el espejo del baño, y fíjese cómo lucen: "Esto sé: que Dios está por mi" (Salmo 56:9).


Su reino le necesita. Los pobres le necesitan; los muertos de soledad le necesitan; le necesita la iglesia... la casa de Dios le necesita. Usted es parte del "propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad" (Efesios 1:11). Su reino necesita que usted descubra y despliegue sus capacidades únicas. Que las use para trabajar en favor de Dios. Que proclame la buena nueva: Dios está con nosotros; no estamos solos.




El corazón solitario de Giorgio Angelozzi le empujó a buscar un hogar. Y lo encontró. Desafortunadamente, ese hogar no será eterno. Pero el suyo sí lo será. Más allá de la tumba le espera el lugar que Dios ha preparado para usted. "Vendré otra vez, y os tomaré", prometió, "para que donde yo estoy, vosotros también estéis". (Juan 14:3).


"No nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación" (1 Tesalonicenses 5:9). Usted nació para ser salvado, redimido, perdonado, justificado y tener la vida abundante. La cuestión ahora es: ¿Le ha permitido a Jesús que lo haga? Piense detenidamente. Una persona puede ser religiosa y continuar condenada. No por ir a la plaza de toros se convierte uno en torero, ni asistir a la iglesia es suficiente para hacerle hijo de Dios. Debe aceptar su oferta. ¿Puede señalar en el almanaque de su vida un día como aquel cuando fue rescatado?


Será inútil que busque la fuerza que Dios le dio mientras no confíe en la de Él. "En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas" (Efesios 1:11). Él es más que un padre de familia que cubre el saldo de su hijo, de una cuenta bancaria sobregirada por causa de su mal manejo y negligencia. Aunque su padre se lo haya advertido cometió un error con el banco y se sobregiró. ¿Él que hizo?, viendo que su hijo no tenía dinero para cubrir el saldo en rojo, su padre de su propia cuenta pagó el sobregiro al banco y subsanó el error de su hijo. Su Padre Celestial hizo lo mismo por usted mucho antes de que usted supiera que necesitaba de la gracia. Hizo un depósito, un generoso depósito (de acuerdo con sus riquezas en gloria), de que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros (Romanos  5:8). Antes que usted supiera que necesitaba un Salvador, ya lo tenía. Y cuando usted le ruega misericordia, Él le responde "Ya te la he dado, hijo mío, ya te la he dado".


Pero hay más! Cuando usted deposita su confianza en cristo, Él pone en usted su Espíritu (Cristo en nosotros la esperanza de gloria). Y cuando el Espíritu llega, trae con él dones, presentes que calientan su hogar y le da sentido a su vida. "A cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho" (1 Corintios 12:7). Recuerde, Dios le ha preparado y capacitado con talentos. Cuando uno se convierte en hijo suyo, el Espíritu Santo reclama sus capacidades para la expansión del Reino de Dios, y estas se convierten en dones espirituales. Puede que el Espíritu añada otros dones conforme a su plan. Pero a nadie se le priva de los suyos.


¿Se siente solo? Dios está con Usted.
¿Se siente agotado? Él cubre el sobregiro.
¿Hastiado de una existencia sin sentido y solitaria? Su aventura espiritual le aguarda.


La cura para la vida común empieza y termina con Dios.


DIOS LES BENDIGA


REV. RUBEN DARIO DAZA B.



2 comentarios:

  1. Muchas bendiciones, les saludo desde El Salvador Centroamérica, les visito desde mi blog www.creeenjesusyserassalvo.blogspot.com
    ALLI COMPARTO MI TESTIMONIO DE SANIDAD DE CANCER INVASIVO PARA LA GLORIA DE DIOS.

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  2. Rev. Ruben Dario Daza Berdugo​​​, Sabes....? Es muy honroso para mi,que tu el escritor y autor; poeta que le escribe para Dios; tu Teólogo y su siervo fiel; un profesional también; seas tan sencillo y humilde de corazón; y le dediques algo de tu tiempo,y escribas cosas tan lindas principalmente sobre las cosas de Dios.Gracias por ello, tu humildad es un tesoro que admiro en ti.Bendiciones siempre,un abrazo.

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