Capítulo XXII
LA IGLESIA, SU UNIDAD, SANTIDAD Y
UNIVERSALIDAD
En tanto hay hombres que en uno y otro lugar se reúnen, mediante
el Espíritu Santo, con Jesucristo y de este modo también entre sí, surge y
existe en uno y otro lugar congregación cristiana visible. Esta congregación es
una forma del pueblo, uno, santo y universal, de Dios y una comunión de
personas y obras santas, porque, fundada en Jesucristo, se deja gobernar
únicamente por él y quiere vivir únicamente cumpliendo su servicio de heraldo y
reconoce únicamente en su esperanza, que es su límite, también su objeto y fin.
Hemos de abreviar este capítulo que de por sí tendría que ser
tratado con detalle; pero no nos queda mucho espacio. Quizás no sea esto una
desventaja, ya que hoy en día se habla más bien demasiado de la Iglesia. Hay
algo todavía mejor que hablar tanto de la Iglesia: ¡Seamos Iglesia!
Mucho se habría ganado si el vehemente deseo de Lutero hubiese
triunfado sustituyendo, como él quería, la palabra Iglesia por el término
congregación. Unos prefieren llamarla de “comunidad” siendo una palabra muy
usada por nuestros hermanos los católicos. En el termino de "Iglesia"
también hay, sin duda, algo bueno y verdadero: En alemán se pronuncia Kirche
(pronúnciese: quirje), que proviene del griego Kyriake oikia o sea,
"casa del Señor", o bien de cerca, palabra latina que designa un
lugar cercado en redondo. Ambas acepciones son posibles. En cuanto al término
griego Ekklesia (En latín: ecclesia de donde procede el vocablo
castellano iglesia.) significa indudablemente congregación, asamblea,
"reunión" convocada mediante un llamamiento. Se trata de la asamblea
popular que se reúne atendiendo al llamamiento del heraldo o, en otro caso,
acudiendo al toque de la trompeta del mismo. Congregación es la reunión de
aquellos que están unidos a Jesucristo mediante el Espíritu Santo. Ya
dijimos anteriormente que existe una pertenencia especial de determinados
hombres con relación a Jesucristo: hombres que pertenecen a Jesucristo. Dicha
pertenencia se demuestra en realidad palpable allí donde los hombres son
llamados por el Espíritu Santo para participar de la palabra y el sacramento de
Cristo. A esta pertenencia especial corresponde en el plano horizontal una
unión de dichos hombres entre sí. El derramamiento del Espíritu Santo obra
estableciendo directamente la reunión de los mismos. No se puede hablar del
Espíritu Santo (por eso se menciona aquí de manera inmediata la Congregación)
sin proseguir, diciendo: credo ecclesian, o sea, creo en la
existencia de la Iglesia. Y viceversa: ¡Malo sería cuando se piensa poder
referirse a la Iglesia sin considerarla fundada totalmente por obra del
Espíritu Santo! ¡Credo "in"
Spiritum Sanctum, pero no: credo "in" ecclesiam! ( Recuérdese que
el Credo, en castellano, debidamente traducido reza en este pasaje, así:
"Creo en el Espíritu Santo, una santa Iglesia, etc.") Es decir: Creo
en el Espíritu Santo, pero no en la Iglesia. Yo creo porque creyendo en el Espíritu Santo creo también que existe
la Iglesia, que existe la
congregación.
Por
consiguiente, se hace preciso dejar de lado toda idea de las demás asambleas y
sociedades humanas que, en parte por naturaleza y en parte por razones
históricas, han surgido mediante un contrato o por acuerdos recíprocos. La
congregación o Iglesia Cristiana no surge y se mantiene por naturaleza ni
tampoco en virtud del llamamiento de su rey. Siempre que la Iglesia se coordina
con la comunidad profana natural, por ejemplo, con la del pueblo, surge el
peligro de un mal entendido. La Iglesia no puede ser construida por manos de
hombres; de aquí que la activa y rápida fundación de iglesias que ha tenido
lugar por ejemplo, en América y, en ciertas épocas también en Holanda, dé mucho
que pensar. A Calvino le gustaba usar de un concepto militar aplicándolo a la
Iglesia y denominándola la compagine des fídeles. Y sabemos
que toda compañía de soldados se reúne en formación obedeciendo una orden
superior, pero no por acuerdo de sus componentes.
En
cuanto haya hombres que en uno y otro lugar se reúnen en Espíritu Santo, surge
en uno y otro lugar la congregación cristiana visible. Conviene no aplicar a la
Iglesia el concepto de lo invisible; pues todos nos inclinamos a caer en la
idea de una civitas platónica (Quiere decir:
"ciudad ideal") o cualquier otra mansión utópica donde los
cristianos están unidos interior e invisiblemente, mientras que se considera de
menos importancia la iglesia visible.
El
símbolo Apostólico no se refiere, sin embargo, a una corporación invisible,
sino a una reunión muy visible que tuvo sus comienzos con los doce apóstoles.
La iglesia primitiva era un grupo visible que promovió una agitación o tumulto
visible y público. Si la Iglesia carece de dicha "visibilidad",
entonces no es la Iglesia. Al decir Iglesia me refiero, en primer lugar, a la
forma concreta de la Congregación en un lugar determinado. Claro está que cada
una de esas congregaciones tenía sus propios problemas, por ejemplo: la iglesia
de Roma, la de Jerusalén, etcétera. En el Nuevo Testamento nunca aparece la
Iglesia sin esos problemas: el problema de las diferencias entre las diversas
iglesias surge en seguida y tales diferencias conducen incluso, a veces, hasta
a ciertas separaciones. Todo esto es propio de la "visibilidad" de la
Iglesia a que se refiere el segundo artículo del Credo. Creemos en la existencia
de la Iglesia, significa: creemos desde siempre en la existencia de esa
congregación como congregación o Iglesia de Cristo. Hay que fijarse bien en
esto: un pastor que no cree que en esa congregación suya, compuesta de hombres
y mujeres, ancianos y niños existe la Iglesia de Cristo, tampoco creerá ni
siquiera en la existencia de la Iglesia. Y es que credo ecclesiam quiere decir:
Creo que aquí, en este lugar, en esta reunión visible está sucediendo la obra
del Espíritu Santo. Esto no significa la divinización de ninguna criatura - El vocablo "criatura" en el sentido de Rom. 8:39;
la Iglesia no es objeto de la fe; no se cree en la Iglesia, sino que se cree
que en esa congregación tiene lugar la obra del Espíritu Santo. El misterio de
la Iglesia consiste en que el Espíritu Santo no tiene a menos el adoptar tales
formas. Por eso no hay, en realidad muchas iglesias, sino sólo una Iglesia,
siempre esa Iglesia concreta que debería reconocerse a sí misma como una en
todas las demás.
Credo unam ecclesiam significa: Creo
que hay una forma del pueblo único de Dios, pueblo que ha oído la voz de su
Señor. También hay peligrosas diferencias, como, digamos, la que existe entre
nuestra iglesia y la católico romana en la cual no es fácil reconocer a aquella
una sola Iglesia. Sin embargo, también en la Iglesia Católica es posible,
reconocer, más o menos, que hay Iglesia. Ante todo, los cristianos están
llamados, sencillamente, a creer en Dios como origen común y meta común de la
Iglesia a la que, justamente, han sido llamados. No hemos sido puestos sobre
una torre desde cuya altura pudiésemos contemplar las diversas iglesias en su
totalidad; antes bien, nos hallamos a ras del suelo y en un lugar determinado.
¡Y ahí se halla la Iglesia, la Iglesia única! Creyendo siempre en la existencia
de la Iglesia concreta, se cree también en la unidad de la Iglesia, en la
unidad de las congregaciones. Y si se cree en el Espíritu Santo en esa Iglesia,
entonces ni aun en el peor de los casos se estará completamente separado de las
demás iglesias o congregaciones. Los cristianos verdaderamente ecuménicos no
son aquellos que banalizan las diferencias y revolotean sobre ellas, sino son
precisamente aquellos otros que dentro de su respectiva iglesia son muy
concretamente Iglesia. "Donde haya dos o tres reunidos en mi nombre, allí
estoy yo en medio de ellos (Mateo 18:20)": ¡Ahí está la Iglesia! Y es que,
pese a todas las diferencias entre las diversas iglesias, estaremos unidos unos
a otros en él: en Jesucristo.
"Creo...
una Iglesia santa,
“universal...", o sea: ecclesiam
catholicam. Para nosotros el concepto de la catolicidad tiene un cierto
rechazo porque su uso nos hace pensar en los católico romanos. Sin embargo, los
Reformadores se apropiaron, sin dudar, dicho concepto. Y que el sentido de
pertenencia es, que somos del pueblo de Dios, uno, santo y universal. En
el fondo, los tres conceptos dicen lo mismo: Ecclesia catholica
significa que la Iglesia Cristiana permanece idéntica a sí misma en todo el
transcurso de la Historia. La Iglesia es en su esencia invariable. Hay, sin
duda, diversas formas en las numerosas iglesias que existen; hay, asimismo,
fragilidades, dislocamientos y errores de todas las iglesias; lo que no hay es
iglesias sustancialmente distintas. Su contraste habría de ser únicamente el
factible entre iglesias verdaderas y falsas. Pero será prudente no introducir
en las discusiones este contraste con demasiada rapidez o frecuencia.
La
Iglesia es la "comunión de los santos": communio sanctorum.
Existe aquí un problema exegético al preguntarse si el nominativo es sancti
o sancta. Por mi parte, no quisiera decidir en esta discusión, sino
preguntar sin rodeos si no se tratará aquí de un importante elemento con doble
intención en el más profundo sentido de la palabra. Porque la cuestión cobra
todo su buen sentido una vez que se colocan a la misma altura ambas acepciones.
El término sancti no designa a personas excepcionalmente buenas, sino por
ejemplo, personas como los "santos de Corinto (1 Corintios 1:2)",
cuya santidad resulta un tanto extraña. Pero esta gente de tan extraña
santidad, entre los cuales podemos contarnos también nosotros, son sancti,
es decir: apartados, apartados para los dones y las obras santas, para la sancta.
La Congregación es el lugar donde se anuncia la Palabra de Dios, se celebran
los sacramentos y sucede la comunión de la oración, por no nombrar, además, los
dones y las obras interiores que prestan su sentido a los dones y obras
externos.
Así
es cómo corresponden los sancti a la sancta y viceversa.
Resumiendo, diríamos: Credo ecclesiam significa: Creo que
la congregación a que pertenezco, en la que soy llamado a la fe y a ser
responsable de mi fe; en la que presto mis servicios es la una santa Iglesia universal.
Y si no lo creo en mi congregación es que no lo creo de ningún modo. No debe
haber ni fealdad, ni "arrugas y manchas" en esa congregación capaces
de hacer vacilar mi fe. Se trata aquí de un artículo de fe, y no tiene razón de
ser el que uno abandone su congregación concreta para ir en busca de la
congregación "verdadera". En todas partes y repetidamente hay
"lo humano, demasiado humano". Esto no excluye la posibilidad de un
"cisma, antes bien; el cisma podría ser objetivamente necesario; pero
ningún cisma conducirá a que en la nueva congregación del Espíritu Santo
separada deje de existir u obrar lo "humano, demasiado humano".
Cuando surgieron los Reformadores y la Iglesia Romana se quedó atrás de la
iglesia reformadora y se separó de ésta, la Iglesia Evangélica no era ninguna
iglesia inmaculada, sino que también estaba y está llena de "arrugas y
manchas" hasta el día de hoy.
Yo
testimonio en la fe que la congregación concreta a que pertenezco y de cuya
vida soy responsable está destinada en su lugar y en la forma que muestra, a
hacer visible la una santa Iglesia universal. Aceptándola yo como iglesia que
pertenece a las demás iglesias mediante el Espíritu Santo, espero y aguardo que
el Espíritu Santo de Jesucristo (que es un único y solo Espíritu), en mi
congregación y por medio de ella se manifieste también a otros y los preserve y
que en ella se haga visible la esencia una, universal, santa de la Iglesia.
El símbolo
Niceno añade un cuarto predicado a los tres del Apostólico, diciendo... una
santa Iglesia universal, "apostólica". Pero este cuarto
predicado no es uno más, sino que aclara lo expuesto en los otros tres. ¿Qué
significa unidad, universalidad y santidad? ¿Qué es lo que diferencia a la
Congregación de las demás comunidades naturales o, también, históricas? Puede
decirse, seguramente, que la diferencia consiste en que se trata de una ecclesia
apostólica, o sea, de la Iglesia, fundada en el testimonio de los
Apóstoles; la Iglesia que sigue dando dicho testimonio y que quedó constituida
y siempre renovada se constituye oyendo el testimonio apostólico. Aquí nos
encontramos ante la plenitud de la existencia de la Iglesia y, al mismo tiempo,
ante una cantidad innumerable de problemas que nos está vedado tratar por falta
de tiempo y espacio. Intentaré no obstante exponer en tres planos lo qué
significa la apostolicidad de la Iglesia.
En
la introducción al presente capítulo dijimos que la Iglesia cristiana es... "una comunión de personas y obras
santas porque, fundada en Jesucristo, se deja gobernar únicamente por él y
quiere vivir únicamente cumpliendo su servicio de heraldo y reconoce únicamente
en su esperanza, que es su límite, también su objeto y fin". Aquí
vemos los tres planos (o las tres líneas) de que se trata.
Primero: Donde hay
Iglesia Cristiana existe naturalmente alguna forma de relación con Jesucristo.
El nombre de Cristo indica la unidad, santidad y universalidad de la Iglesia.
La cuestión que debe proponer a cada iglesia en cada lugar "donde se halle
es si ese fundarse en él y ese invocarle suceden de hecho. La iglesia
apostólica, o sea, la que oye y trasmite el testimonio de los Apóstoles siempre
tendrá un distintivo determinado, una nota ecclesiae,
que es ésta: Jesucristo no es sólo Aquel del cual procede la Iglesia sino que
él es el que la gobierna. ¡El y únicamente él! En ninguna época y en ningún
lugar es la Iglesia una instancia que se mantiene por sí misma, sino que (y
aquí sigue un principio importante con relación al gobierno de las iglesias) no
puede ser regida fundamentalmente ni monárquica ni democráticamente. El único
que rige es Jesucristo, y cualquier otro gobierno humano será siempre un mero
exponente del gobierno propio de Cristo. El gobierno humano ha de consentir que
se le mida con la medida del regir de Cristo. Mas Jesucristo gobierna en su
palabra mediante el Espíritu Santo, de manera que el gobierno eclesiástico es
idéntico a las Sagradas Escrituras, pues éstas dan testimonio de Cristo. Por
consiguiente, la Iglesia se hallará de continuo ocupada con la exégesis y
aplicación de las Escrituras. Si la Biblia se convierte en un libro muerto, con
su cruz sobre la tapa, y cantos dorados, es que está dormitando el gobierno
eclesiástico de Jesucristo; y la Iglesia ha dejado de ser, entonces, una, santa
y universal, para dar lugar a la amenaza de que irrumpa en ella lo profano y
disgregante. Indudablemente también una "iglesia" así se presentará
invocando el nombre de Jesucristo, pero aquí no se trata de palabras, sino de
la realidad, y una "iglesia" tal no estará en condiciones de hacer
valer, precisamente, la realidad.
Segundo: La vida de la
Iglesia una santa, está determinada como cumplimiento del servicio de heraldo
que le ha sido confiado. La Iglesia vive como otras comunidades, pero en su
culto se manifiesta su carácter: anuncio
de la Palabra de Dios, repartición de los sacramentos, liturgia más o menos
desarrollada, aplicación de un Derecho Eclesiástico (la tesis de Calvino es
indudablemente, fantástica, pues la iglesia apostólica poseía ya por lo menos
un orden jurídico-eclesiástico: apóstoles y congregación) y, finalmente, teología. El gran problema que la
Iglesia ha de resolver una y otra vez es el siguiente: ¿Qué sucede con todas y
en todas esas funciones? ¿Se trata de edificación? ¿Se trata de la salvación de
algunos o de todos: o de cuidar la vida religiosa o, en estricta objetividad,
de un orden (conforme a una comprensión ontológica de la Iglesia) que ha de
realizarse simplemente como opus Dei
(obra de Dios)? Cuando la vida de la Iglesia se agota en el servicio a sí
misma, sobreviene un repugnante gusto a muerte y se ha olvidado de lo
principal, esto es, que toda la vida de la Iglesia sólo es vida mientras
ejercita eso que antes llamamos "servicio de heraldo", la
predicación, el kerygma. Una Iglesia
consciente de su misión no querrá ni podrá estacionarse en cualquiera de sus
funciones como Iglesia que existe para sí misma. Hay, es cierto, la llamada
"pequeña grey de creyentes cristianos", pero esa pequeña grey ha sido
y está siendo enviada: "¡Id y predicad el evangelio!" No se dice:
"¡Id y celebrad cultos!" '."¡Id y edificaos con el
sermón!", ni "¡Id y celebrad los sacramentos!", ni "¡Id y
presentaos a vosotros mismos en una liturgia", aunque sea una repetición
de la liturgia celestial, ni tampoco, "¡Id y pensaos una teología capaz de
desarrollarse gloriosamente como la Summa
de Santo Tomás de Aquino!". Ciertamente, no está prohibido nada de esto e
incluso podría haber motivos de peso para hacerlo..., pero nada, absolutamente
nada de ello debe suceder por amor de sí mismo. Antes bien, lo único que
importa en todas esas cosas y posibilidades es el "¡predicad el Evangelio a toda criatura!" La Iglesia es
el heraldo que corre para anunciar su mensaje. No es un caracol con su casa a
cuestas y que se halla tan a gusto dentro de ella como para reducirse a sacar
de vez en cuando sus cuernecillos y pensar que con ello ya cumplió su
obligación de mostrarse públicamente. No; la Iglesia vive de su cometido de
heraldo; la Iglesia es la compagine de
Dieu. Allí donde viva la Iglesia ha de responder a la cuestión de si está
sirviendo como heraldo o si sólo vive para sí misma. En este segundo caso suele
suceder que en la Iglesia empieza a oler a "sacral" y a beatería y a
clerecía.....y a moho. Y quien tenga fino olfato lo olerá y lo encontrará
horrible. Porque el cristianismo no es "sacral", sino que sopla en él
el aire fresco y puro del espíritu..., y si no, no es cristianismo. El
cristianismo es una cosa completamente "mundana" (en vez de
"sacral"), una cosa de cara a la humanidad: "¡Id por todo el
mundo y predicad el Evangelio a toda criatura!"
Tercera y
último:
Donde haya Iglesia tiene ésta un objeto y fin, que es el Reino de Dios.
Inevitablemente, esta meta de la Iglesia constituye una continua intranquilidad
para quienes están en ella viendo que lo que ella hace no guarda ninguna relación
con la grandeza de aquel objeto y fin. Pero, por otro lado, no debe suceder
tampoco que a causa de ello se desanime y disguste la existencia cristiana, es
decir, la existencia eclesiástica y, también, teológica. Podría suceder, es
cierto, que al comparar la Iglesia con su objeto y fin, se quisiera soltar la
mano puesta en el arado. Muchas veces se llega incluso al asco en vista del
modo de ser de la Iglesia. Quien no conozca estas depresiones y se sienta a
gusto dentro de los muros de la Iglesia, es que en modo alguno ha visto todavía
el dinamismo propio de la cuestión de la Iglesia. En la Iglesia se puede estar
solamente como el pájaro en la jaula, golpeando una y otra vez contra las
rejas. ¡Se trata de algo mucho más grande que ese poco de sermón y liturgia!
Sin
embargo, en la Iglesia apostólica que vive se conoce, indudablemente, ese
anhelo y hay la nostalgia del hogar y la mansión que nos han sido preparados,
pero uno no se evade subrepticiamente, ni abandona uno su puesto sin más ni más.
La esperanza en el Reino sirve para permanecer como simple soldado en la compagnie
de Dieu, yendo así hacia la meta. Esta meta nos señala el límite hasta
donde podemos llegar. Si nuestra esperanza es realmente el Reino de Dios,
entonces también podremos soportar la Iglesia en su fragilidad y no nos
avergonzaremos de hallar en nuestra concreta congregación la Iglesia una santa,
universal; asimismo, ninguno se avergonzará tampoco de la confesión especial a
que pertenezca. La esperanza cristiana es lo más revolucionario que puede
imaginarse y a su lado las demás revoluciones sólo son cartuchos de pólvora
para hacer salvas; pero esta esperanza es una esperanza disciplinada. Ella le
señala al hombre sus limitaciones y le dice: Tienes el privilegio de resistir
ahora donde estás. El Reino de Dios viene y no has de emprender el vuelo hacia
él. Ponte en tu lugar y sé en tu puesto un fiel ministro de la Palabra de Dios.
Puedes ser revolucionario, pero también puedes ser conservador. Cuando se aúna
en el hombre el contraste entre lo revolucionario y lo conservador; cuando éste
puede sentirse sumamente intranquilo y, a la vez, completamente tranquilo;
cuando puede estar con los demás en la congregación en la cual los miembros se
reconocen recíprocamente en el anhelo y en la humildad a la luz del Ser Divino;
cuando todo esto suceda, hará el hombre lo que le incumbe hacer. A la luz del Ser
Divino está permitido, e incluso se exige, todo lo que atañe a nuestra
actuación eclesiástica. Así es cómo va la Iglesia, esperando y apresurándose,
hacia el futuro de su Señor.
SOLI DEO GLORIA
REV. RUBEN DARIO DAZA B.
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