sábado, 31 de diciembre de 2011

Cristo en Nosotros: El misterio escondido


Desde los siglos eternos, Dios tuvo un misterio escondido.
Tras la caída del hombre este misterio
fue sistemáticamente anunciado con abundancia de señales,
que pocos, sin embargo, vieron. Cumplido el tiempo,
Dios reveló plenamente este misterio,
el cual es Jesucristo su amado Hijo,
como asimismo el plan concebido
para su preeminencia y gloria.


PRIMERA  PARTE**

Deuteronomio 29:29
29. Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta Ley.
Un secreto es una información que no se puede compartir. Es algo que se encuentra en oculto, que no se le puede seguir la pista. Un secreto es un misterio, sólo la persona involucrada lo conoce. Dios tiene cosas en secreto. Sin embargo las que él quiere revelar dice la Biblia que son para nosotros y para nuestros hijos, teniendo como objetivo el que podamos cumplir todas las palabras de esta Ley.

Dios tenía un secreto que nadie conocía. Un secreto que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos, ni siquiera los propios ángeles, ni demonios y sus potestades lo sabían. Un secreto que era un verdadero misterio donde los hijos de Dios no tenían idea de que se trataba. Un misterio escondido donde ni los patriarcas, ni profetas, reyes o los príncipes de este siglo lo conocían. Sólo después de muchísimos años Él quiso revelarnos a través del Apóstol Pablo, veamos:

En el libro de Romanos cap. 16: 25 al 27, Pablo comienza a esclarecer el misterio:
25. Y al que puede confirmaros según mi evangelio y la predicación de Jesucristo, según la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos, 26  pero que ha sido manifestado ahora, y que por las Escrituras de los profetas, según el mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe, 27  al único y sabio Dios, sea gloria mediante Jesucristo para siempre. Amén.
Pablo habla que existía un misterio[1] que se había mantenido oculto por parte del Dios eterno, y que ahora ha sido manifestado porque a él fue dada la revelación, según el mandamiento de Dios, quiso darlo a conocer a las gentes, es decir, a todo el mundo, a ti, a mi, a ellos, a todas las personas. A Pablo se le encomendó un doble apostolado: el del evangelio relacionado con un Cristo glorificado y el de la Iglesia, el misterio escondido en Dios desde antes de la creación del mundo pero que ahora ha sido revelado por el Espíritu Santo. Este doble ministerio se encuentra detallado en Colosenses 1: 23-29 y Efesios 3:1-12.  "El misterio" no es algo dificultoso ni de carácter misterioso en el sentido corriente de la palabra, sino un secreto sagrado que jamás supo la humanidad hasta el momento en que fue revelado por el Espíritu Santo por intermedio del apóstol Pablo, y él lo comunicó a todas las naciones para que fuera obedecido por medio de la fe. No estaba escondido en las Escrituras para que fuera sacado a luz eventualmente. Se nos dice de un modo terminante que estaba escondido en Dios hasta que llegara el tiempo en que Él lo haría manifiesto.

Y esto no tendría lugar hasta que Israel hubiese tenido toda clase de oportunidades de recibir a Cristo, tanto en su encarnación como en su resurrección. Recién cuando Israel rechazó definitivamente a Cristo, Dios hizo conocer lo que desde toda eternidad abrigaba en su corazón: que de entre todas las naciones, judíos y gentiles, Él redimiría y formaría una compañía electa, que bautizada por el Espíritu Santo se constituiría en un Cuerpo asociado con Cristo en la forma más íntima (Efesios 5 la asemeja a la unión del esposo con la esposa, y de la cabeza con el cuerpo), no solamente en esta era sino para todos los siglos por venir.



Este gran misterio de Cristo y de la Iglesia ha sido manifestado ahora y hecho conocer por las escrituras proféticas, no "por las Escrituras de los profetas" del Antiguo Testamento como dice la versión corriente. Es evidente que el significado es por los escritos de hombres inspirados, los profetas del Nuevo Testamento, quienes son los escritores de estos tiempos de la luz del evangelio y del testimonio cristiano. No es tampoco una teoría muy hermosa y maravillosa o un sistema doctrinario que ha de ser recordado por el intelecto. Comprende la identificación actual con Cristo durante la era en que se le rechaza y por consiguiente se hace conocer a todas las naciones para la obediencia a la fe.

Si bien Pablo en este pasaje a los Romanos no desarrolla[2] el gran tema del Misterio que estaba escondido ya que habla más de la justicia de Dios revelada en el evangelio, con todo, la toca de paso para unir el desarrollo del evangelio en esta carta con la revelación del misterio, tal como lo presenta en las epístolas llamadas "de la prisión" especialmente. Esto de ninguna manera quiere decir que en Efesios o Colosenses tengamos alguna verdad nueva o superior a la que se nos ofrece en Romanos o los escritos anteriores. Todos forman parte de un todo y constituyen el cuerpo de enseñanza que el apóstol proclamara a través de sus largos años de ministerio, pero que no se encuentra completa en ninguna de sus epístolas. El "misterio" de Romanos 16:25 es el mismo que el que aparece en las cartas posteriores y que forma siempre parte integral de su mensaje. Veamos ahora Efesios 3: 1-6


1Por esta causa yo Pablo, prisionero de Cristo Jesús por vosotros los gentiles; 2si es que habéis oído de la administración de la gracia de Dios que me fue dada para con vosotros; 3que por revelación me fue declarado el misterio, como antes lo he escrito brevemente,
Pablo se declara prisionero de Cristo por causa de los Gentiles, debemos destacar que Pablo no se convierte en apóstol y prisionero de Cristo por si mismo o por causa de otros, sino que él declara que por causa de Jesucristo y por concesión de la gracia divina obedeciendo al programa que Cristo había trazado para su ministerio tenía el propósito de favorecer a los gentiles. Se entiende que Pablo se refiriese a su prisión como medio para alcanzar a gentiles inconversos y llevarlos por medio del mensaje del evangelio a Cristo, para salvación.

Es importante destacar aquí dos cosas: 1.- Si habéis oído de la administración de la gracia de Dios y 2.- que también por revelación le fue declarado el misterio. La Administración de la Gracia es el inicio de un nuevo período que se le llama también la "era o dispensación de la gracia" y que fue inaugurado con la venida del Espíritu Santo hasta el día de hoy permanecemos en esta gracia y se termina con la 2ª venida de Cristo. La gracia es la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor para con los hombres...nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho” (Tito 3: 4, 5).  (Romanos 8: 3, 4) “Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”.
(Efesios 2: 11-22) 11 Por lo tanto ustedes, que por nacimiento no son judíos, y que son llamados «incircuncisos» por los que desde su nacimiento han sido físicamente circuncidados, deben recordar esto: 12 En aquel tiempo ustedes estaban sin Cristo, vivían alejados de la ciudadanía de Israel y eran ajenos a los pactos de la promesa; vivían en este mundo sin Dios y sin esperanza. 13 Pero ahora, en Cristo Jesús, ustedes, que en otro tiempo estaban lejos, han sido acercados por la sangre de Cristo. 14 Porque él es nuestra paz. De dos pueblos hizo uno solo, al derribar la pared intermedia de separación 15 y al abolir en su propio cuerpo las enemistades. Él puso fin a la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo, de los dos pueblos, una nueva humanidad, haciendo la paz, 16 y para reconciliar con Dios a los dos en un solo cuerpo mediante la cruz, sobre la cual puso fin a las enemistades. 17 Él vino y a ustedes, que estaban lejos, les anunció las buenas nuevas de paz, lo mismo que a los que estaban cerca. 18 Por medio de él, unos y otros tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu. 19 Por lo tanto, ustedes ya no son extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios, 20 y están edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, cuya principal piedra angular es Jesucristo mismo. 21 En Cristo, todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para llegar a ser un templo santo en el Señor; 22 en Cristo, también ustedes son edificados en unión con él, para que allí habite Dios en el Espíritu.
El 2º aspecto es con relación al misterio  que le fue revelado y declarado. Pablo hace referencia a una revelación por la que le fue dado a conocer "el Misterio", al que mencionó antes (vea Rom. 16:25), por tanto, se trata del ministerio de la voluntad divina, que en síntesis es el misterio de la instauración de todas las cosas en Cristo. Pablo dice que este misterio no lo recibió de hombres o por enseñanza de maestros humanos, sino por revelación divina. Este es el énfasis que el apóstol hace sobre el mensaje que predica, el evangelio de la gracia, de que dice que no lo recibió de hombres, ni por hombres, sino por revelación directa de Jesucristo (Gálatas 1:12). Fue Dios mismo a quien le agradó revelar a su Hijo en Pablo. El evangelio predicado por el apóstol no era un evangelio, sino el evangelio, el único evangelio verdadero, el procedente de Dios mismo, por lo que no existe otro (Gálatas 1:7). El mensaje del evangelio verdadero que contiene la expresión del misterio ha sido manipulado por muchos a lo largo del tiempo para desvirtuarlo, pero tales manipulaciones no son el evangelio, sino un mensaje que es anatema (Gá. 1:8-9). Dicho mensaje como no procede de hombres entroniza a Dios y reduce al hombre a incapacidad plena para su salvación. Es un mensaje que recalca que la salvación sólo es de Dios ( Sal. 3:8; Jonas 2:9). Si la salvación es de Dios, el mensaje tiene que tener la misma procedencia, es decir, es un mensaje divino, ya que sólo de esa manera puede calificársele de eterno (Apo. 14:6).

Ahora veamos los versículos 4, 5 y 6:
4Leyendo lo cual podéis entender cuál sea mi conocimiento en el misterio de Cristo, 5misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu: 6que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio... (Ef. 3:1-6).
La carta en sí es una exposición del conocimiento que el apóstol había alcanzado por capacitación divina del misterio que le había sido revelado por Dios mismo. Esa comprensión es también divina, por cuanto el misterio fue revelado y procede de Dios, es decir, Dios capacitó al apóstol para entender con claridad lo que había de proclamar en la predicación del evangelio. Este misterio escrito es Palabra de Dios, plenariamente inspirada por el Espíritu (2 Tim. 3:16), por tanto, como procedente de Dios, es doctrina y, en este caso, al ser doctrina de la salvación y de la ejecución del programa divino para esta dispensación, es doctrina fundamental. Con sólo lo que ha escrito, es suficiente para que los lectores se percaten del conocimiento que Pablo tiene sobre el misterio de Cristo. Realmente el misterio es Cristo mismo, ya que en Cristo y por Cristo se provee de salvación a todos los hombres y todos los salvos se unen vitalmente a Cristo y en Cristo para la formación de un cuerpo en Él; YA QUE CRISTO ES A LA VEZ RAZÓN  Y SUSTANCIA DEL MISTERIO. Sin embargo, el contenido pleno del misterio se dará un poco más adelante (v. 6).

En el versiculo 5. el misterio ahora revelado y predicado a los gentiles, había sido desconocido antes, esto es, en dispensaciones anteriores a la Iglesia. La revelación de este misterio para que sea comunicado a los hombres por medio de los apóstoles alcanza, no solo a Pablo, sino a todos los "santos apóstoles" y también "kai profetais", a los profetas. Ese misterio de Cristo no fue dado a conocer en otros tiempos a otras generaciones, o a los hijos de los hombres, es decir a la humanidad. Pudiera parecer como que los gentiles quedaban excluídos de la providencia salvadora de Dios, pero, mediante la revelación del misterio, se entiende que Dios opera en la salvación de un pueblo único, escogido, sin distinción de razas ni de condición.

Debemos destacar también que existe un contraste con, los hijos de los hombres y los santos apóstoles y profetas, a quienes Dios comunica y revela el misterio que había estado escondido para los hombres de generaciones anteriores. Pablo desea enfatizar bien esto, como una nota de oposición, usando para ello el adverbio de modo "como" (en griego hós), que hace funciones de conjunción comparativa, procurando dar a entender por medio del contraste que lo que había sido negado conocer a la humanidad antes, es revelado ahora a los hombres por el ministério de los apóstoles y profetas. Esto quiere indicar, que la revelación del misterio fue dada a conocer a los santos, apóstoles y profetas, es decir, se manifestó la revelación a los creyentes en general, así como a los apóstoles y profetas. Bien que por medio de la revelación a los apóstoles y profetas es el conocimiento de los santos. Pero en cualquier caso, lo que Pablo quiere destacar es que la revelación procede del Espíritu ( gr. én Pneúmati).

    v.6.- que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y  copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio...


En este versículo 6, Pablo revela el misterio escondido. "Que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo". Nosotros, los gentiles, vivimos hoy en "la dispensación de la gracia de Dios". Esta dispensación o programa que Dios está administrando ahora, es nuevo y diferente de Su programa con la nación de Israel. En esta presente dispensación o administración, el programa de Dios con Israel es puesto a un lado, y permanece temporalmente en espera, y la condición de "tiempo pasado" de Israel como pueblo "cercano" a Dios, y la de los gentiles "como lejos", no existe ya, lea Romanos 11:11-25; Efesios 2:11-22.

Note ahora que Pablo dice que la gracia llegó a los gentiles para que sean copartícipes de la promesa. ¿Que promesa?. Pues si leemos el capítulo anterior (2), el apóstol Pablo dice: " Por tanto, acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en cuanto a la carne... en aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la CIUDADANÍA DE ISRAEL Y AJENOS A LOS PACTOS DE LA PROMESA, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación... para crear en si mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz... vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca... Así que ya no sois extranjeros y advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios" (Efesios 2:11-19). 


Que bendición!... ¡Este es el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo! Que ahora nosotros, los gentiles, somos participantes de la promesa de los pactos de Dios con Israel, y miembros de la família de Dios. Los gentiles ahora, por la gracia, pueden ser **coparticipes** y coherederos de la promesa de los pactos hechos a los padres, que incluyen la herencia del mundo venidero (pacto Abrahámico - Gn 12:1-3, Rom 4:13). El misterio que estaba escondido y que fue revelado por Pablo significa que los gentiles, como los judíos creyentes en Cristo, son un solo cuerpo y herederos de Dios, y beneficiarios por igual de los pactos que él hizo con los padres. Ahora los gentiles tienen a Abraham como padre por la fe (Gálatas 3:7-9) y como sus descendientes legales tienen el privilegio y el derecho de ser herederos del mundo venidero de justicia y de cogobernar con Cristo en su reino en el milenio de justicia. Este es el verdadero evangelio de la gracia de Pablo.

En esta nueva revelación, hay un elemento distintivo en el contenido del misterio del evangelio, y es lo que llamamos de "igualdad". Esa igualdad - judíos y gentiles unidos en un cuerpo - era desconocida anteriormente. El mensaje distintivo de la iglesia es que tanto judíos como gentiles pueden creer el evangelio y estar unidos en UN CUERPO (1 Co.12:13) con el propósito de manifestar y dar testimonio de Cristo, quien es la Cabeza soberana de este organismo vivo y único.



Algunos estudiosos han reconocido hace tiempo el elemento distintivo de la predicación del evangelio en esta era de la iglesia:


La idea de que los gentiles estarían exactamente en el mismo plano como los israelitas y, además, en íntima relación como miembros del mismo cuerpo, es absolutamente ajena al Antiguo Testamento. De acuerdo con Isaías 61:5, 6, los gentiles eran representados como siendo los siervos e Israel como los sacerdotes de Dios. Aunque es cierto que a los gentiles fueron prometidas bendiciones en el futuro reino milenial, nunca se les daba igualdad con los judíos en el Antiguo Testamento (Walwoord, La Iglesia en la Profecía).





El Antiguo Testamento ciertamente predice la bendición de los gentiles para el período milenial (Is.61:5-6; 2:1-4), pero las bendiciones específicas no incluyen igualdad con los judíos como ocurre en el cuerpo de Cristo hoy. Grandes bendiciones se prometen a los gentiles en las predicciones del Antiguo Testamento, pero no a base de igualdad de posición con los judíos. Esta igualdad es la esencia del misterio revelado a los apóstoles y profetas en tiempos del Nuevo Testamento (Ryrie, Dispensacionalismo Hoy, p. 125).

Podemos decir entonces, que el Misterio del cual Pablo habló en Romanos 16, como ahora lo dice en Efesios, que tanto Judios como Gentiles eran tratados por Dios sobre la base de total igualdad y que, al creer en Cristo, ellos serían unidos en un cuerpo con el propósito de mostrar las excelencias de aquel que los llamó de las tinieblas a Su Luz admirable. De dos, Dios hizo UN NUEVO HOMBRE (Efesios 2:11-18) y UN NUEVO REBAÑO (Juan 10:16). Si bien ahora, somos herederos, esa herencia de Dios no se divide, se comparte por igual por todos los herederos, como herencia de los santos en luz (Col. 1:12). Cristo es el Unigénito del Padre (Jn. 1:14), de modo que la herencia total es suya por esa condición. Pero por estar en Él, lo es también del creyente. Todos los creyentes, tanto judíos como gentiles, hombres o mujeres, maridos o esposas, son coherederos de la gracia de la vida (1Pedro 3:7). La segunda bendición común a todos los creyentes es que son "miembros del mismo cuerpo". El apóstol utiliza aqui un adjetivo que literalmente significa co-cuerpo y que es un hápax legómenon, la única vez que aparece en todo el nuevo testamento, y enfatiza el hecho de que todos los creyentes, tanto gentiles como Judios han venido constituir un solo cuerpo en Cristo. Como coparticipes en el cuerpo, todos están al mismo nivel. La unión de judios y gentiles salvos se verifica por la incorporación a Cristo, pasando a ser los procedentes de los dos pueblos, un mismo cuerpo bajo una misma cabeza, que es Cristo. La tercera bendición común a todos los creyentes es su, copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio, esto es, partícipes comunes en la promesa de bendición. El pueblo gentil ya no tiene ninguna exclusión. Los que antes, por no pertenecer a la circuncisión estaban apartados de las promesas, sin ningún tipo de esperanza, porque tampoco tenían a Dios en el mundo, han venido a ser herederos y copartícipes de la promesa, a causa de haber alcanzado la bendición de una nueva posición, en Cristo Jesús.

Todo esto se ha logrado, por medio del evangelio, instrumento providencial que expresa el mensaje a creer y el poder de salvación para todo el que crea. El apóstol dice que el evangelio "es poder de Dios" que produce o genera la energia salvadora. Lo es por cuanto proclama la obra de Cristo y su Persona como único medio y Salvador. La salvación procede únicamente de Dios, es operada únicamente por Él, y es aplicada exclusivamente por Él. Por tanto, en el evangélio se revela la fuerza divina que salva al pecador creyente. El evangelio es la palabra de la Cruz. Locura a los que se pierden, pero potencia de Dios a los que se salvan. El evangelio no es un poder reformador, sino salvador, en un proceso de liberación  del esclavo del pecado. Esa liberación en el pasado se manifiesta en la justificación, por cuya operación el creyente es liberado de la responsabilidad penal del pecado, por la que deja de haber condenación para él. (Rom 8:1). Esta salvación, como Pablo enseña, es de alcance universal: "al judio primeramente" pero también "al griego". El evangelio es un mensaje para todos los hombres (Ef. 2:17). No hay, pues, distinción alguna entre judio y gentil en la esfera de la salvación. El evangelio es el instrumento providencial por el cual se llega a la union con Cristo, mediante la aceptación por fe de su mensaje.

Y es nuestro privilegio, en los días en que vivimos, dar a conocer este misterio, revelar el secreto, descubrir la revelación que había estado oculta. Este es un caso en que Dios quiere que seamos buenos para contar secretos (en contraste con Prov. 11:13 donde contar secretos es condenado).

No obstante, a pesar de que este mistério ya fue revelado, no está del todo tratado en el tema, tenemos que seguir escudriñando e inquirir diligentemente acerca de esta salvación para saber qué persona y en qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, y mediante el cual creéis en Dios, quien le resucito de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios (1Pedro 1:11, 20-21). Para ello preparamos la Segunda Parte que es el complemento de este tema.
 SOLI DEO GLORIA
REV. RUBEN DARIO DAZA B.

--------------------------------------------------------
**
Quiero honrar primeramente a Dios por su Santa y Bendita Palabra que nos dió para su estudio y beneficio de todos sus hijos en Cristo Jesús y a mi Maestro Dr. Victor Paul Wierwille por ser pionero e instrumento en las manos de Dios en enseñarnos y mostrarnos el Camino a través de sus estudios que entre todos ellos se encuentra este Tema, el Mistério Escondido, en su tema central: La Vida Abundante (Clase Avanzada). Como Él bien lo dijo: "Soy ese puente que Dios usó para que otros puedan construir y avanzar y profundizar la exactitud y la grandeza de la Palabra de Dios que es su Voluntad".



[1] Según la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos” – Este misterio, que había estado oculto, ahora es revelado. Ya no es un secreto. Lo que estaba escondido, ahora es dado a conocer. “Es el secreto “silenciado” durante las largas edades del pasado, pero que ahora es dado a conocer” (Moule). La frase “desde el principio del mundo” es literalmente traducido “desde los tiempos de las edades” (Darby) o “desde tiempos eternos (Kelly). Es el misterio que ha estado escondido desde edades y desde generaciones (Col.1:26).

Hay cinco pasajes que definen claramente lo que es un misterio en el Nuevo Testamento. Son los siguientes:

  1. “Leyendo lo cual podéis entender cuál sea mi conocimiento en el misterio de Cristo, misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu” (Efesios 3:4-5).
  2. “Y de aclarar a todos cuál sea la dispensación del misterio escondido desde los siglos en Dios, que creó todas las cosas” (Efesios 3:9).
  3.  “El misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos” (Colosenses 1:26).
  4. “Abriré en parábolas mi boca; Declararé cosas escondidas desde la fundación del mundo” (Mateo 13:35).
  5. “Según la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos, pero que ha sido manifestado ahora, y que por las Escrituras de los profetas, según el  mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe” (Romanos 16:26).


A la luz de estos cinco pasajes podemos deducir la siguiente definición de lo que es un misterio en el Nuevo Testamento: Un misterio en el Nuevo Testamento es algo que estaba oculto, que se guardaba en secreto y no se había dado a conocer a los hombres en generaciones anteriores (anteriores a la generación de Pablo), pero que se manifestó y fue revelado en el tiempo del Nuevo Testamento a y por los apóstoles y profetas del Nuevo Testamento. 


De acuerdo con esta definición basada en la Biblia, los dispensacionalistas han mantenido la posición de que un misterio en el Nuevo Testamento es algo que nunca se había revelado en generaciones anteriores (en el período del Antiguo Testamento), pero que Dios tuvo a bien revelar en los tiempos de Pablo. Como ya se ha esbozado, esos misterios fueron dados a conocer primero por Cristo (parcialmente) y luego por Su apóstol Pablo (totalmente). Contrario a esta posición es la Teología Reformada (Teología del Pacto), que dice que los misterios del Nuevo Testamento fueron revelados en tiempos del Antiguo Testamento, pero que no fueron entendidos tan claramente como hoy día. Ellos enseñan que esos misterios no estaban del todo ausentes del Antiguo Testamento. De modo que ellos enseñan que los misterios fueron revelados parcialmente, pero que no fueron entendidos hasta más tarde. Sin embargo, esto es contrario a los cinco pasajes indicados anteriormente. Estos versículos no dicen que el misterio hubiese sido dado a conocer parcialmente, sino que no había sido dado a conocer en absoluto. Estaba oculto y guardado en secreto y encerrado en el amante corazón de Dios.

Ilustremos esto con un ejemplo específico. En 1 Corintios 15:51-52 Pablo dio a conocer un misterio que había estado escondido en tiempos anteriores. El secreto que él reveló es que habría toda una generación de creyentes vivos que no gustarían la muerte física. El Antiguo Testamento no dice nada, en ninguna parte, acerca de un evento tal. Moisés, Elías, David e Isaías nunca tuvieron la más mínima indicación de que tal cosa sucedería algún día. Esto estaba totalmente oculto para ellos y no se podía encontrar en sus santas Escrituras. Dios nunca dijo una palabra de ésto hasta los tiempos del Nuevo Testamento, cuando fue insinuado por nuestro Señor (Juan 14:1-3) y explicado totalmente por Pablo (1 Co.15:51-52 y 1 Ts.4:13-18). Este es un verdadero misterio del Nuevo Testamento.
[2] La verdad del misterio no es desarrollada tanto en Romanos como es desarrollada en Efesios y Colosenses, pero la epístola a los Romanos alude a algunas de estas cosas. La singularidad de estar en el cuerpo de Cristo es tratada en Romanos 12 y la singular UNIDAD e IDENTIFICACIÓN con Cristo, que disfrutan tanto judíos como gentiles en virtud de estar “en Cristo”, es tratada admirablemente en Romanos 6. El precioso y glorioso misterio de “Cristo en vosotros” (Col. 1:26-27) es esbozado en Romanos 8:9-10. La unión del creyente con Cristo, que es comparada con una relación matrimonial (Efesios 5:29-32) es presentada en Romanos 7:1-4. Las muchas riquezas que judíos y gentiles comparten por igual en Cristo, son expuestas maravillosamente en Romanos 8. El misterio del endurecimiento parcial y temporal de Israel es referido en Romanos 11:25. En verdad, Romanos nos ayuda a entender, más que cualquier otra epístola, el propósito y programa de Dios para Israel a la luz de lo que Dios está haciendo hoy entre los gentiles y a la luz de lo que Dios hará en el futuro (Romanos 9-11). De modo que el libro de Romanos contribuye de manera significativa a nuestro entendimiento de la verdad del misterio. ¡Qué Dios nos ayude a ser buenos y fieles administradores de estas cosas (1 Co.4:1-2)! 

jueves, 1 de diciembre de 2011

JESÚS Y LA NAVIDAD !



Capítulo XIV

EL MISTERIO Y EL MILAGRO DE NAVIDAD


La verdad de la concepción de Jesucristo por el Espíritu Santo y de su nacimiento de la Virgen María es, al mismo tiempo, la indicación de la verdadera encarnación del Dios Hijo verdadero, realizada en la presentación histórica de Jesucristo, y el recuerdo de la forma especial por la cual ese principio del acto divino de la gracia y la revelación sucedido en Jesucristo se distinguió de otros acontecimientos humanos.

Llegamos ahora a uno de los puntos, por no decir al punto, en que desde siempre y en muchas partes, también en la Iglesia Cristiana, se ha tropezado. Quizás también les suceda a quienes hasta ahora siguieron las explicaciones dadas, que, de vez en cuando, con extraños sentimientos pregunten: ¿Y adonde conduce todo esto? Quizás, repito, vacilen al llegar a lo que vamos a proseguir diciendo..., lo cual, por cierto, no es invención mía, sino que lo confiesa así la Iglesia.

Sin embargo, no tenemos por qué temer, pues si hasta aquí hemos continuado nuestro camino con bastante serenidad, trataremos este nuevo capítulo también serena y objetivamente: "Concebido por el Espíritu Santo; nacido de la Virgen María". También ahora nos importa pura y enteramente la verdad; pero ahora también nos acercaremos con respeto y reverencia a este punto, de manera que lo último no sea la angustiosa interrogación de: ¿Hay que creer esto? sino que podamos asentir, quizás, también aquí con todo gozo y libertad.

Se trata del comienzo de toda una serie de afirmaciones acerca de Jesucristo. Hasta aquí vinimos oyendo lo referente al sujeto; ahora oiremos una serie de determinaciones, como: concebido, nacido, padeció, crucificado sepultado, descendido, resucitado, sentado a la diestra de Dios, de donde ha de venir. . . Estos términos determinan una acción o un suceso. Se trata, pues, de la historia de una vida iniciada como toda vida humana con la concepción y el nacimiento; luego, hay la obra de una vida concentrada notablemente hacia la breve palabra "padeció"; una historia del sufrimiento (Pasión) y, finalmente, la confirmación divina de esa vida en su resurrección, su ascensión a los cielos y el final, aun no realizado, de "de donde vendrá para juzgar a los vivos y a los muertos". El que en todo esto actúa y vive es Jesucristo, el Hijo Unigénito de Dios, nuestro Señor.

Si se quiere comprender lo qué significa: "Concebido por el Espíritu Santo y nacido de María virgen", ha de intentarse, ante todo, ver que ambas notables afirmaciones expresan que Dios Hijo, por su libre gracia se hizo hombre, hombre verdadero. El Verbo eterno se hizo carne. He aquí el milagro de la existencia de Jesucristo, el descenso de Dios Hijo de arriba a abajo: Espíritu Santo y virgen María. Y este es el misterio de la Navidad, el misterio de la encarnación. Los creyentes católicos se persignan al ser pronunciada esta confesión del Credo, y los compositores han intentado de las más diversas maneras dar vida musical a ese "et incarnatus est". Es este milagro el que anualmente celebramos al celebrar la Navidad. "Al querer comprender este misterio, calla mi espíritu con temor y respeto"[16]. Se trata, en fin, de la revelación de Dios en pocas palabras, la cual únicamente podemos comprender y oír como el principio de todas las cosas.

Además de todo eso, no se trata aquí de la concepción y el nacimiento en general, sino de una concepción y un nacimiento determinados. ¿Por qué concepción por el Espíritu Santo y por qué nacimiento de María virgen? ¿Por qué este milagro especial, expresado en esos dos conceptos, junto al gran milagro de la encarnación? ¿Por qué se une al misterio de la Encarnación el misterio de la Navidad? Y es que aquí se coloca junto a la afirmación óntica (lo que existe, lo que tiene el ser) una afirmación noética (el pensamiento, intelecto), por así decirlo[17]. En la encarnación se trata de la cosa misma, pero aquí de la señal. No se confunda lo uno con lo otro; porque la cuestión de que se trata en la Navidad es en sí verdadera, pero ello se muestra, se descubre en el milagro de la Navidad. Sin embargo, sería un error colegir entonces de eso que se trata, pues, sólo de una señal que quizá podría restarse del misterio. ¡Cuidado! En la vida sucede rara vez que pueda separarse la forma del contenido y viceversa.

"Dios verdadero y hombre verdadero". Al examinar esta verdad fundamental cristiana a la luz de "concebido por el Espíritu Santo", se nos presenta esta verdad: Jesucristo hombre tiene su origen decididamente en Dios, esto es; su principio histórico consiste en que Dios representado por el Hijo y en persona se hizo hombre. Y esto significa que Jesucristo es hombre, hombre verdadero, pero no solamente hombre, digamos por ejemplo, un hombre extraordinariamente dotado o especialmente guiado, y, desde luego, en modo alguno un superhombre; sino que él, en tanto es hombre, es Dios mismo. Dios es con él una sola cosa. Su existencia comienza con el acto especial de Dios; como hombre está fundado en Dios; él es Dios verdadero. El sujeto de la historia de Jesucristo es, pues, Dios mismo, sin dejar de ser cierto que el hombre Jesucristo viva y sufra y actúe. Y tan cierto como que en la vida de Jesucristo la iniciativa es humana, igualmente es cierto que dicha iniciativa humana se basa en que Dios ha tomado la iniciativa en Cristo y por medio de Cristo. Así mirado, no podremos por menos de decir que la encarnación (el hecho de que Dios a través de su Hijo se hizo hombre) es una analogía de la creación: Dios obra nuevamente como Creador, pero ahora no como Creador de la nada, sino que se presenta y crea dentro de la creación ya existente un nuevo comienzo en la historia, en la historia de Israel. En la continuidad de la historia de la humanidad se hace ahora visible un punto donde Dios mismo corre en ayuda de la criatura y se hace una sola cosa con ella. Dios a través de su Hijo se hace hombre. Así comienza esa historia.

Volvamos ahora la página y llegaremos a la segunda cuestión expresada con las palabras: "nacido de María virgen". Aquí se subraya que nos encontramos en este mundo. Se trata de una criatura humana de la cual proviene Jesús igual que proviene de Dios. Dios se da a sí mismo (esto significa "nacido de María virgen") un origen terrenal, humano. Hebreos 2: 14 parte a), lo dice rápidamente: Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él (Jesucristo) también participó de lo mismo...  Jesucristo no es "solamente" Dios verdadero, pues esto no sería una verdadera encarnación; tampoco es un ser intermedio, sino que es hombre como nosotros, enteramente hombre. Cuando el texto dice que él también participó de lo mismo, quiere decir que de María participó de su carne y de Dios participó la hechura de la sangre que Él creó por segunda vez. Cuando el Angel le dice: "Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús (Luc. 1:31) y entonces María dijo al angel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón" (v. 34) Respondiendo el ángel, le dijo: El espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá , será llamado Hijo de Dios (v.35). María concibió a Jesús como cualquier mujer mortal en el mundo. Necesitó de un espermatozoide para fecundar el óvulo. La diferencia aquí es que Dios por la segunda vez creó "alma de vida" e introdujo el espermatozoide en el óvulo de la María virgen para concebir a Jesús. Siendo por tanto que ese espermatozoide quien posee todos los elementos vitales, incluso el factor Rh de su sangre es la Simiente Preciosa directa de Dios, linaje de Dios Incorruptible y eterna (Conf. Génesis 9:4-6; Levítico 17:11)... que hizo posible embarazar a María. He aquí que el alma de vida en la sangre de Jesús proviene de la Simiente divina del Espíritu Santo, es esta la diferencia de cualquier nacimiento de un hombre mortal en la tierra. Puesto que sus elementos genéticos eran divino y humanos... Dios le da el cuerpo como él quiso, y a cada semilla su propio cuerpo (1Cor. 15:38). En todos los seres humanos, la simiente es pasada de una persona a otra en la línea genealógica. Así es con todos nosotros. Se pasan de los padres a los hijos una simiente que no es eterna: “lo que es nacido de la carne, carne es…” y como tal es corruptible porque todas nuestras vidas terrenales tocarán a su fin. Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; (Hechos 17:26).

Es por eso que la sangre de Jesús siendo incorruptible porque creado por la Divinidad y hechura del Creador de los cielos y la tierra, Dios y Padre Celestial, al ser derramada en la cruz del Calvário, es esa sangre la que nos limpió de todo pecado y de la condenación de la muerte, el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados. (Col. 1:13-14). Porque en él [en Cristo] habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad.  Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante. Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual. El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo (1Cor 15:45-47).


          Por lo tanto, de Jesucristo no podemos decir que él se parezca a nosotros, los hombres, sino que es igual que nosotros. Así como Dios es el sujeto en la vida de Jesucristo, el hombre es el objeto en esa historia, mas no como sí se tratara de un objeto sobre el cual se actúa, sino que se trata de un hombre actuante. En este encuentro con Dios no se convierte el hombre en un muñeco, sino que, si hay verdadera humanidad se halla justamente aquí, donde Dios mismo a través de Dios Hijo se hace hombre.

Así que, por cuanto los hijos participan de carne y sangre, El igualmente participó también de lo mismo para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, (Hebreos 2:14).

15 Pero el pecado de Adán no puede compararse con el don de Dios. Pues si por el pecado de un solo hombre muchos murieron, la gracia y el don que Dios nos dio por medio de un solo hombre, Jesucristo, abundaron para el bien de muchos. 16 El don de Dios no puede compararse con el pecado de Adán, porque por un solo pecado vino la condenación, pero el don de Dios vino por muchas transgresiones para justificación. 17 Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia mediante un solo hombre, Jesucristo.
(Romanos 5:15-17)


Este sería uno de los círculos que ha de mirarse ahora: La divinidad verdadera y la humanidad verdadera en unidad absoluta. La Iglesia, en el Concilio de Calcedonia (año 451) intentó limitar claramente dicha unidad contra todos los errores, así: contra la unificación monofisita que había de acabar en el llamado docetismo, que, en el fondo, no reconoce ninguna humanidad verdadera en Cristo (Dios se hizo hombre sólo en apariencia), y contra la separación nestoriana entre Dios y hombre, según la cual la divinidad de Cristo podía suponerse en cualquier momento separada de su humanidad. También esta doctrina tiene sus raíces en un antiguo error, que era el de los ebionitas. De estos parte el camino que conduce a los arríanos, para quienes Cristo no era más que una criatura superior. El Concilio de Calcedonia formuló esta tesis: La unidad es "pura, invariable, indiferenciable e inseparable". Acaso podría pensarse que tal fórmula se asemeja muchísimo a un "hallazgo de teólogos" o, incluso, a la consecuencia de una "riña de curas". Obsérvese, sin embargo, que en todas estas disputas jamás se trataba de echar por tierra el misterio, como queriendo disolver la cuestión racionalmente por medio de semejantes fórmulas, antes bien, los esfuerzos de la antigua Iglesia iban encaminados a que los cristianos pusieran la mira debidamente en ese misterio. (Por eso vale la pena oír también hoy la voz de la antigua Iglesia). Todos los demás intentos perseguían el fin de reducir el misterio a algo comprensible para la razón humana.

Realmente, es comprensible eso de Dios por un lado, y por otro un hombre misterioso, y del mismo modo puede explicarse el especialísimo encuentro de ese Dios y ese hombre en la figura de Jesús. Pero estas teorías combatidas por la antigua Iglesia no tienen visión del misterio, mientras que a los antiguos ortodoxos lo que les importaba era reunir a los hombres en torno a este punto central: Quien no quiera creer eso que lo deje, pero, por nuestra parte, resulta imposible suavizar aquí nada o consentir que esta sal se desale. Esta actitud aclara los enormes esfuerzos llevados a cabo en los antiguos concilios y por los teólogos. Parece un poco desconsiderado el que hoy, basándonos en nuestra intelectualidad algo bárbara, digamos que antiguamente se llevaron las cosas "demasiado lejos", cuando, en vez de pensar y decir tal cosa, deberíamos agradecer el que en otros tiempos se trabajasen estas cuestiones tan a fondo. No es preciso que el predicador cristiano de hoy se ponga a recitar aquellas fórmulas desde el pulpito, pero sí que vale la pena meditar sobre ellas. En otros tiempos vio la cristiandad lo qué significa el milagro de la Navidad y así lo manifestó con firmeza: Se trata de la unión hipostática, de la verdadera unidad del Dios verdadero y el hombre verdadero en Jesucristo, el único. Y hoy se nos invita a que no nos dejemos escapar ésto.

Indudablemente se advierte que con las expresiones de "concebido por el Espíritu Santo" y "nacido de María virgen" se quiere decir también algo especial. Se trata de una generación extraordinaria y de un nacimiento extraordinario, a lo cual se denomina la nativitas Jesu Christi. Un milagro señala hacia el misterio de la verdadera divinidad y la verdadera humanidad: el milagro de esa generación y ese nacimiento.

¿Qué significa "concebido por el Espíritu Santo"? No significa que el Espíritu Santo sea, por así decirlo, el padre de Jesucristo, sino que con ello se expresa en rigor solo lo negativo, o sea: Jesucristo hombre no tiene padre. Su generación no se realizó como suele realizarse cuando una existencia humana comienza, sino que la existencia humana de Jesucristo comienza en la libertad de Dios mismo, en la libertad, en la cual Padre e Hijo son una sola cosa en amor, en el Espíritu Santo. Al examinar el principio de existencia de Jesús hemos de mirar, pues, en esa profundidad más remota en que Padre e Hijo son una sola cosa. Eso es la libertad de la vida interior de Dios, y en dicha libertad comienza la existencia de ese hombre anno Domini 1. Al suceder esto, al comenzar aquí concretamente Dios mismo consigo mismo, aquel hombre puede no sólo anunciar la Palabra de Dios (lo cual por sí mismo no podría ni querría hacerlo) sino que también puede ser la Palabra de Dios. La nueva humanidad comienza en medio de la nueva: Este es el milagro de Navidad, el milagro de la generación de Jesucristo sin padre terrenal. Y esto, a su vez, nada tiene en común con los innumerables mitos de la generación de hombres por medio de los dioses, como nos los relata la Historia de la Religión. No se trata aquí de semejante generación, pues es Dios mismo quien como Creador actúa, pero no como cónyuge de la virgen en cuestión. Ya ha intentado el arte cristiano antiguo manifestar que aquí no se trata de un proceso sexual, y se decía que la generación de Jesucristo se realizó por el oído con que María escuchó la Palabra de Dios.

"Nacido de María virgen": Nuevamente y visto ahora con ojos humanos queda aquí exceptuado el varón. El varón no tiene nada que ver con ese nacimiento. Podría decirse, si se quiere, que se trata de un acto judicial divino. O, dicho de otro modo: A lo que ha de suceder no debe aportar nada el hombre ni con su acción, ni con su iniciativa. Ahora que la criatura humana no queda sencillamente exceptuada, pues, como se ve, se cuenta con María virgen. Pero el varón como portador específico de la acción y la historia humanas y con toda su responsabilidad con respecto a guiar a la masa de la humanidad pasa a ocupar el último plano en la figura débil de José. He aquí la respuesta cristiana a la cuestión feminista: Vemos a la mujer decididamente en primer término, por cierto como virgen, como María virgen. Dios no ha elegido al hombre con su orgullo y su espíritu de oposición, sino con su debilidad y su humildad; tampoco lo ha elegido como actor de su papel histórico, sino en la debilidad de su naturaleza, tal como aparece representada en la mujer, sino que ha elegido al hombre, a la criatura humana que únicamente puede ponerse enfrente de Dios, diciendo: "He aquí la sierva del Señor; hágase a mí conforme a tu palabra". ¡Y ésta es la intervención del hombre en el suceso, ésta y sólo ésta! ¡No hagamos de esa "existencia de sierva" que corresponde al hombre un nuevo mérito ni pretendamos atribuir otra vez a la criatura una potencia! Lo único de que puede tratarse es de que Dios ha tenido en cuenta al hombre en su debilidad y su humildad y, luego, de que María manifiesta lo único que, al verse enfrentada con Dios, cabe decir a la criatura. El que María lo haga y con ello la criatura pronuncie un sí, acatando a Dios, es cosa inherente a esa grande aceptación con que Dios favorece al hombre.

El milagro de la Navidad es la forma real del misterio de la unidad personal de Dios y el hombre, o sea, de la unio hipostática. Siempre dijeron la Iglesia y la teología cristianas que no puede exigirse como postulado que la realidad de la encarnación o el misterio de la Navidad tenía que tener por absoluta necesidad justamente esa forma de ese milagro. Y es que la verdadera divinidad y la verdadera humanidad de Jesucristo en su unidad no están sujetas a que Cristo haya sido concebido por el Espíritu Santo y nacido de María virgen. Antes bien podrá decirse solamente esto: A Dios le plugo que el misterio fuese y se revelase realmente en la forma y figura que conocemos. Al mismo tiempo, ésto no significa que frente a esa forma real del milagro seamos, por así decirlo, libres de aceptarlo o no aceptarlo, de modo que con respecto a este punto pudiésemos llevar a cabo una sustracción y decir: Ya lo hemos oído, pero nos reservamos el derecho de pensar que esta cosa podríamos tenerla para nosotros también en otra forma. La relación aquí existente entre la cosa y la forma se comprende, quizá, mejor que nada recordando la historia bien conocida de la curación del paralítico (Marc. 2): "Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra de perdonar los pecados...: Levántate, toma tu lecho, y anda...". "Para que sepáis...", así ha de entenderse también el milagro del nacimiento virginal. Se trata del misterio de la encarnación, cuya forma visible es el milagro que sucede. Mal se entendería el pasaje de Marcos 2, pensando que el perdón de los pecados es el milagro principal, en tanto la curación física tiene carácter secundario. Asimismo hay que prevenir la pretensión de poner entre paréntesis el milagro de la Nativitas (celebrantes de la Navidad) y atenerse al misterio como tal. Con toda seguridad puede decirse que tantas veces como se ha pretendido rehuir este milagro es que actuaba una teología que, en realidad, tampoco comprendía ni respetaba el misterio, sino que intentaba escamotear el misterio de la unidad de Dios y el hombre en Jesucristo, el misterio de la libre gracia de Dios. Por otra parte, cuantas veces se ha entendido este misterio y se ha evitado todo experimento de teología natural, porque no era necesario apelar a él, se reconoció el milagro con gratitud y gozo. Por así decirlo, el milagro se hizo interiormente necesario en este punto.

SOLI DEO GLORIA

REV. RUBEN DARIO DAZA

[16] Cita del comienzo de la 2ª estrofa de un himno de Navidad del poeta alemán Ch. F. Geller, 1715-1769. (N. del T.)
              [17] "Ontico es lo que se refiere al ente, o aquello que es a diferencia de su ser y del ser en general. "Noetico" se refiere a la aprehensión directa o intuitiva de lo pensable, por lo cual éste se convierte en pensado. (N. del T.)


JESÚS: NUESTRO SEÑOR




Capítulo XIII

NUESTRO SEÑOR

La existencia de Jesucristo hombre es, en la potencia de su divinidad, la decisión soberana sobre la existencia de todo hombre. Esta decisión se funda en que el Único por disposición de Dios intercede por todos, y de este modo todos están unidos a ese Único y comprometidos con él. Esto lo sabe su Iglesia y esto es lo que ella tiene que anunciar al mundo.



Me he preguntado si en vez de encabezar así este capítulo, no debiera poner en su lugar, simplemente, la explicación que Martín Lutero da del segundo artículo del Credo, diciendo: "Creo que Jesucristo, Dios verdadero, nacido del Padre en la eternidad, y también hombre ver-dadero, nacido de la Virgen María, es mi señor...".

Con estas palabras expone Lutero todo el contenido del segundo artículo. Teniendo en cuenta el texto, acaso se trate de una exégesis caprichosa, pero sin duda también genial; pues lo que Lutero hizo, al fin y al cabo, fue apelar sencillamente a la fórmula primitiva y más simple del Credo, que dice: "Kyrios Jesús Christus", lo cual significa: Jesucristo (es) Señor. Todo lo que, además, contiene el segundo artículo, lo ha resumido Lutero y puesto bajo ese común denominador. Según su fórmula, la divinidad verdadera y la humanidad verdadera se convierten predicado del sujeto: La obra entera de Cristo es la obra del Señor. Y lo que este Señor exige de nosotros es que seamos suyos. Dice Lutero: "...que yo viva a sus órdenes en su reino y le sirva". Y esto porque él es mi Señor, que "a mí, hombre perdido y condenado, me ha redimido, adquirido y rescatado de todos los pecados, de la muerte y del poder del diablo...". Y toda la promesa cristiana está orientada a que "yo le sirva «n justicia eterna, inocencia y bienaventuranza", lo cual corresponde a su gloria. Así, todo se convierte en una analogía del ensalzamiento de Cristo.

No quería iniciar la explicación de esta parte del Credo sin haber llamado enfáticamente la atención sobre el texto de Lutero. Pero intentemos estudiar la cuestión siguiendo el curso de nuestros propios pensamientos. ¿Qué significa eso de que Jesucristo es nuestro Señor? Yo lo he señalado diciendo: La existencia de Jesucristo es la decisión- soberana sobre la existencia de todo hombre. O sea: Ha sido tomada una decisión sobre nosotros. El que nosotros, por nuestra parte, lo reconozcamos así y nos comportemos conforme a ello, es otra cuestión. En primer lugar hemos de saber que dicha decisión ha sido ya tomada. Esta decisión no tiene nada en común con un destino, con una determinación neutral y objetiva del hombre que pudiera colegirse posiblemente de la naturaleza o de la historia humana, sino que tal decisión soberana sobre la existencia de todo hombre consiste en la existencia de Jesucristo hombre. En tanto él es, era y será, ha sido tomada esta decisión soberana sobre todos los hombres. Al comienzo de nuestro estudio, interpretando el concepto de la fe, hicimos constar que la fe cristiana ha de ser considerada simplemente como una decisión humana tomada en vista de una decisión divina. Ahora vemos la imagen concreta de esa decisión divina. Cuando decimos que Dios es nuestro Señor y Maestro, no pensamos, como cristianos, en un algo indefinible y en el fondo desconocido, divino (como sucede en el misticismo) que está por encima de nosotros como potencia dominadora, sino que pensamos en esa imagen concreta, en la figura concreta del hombre Jesucristo. Él es nuestro Señor. Por estar él ahí, es Dios nuestro Señor. El "a priori" de toda existencia humana es la existencia de Jesucristo. Esto es lo que expresa el Credo. ¿Qué significa esa precedencia de la existencia de Jesucristo? Apartemos de la mente la idea de una precedencia temporal..., y significa, sin embargo, también una precedencia temporal: También significa: ¡Consumado está! Es decir, significa también aquel gran tiempo perfecto histórico (gramatical), en el cual fue implantada la soberanía sobre nosotros, en los años 1 a 30 de nuestra era, en Palestina. Pero ahora no es esto lo decisivo.

El que la precedencia temporal adquiera tanto peso se debe a que la existencia de Jesucristo hombre precede a la nuestra, en virtud de su dignidad incomparable: Precede a nuestra existencia, en virtud de su autoridad sobre nuestra existencia, por el poder de su divinidad. Volvamos la mirada a lo que dijimos en el capítulo anterior: Ahora se ve lo que significa que la existencia de Jesucristo hombre sea simplemente la existencia de Dios mismo, y esto constituye la dignidad de ese hombre y esto es la forma de su vida y la potencia que sobre nosotros tiene. Por ser Jesucristo el Hijo Unigénito de Dios, "consustancial al Padre", también su naturaleza humana, su humanidad, es un suceso en el cual se realiza la decisión soberana. Su humanidad es la humanidad, el compendio de toda humanitas; pero no como concepto o idea, sino como decisión, como Historia. Jesucristo es el hombre, y por eso la medida, la determinación y la limitación de todo "ser" del hombre. Él es la decisión sobre aquello a que Dios, en su intención y su objeto, se refiere; no sólo a sí mismo sino también a todo hombre. Y este es el sentido con que el Credo cristiano llama a Jesucristo "nuestro Señor".

La decisión soberana y regia en Jesucristo se funda en que ese Jesucristo único, según disposición divina, está ahí por todos los hombres. Repitámoslo: Es una decisión fundada. Y esto significa que dicha decisión soberana de Dios, o sea, la soberanía de Jesucristo, no es ni con respecto a nosotros ni tampoco en sí misma un hecho de una realidad potencial ciega. Recordemos cómo al hablar de la omnipotencia de Dios subraye la siguiente frase: "La potencia en sí es mala; la potencia por amor de la potencia misma es el diablo". Pero la soberanía de Jesucristo no es el poder por amor del poder, y cuando la Iglesia cristiana confiesa: "Creo que Jesucristo es mi Señor...", no piensa en una ley amenazadora que pende sobre nosotros, ni tampoco en un poder histórico, ni en un destino o una fatalidad, a los cuales el hombre esté entregado sin defensa y contando con la única posibilidad de tener que reconocerlas como tales, sino que la Iglesia cristiana piensa en la soberanía legal de su Señor. Y es que su soberanía no es sólo potentia, sino que es potestas.

Nos es recognoscible, no como el orden de una voluntad inescrutable, simplemente, sino como el orden de la sabiduría. Cuando Dios es nuestro Señor y desea le conozcamos y acatemos como tal, tiene razón y sabe por qué lo hace así. Este fundamento de la soberanía de Cristo nos conduce, claro está, más que nunca a la profundidad del misterio. Se trata aquí de una cosa objetiva, de un orden implantado muy por encima de nosotros y sin cooperación nuestra; es un orden al que el hombre tiene que supeditarse, acatándole; un orden que ha de llegar a sus oídos, a fin de rendirle el hombre obediencia. ¿Podría ser de otra manera, ya que la soberanía de Jesucristo ha sido implantada y se mantiene en la potencia de su divinidad? Donde Dios gobierna, el hombre no tiene otra posibilidad que la de postrarse de hinojos y prestar adoración. Pero esa adoración se realiza, precisamente, ante la sabiduría, la justicia y la santidad de Dios y ante el misterio de su misericordia. Y en esto consisten el temor cristiano de Dios y también la alabanza cristiana de Dios, la obediencia y el servicio cristianos. La obediencia se basa en el oír, y oír es aceptar una palabra. Intentaré presentar resumidamente ese fundamento de la soberanía de Jesucristo. Al principio, dijimos en la fórmula de introducción: Esta decisión soberana se funda en que el Único, por disposición de Dios se pone por todos. El misterio de Dios y, al mismo tiempo, de Jesucristo, consiste en que El, ese Único, ese hombre, en tanto El es Uno (¡no una idea, sino un Único, concretamente Único en el tiempo y lugar donde vivió, un hombre con su nombre propio v de procedencia determinada, el cual, en vida, tuvo su historia de sufrimientos como todos nosotros!) no lo es únicamente para sí, sino para todos.

Es preciso intentar leer el Nuevo Testamento mirado bajo el punto de vista de ése "para nosotros'. Y es que la existencia entera de ese Único que ocupa el punto central está determinada por el hecho de ser una existencia humana, la cual no solo se realiza y cumple dentro de sus propios límites y dotada de su propio sentido, sino que se realiza y cumple para los demás. En ese hombre único nos ve Dios a todos y cada uno de nosotros como a través de un cristal; Dios nos conoce y nos ve a través de ese médium, de ese Mediador. En cuanto a lo que toca a nosotros mismos, hemos de comprendernos a nosotros mismos como aquellos que Dios ha visto en Él y que conoce como tales. En Él, en ese Único, tiene Dios a todos y a cada uno de los hombres delante de sí, y no sólo esto, sino que también los ha amado y elegido y llamado y hecho suyos, propiedad suya desde la eternidad! En Él ha pactado Dios con todos y cada uno de los hombres desde toda eternidad. Y esto tiene aplicación general: Se refiere al estado de criatura del hombre y también a su miseria, y alcanza hasta la gloria que al hombre le ha sido prometida. Dios lo ha acordado todo ya en Él, en ese hombre único. La imagen de ese Único es la "imagen y semejanza" divina, conforme a la que el hombre fue creado. Y ese Único lleva en su humillación el pecado, la maldad, la necedad y también la miseria y la muerte de todos los hombres. La gloria del Único es la misma que Dios tiene preparada para todos. Porque para nosotros está preparado el que podamos servir al Único con "justicia, inocencia y bienaventuranza eternas", igual que Él ha resucitado de la muerte, vive y gobierna eternamente. La disposición sabia de Dios consiste en la conexión de todos y cada uno de los hombres con ese Único. Y esto es, mirado desde arriba, por así decirlo, el fundamento de la soberanía de Jesucristo.

Lo mismo resulta mirado desde el punto de vista humano: Al existir aquella disposición de Dios, aquella conexión, y como Jesucristo es ese hombre Único y está delante de Dios para nosotros; como Dios nos ama, sostiene, guía y lleva en El; somos propiedad de Jesucristo, al cual como "propietario" nuestro estamos unidos y obligados. Conviene advertir que el afirmar que somos propiedad suya indica una relación con él que parte de nosotros, pero dicha relación no tiene, sobre todo, una especie de calidad moral o religiosa, sino que se basa en una situación, en un orden objetivo. Lo moral y religioso y la cura posterior viene después, es seguro que a la fuerza resultará también algo moral y religioso, pero lo primero es, simplemente, que nosotros somos propiedad de Jesucristo. Conforme a lo que Dios ha dispuesto, el hombre, no es a pesar de su libertad propiedad de Cristo, sino justamente gracias a su libertad. Porque lo que el hombre reconoce por libertad suya propia y lo que él vive como tal libertad, lo vive precisamente en la libertad que le ha sido otorgada y creada en tanto Cristo intercede por él delante de Dios. El hecho de que Jesucristo sea el Señor califica y denomina el gran bien de Dios. La divinidad de ese bien, la divinidad de la misericordia eterna es la que, antes de que fuéramos y antes de que pensásemos en ello, nos ha buscado y hallado en Cristo.


Y esta misericordia divina es la que funda la soberanía de Cristo también en favor nuestro y nos libera de todas las demás soberanías. La misma misericordia excluye el derecho de los otros señores a intervenir en nuestra vida y hace imposible la implantación de otra instancia junto a la de Cristo y de otro señor junto al Señor, así como hace imposible también toda otra obediencia que no sea la debida a Cristo. Finalmente, en esta misericordia divina eterna tiene lugar la disposición sobre nosotros según la cual resulta imposible dejar a Jesucristo a un lado para apelar a otro señor nuevamente y volver a contar, quizás, con el destino, la Historia o la naturaleza como aquello que nos dominara en realidad. Una vez visto que la potestas de Cristo está basada en la misericordia, la bondad y el amor, se prescinde de poner más condiciones. Con esto la distinción entre esfera religiosa y otras esferas pierde su razón de ser v tampoco se llevará a cabo la separación entre cuerpo y alma, así como tampoco entre el Culto y la política. Estas distinciones y separaciones dejan de ser, porque el hombre es una sola cosa y como tal está supeditado a la soberanía de Jesucristo.

La Iglesia sabe que Jesucristo es nuestro Señor, y lo saben los que están en la Iglesia. Pero el que sea verdad eso de "nuestro Señor" no depende de que lo sepamos y reconozcamos, ni de que haya una Iglesia que reconozca y anuncie dicha verdad, antes al contrario: porque Jesucristo es nuestro Señor puede reconocérsele y anunciársele como tal. Sin embargo, nadie sabe cómo la cosa más natural del mundo que Cristo es el Señor de todos los hombres. El saber esto es cuestión de nuestra elección y llamamiento, es cosa de la congregación reunida en virtud de la Palabra de Dios, es cosa de la Iglesia.

Cité antes la explicación que da Lutero del segundo artículo del Credo. En contra de ella cabría objetar que Lutero ha convertido el "nuestro" en un "mío". No seré yo quien se atreva a hacer reproches a Lutero con respecto a esto, pues precisamente la explicación de Lutero, al personalizarse, ha cobrado un empuje y una fuerza de penetración extraordinarios. "Mi Señor": Esto presta al conjunto una actualidad y existencialidad inauditas. No obstante, debemos tener siempre presente que el Credo, de acuerdo con las expresiones usuales del Nuevo Testamento, dice: "Nuestro Señor". Corresponde esto al Padrenuestro, que oramos juntos, no como masa, pero sí como comunidad. La confesión "nuestro Señor" es la de aquellos que han sido llamados a ser hermanos y hermanas en su iglesia y que se presentan ante el mundo portadores de una misión común. Ellos son quienes reconocen y confiesan a Jesucristo como él es, y le llaman "nuestro" Señor.

Al haber visto con claridad que existe un lugar de reconocimiento y de confesión, hemos de mirar en seguida a lo lejos para evitar una comprensión limitada de ese "nuestro Señor", como si la Iglesia Cristiana tuviese, indudablemente, su Señor en Jesucristo, mientras que otras agrupaciones y comunidades tuviesen, en cambio, otros señores. El Nuevo Testamento no deja lugar a dudas: Únicamente hay un Señor y este Señor, Jesucristo, es el Señor del mundo. Esto es lo que la Iglesia ha de anunciar al mundo. Aunque la verdad y realidad de la Iglesia corresponden al tercer artículo del Credo, ahora habremos de decir, por ser precisos, que la Iglesia de Cristo no es una realidad existente por mor de sí misma, sino que existe en tanto tiene un cometido que cumplir. Ella ha de decir al mundo lo que ella sabe. "Que vuestra luz luzca delante de los hombres".

Al hacerlo así la Iglesia, al seguir siendo, como desde un principio, un anuncio único y viviente frente al mundo, el anuncio de la existencia del Señor, no eleva ningunas pretensiones falsas en favor de sí propia, o de su fe o de su sabiduría, sino que clamará solamente: ¡Jesucristo es el Señor!

El Credo de Nicea incluyó acertadamente una palabra breve y buena que no tenía el Símbolo Apostólico: Unicicm dominum, "el único Señor". Justamente, esto es lo que ha de predicar y anunciar la Iglesia. Entre cristianos y en el seno de la Iglesia no se debería ver eso que se denomina "mundo", si no, en primer lugar, como el campo o como la totalidad de los hombres que por medio de nosotros han de oír aquel anuncio. Todo lo demás que pensamos saber acerca del mundo, todo cuanto constatamos acerca de su ateísmo[15] son determinantes de carácter secundario que en el fondo nada nos importan. Lo que a los cristianos nos interesa e importa no es que el mundo no esté donde nosotros estamos, ni que se cierre de mente y corazón a la fe, sino solamente el que el mundo, es decir, los hombres son quienes han de oír del Señor por mediación nuestra y ante quienes hemos de anunciar dicho Señor.

Quisiera en este punto responder de pasada a una cuestión que me ha sido propuesta varias veces y que en forma de pregunta es la siguiente: ¿Ignora usted que le están escuchando muchos que no son cristianos?

Confieso que me he reído y he dicho: Eso me es igual. Y ahora añado: Sería terrible que la fe cristiana fuese a separar a unos hombres de otros y apartase a algunos como si formasen una clase especial. ¿No es la fe el motivo más fuerte y capaz de llevar a unos hombres hacia otros y de unirlos a todos? Y lo que une es simple y. a la vez, pretenciosamente, la misión que la Iglesia tiene de anunciar su mensaje. Si volvemos a examinar la cuestión partiendo de la Iglesia, es decir, de aquellos que aspiran seriamente a ser cristianos ("¡Yo creo, Señor, ayuda a mi incredulidad!"), tengamos presente que lo decisivo en el encuentro de los cristianos con los no-cristianos es que los cristianos, de palabra y obra, no ofrezcan una imagen del Señor o describan palpablemente una idea de Cristo, sino señalen con palabras humanas e ideas también humanas hacia Cristo mismo. Porque el Señor real y verdadero no es el que se refleja en la imagen que de él se tenga, ni en el Cristo del dogma, sino que es Aquel del cual da testimonio la predicación de los Apóstoles.

Oigan esto aquellos que se cuentan entre los creyentes: ¡Ojalá nos sea concedido hablar de Cristo sin establecer ninguna imagen y sin levantar ningún ídolo visible y tangible, sino, con toda nuestra flaqueza, señalando hacia Aquel que es el Señor, y como tal, en la potencia de su divinidad, la decisión soberana sobre la existencia de todos los hombres!


SOLI DEO GLORIA
REV. RUBEN DARIO DAZA

[15]"Ateísmo" no corresponde exactamente a lo que teólogos como Barth llama "Gottosigkeit". Por eso puede traducirse también por "impiedad" o ''alejamiento de Dios".