martes, 8 de enero de 2013

EPIFANÍA: CRISTO ES LA LUZ DE LOS PUEBLOS





1. "Cristo es la luz de los pueblos" .
El tema de la luz domina las solemnidades de la Navidad y de la Epifanía, que antiguamente -y aún hoy en Oriente- estaban unidas en una sola y gran "fiesta de la luz". En el clima sugestivo de la Noche santa apareció la luz; nació Cristo, "luz de los pueblos". Él es el "sol que nace de lo alto" (Lc 1, 78), el sol que vino al mundo para disipar las tinieblas del mal e inundarlo con el esplendor del amor divino. El evangelista san Juan escribe:  "La luz verdadera, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre" (Jn 1, 9).

"Dios es luz", recuerda también san Juan, sintetizando no una teoría gnóstica, sino "el mensaje que hemos oído de él" (1 Jn 1, 5), es decir, de Jesús. En el evangelio recoge las palabras que oyó de los labios del Maestro:  "Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8, 12).

Al encarnarse, el Hijo de Dios se manifestó como luz. No sólo luz externa, en la historia del mundo, sino también dentro del hombre, en su historia personal. Se hizo uno de nosotros, dando sentido y nuevo valor a nuestra existencia terrena. De este modo, respetando plenamente la libertad humana, Cristo se convirtió en "la luz del mundo". Luz que brilla en las tinieblas (cf. Jn 1, 5).

2. Hoy, solemnidad de la Epifanía, que significa "manifestación", se propone de nuevo con vigor el tema de la luz. Hoy el Mesías, que se manifestó en Belén a humildes pastores de la región, sigue revelándose como luz de los pueblos de todos los tiempos y de todos los lugares. Para los Magos, que acudieron de Oriente a adorarlo, la luz del "rey de los judíos que ha nacido" (Mt 2, 2) toma la forma de un astro celeste, tan brillante que atrae su mirada y los guía hasta Jerusalén. Así, les hace seguir los indicios de las antiguas profecías mesiánicas:  "De Jacob avanza una estrella, un cetro surge de Israel..." (Nm 24, 17).

¡Cuán sugestivo es el símbolo de la estrella, que aparece en toda la iconografía de la Navidad y de la Epifanía! Aún hoy evoca profundos sentimientos, aunque como tantos otros signos de lo sagrado, a veces corre el riesgo de quedar desvirtuado por el uso consumista que se hace de él. Sin embargo, la estrella que contemplamos en el belén, situada en su contexto original, también habla a la mente y al corazón del hombre del tercer milenio. Habla al hombre secularizado, suscitando nuevamente en él la nostalgia de su condición de viandante que busca la verdad y anhela lo absoluto. La etimología misma del verbo desear -en latín, desiderare- evoca la experiencia de los navegantes, los cuales se orientan en la noche observando los astros, que en latín se llaman sidera y en español “sideral”.

3. ¿Quién no siente la necesidad de una "estrella" que lo guíe a lo largo de su camino en la tierra? Sienten esta necesidad tanto las personas como las naciones. A fin de satisfacer este anhelo de salvación universal, el Señor se eligió un pueblo que fuera estrella orientadora para "todos los linajes de la tierra" (Gn 12, 3). Con la encarnación de su Hijo, Dios extendió luego su elección a todos los demás pueblos, sin distinción de raza y cultura. Así nació la Iglesia, formada por hombres y mujeres que, "reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido el mensaje de la salvación para proponérselo a todos" .

Esta fiesta era la Navidad de los orientales, particularmente en la Iglesia de Alejandría donde se cristianizó la fiesta pagana del sol, lo mismo que las fiestas rituales de las aguas del Nilo con el bautismo de Jesús y las bodas de Caná, el agua transformada en vino. En la Iglesia Latina la adoración de los magos se constituyó en el objetivo principal de la fiesta. La tendencia popular hizo que se fijara la atención en algo secundario como son los Magos, o fiesta del Rey porque los magos venían a adorar al rey de Israel. La fiesta tiene también un tono universalista, misionero: los magos venidos de lejos, representan a todos los pueblos del mundo. Celebramos el arribo a la fe de muchas comunidades jóvenes con todo el ardor y dinamismo de su juventud. Epifanía es la fiesta de la Navidad en plenitud.

Por tanto, para toda la comunidad eclesial resuena el oráculo del profeta Isaías, que hemos escuchado en la primera lectura:  "¡Levántate, brilla (...), que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! (...) Y caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor de tu aurora" (Is 60, 1. 3).

4. Esta epifanía primera se convertirá en epifanía pascual y luego en epifanía final. Si Navidad es una fiesta familiar, epifanía es una fiesta universal. Si en la Navidad se invade nuestro interior de alegría y paz, la epifanía dilata misteriosamente el corazón y nos permite mirar mucho más lejos.

Luz para todos: Jerusalén es la Iglesia que estando triste recibe un sol, el Señor, que se levanta sobre ella como su gloria para hacerla brillar. ¿Por qué todo es luz, claridad, aurora? Porque los pueblos cubiertos de tinieblas y de oscuridad, todos los que no saben nada de Dios, marcharán hacia Él como hijos que vienen de lejos; por eso tu corazón se estremecerá y dilatará. Padre nuestro, que tu reino venga por tu Hijo Jesucristo a quien has dado el poder de guiar la comunidad. Ya has hecho florecer por Él la justicia, tu plan de amor salvífico sobre nosotros, y la paz de Navidad en la abundancia de los sacramentos. 

Que todos los poderes terrestres, reyes y países, reconozcan tu poder; y que las islas, los hombres que están lejos de ti, puedan reconocerte y servirte. Que este rey domine de mar a mar... hasta el confín de la tierra. Este rey es fuerte de corazón para curar a los débiles y a los pobres, salvar su vida; porque Él la ha recibido de Dios.  La lectura de la carta a los Efesios prolonga el tema de la universalidad. El misterio de Cristo es el plan de Dios, guardado en su corazón para revelarlo progresivamente.  Pablo tiene con los apóstoles y profetas del Nuevo Testamento una visión clara: en Cristo, y no en el estrecho espacio de Israel, los paganos acogerán el Evangelio como herencia, en su lugar de heredad que es la Iglesia.

5. La universalidad de la salvación
Las lecturas bíblicas de hoy afirman, de común acuerdo, la universalidad de la salvación en Cristo para todos los pueblos y naciones. La Epifanía es la fiesta del reconocimiento de Dios en medio de nosotros; es la revelación del misterio de la salvación más allá de las fronteras de Israel, es la fiesta de la vocación de toda la humanidad guiada por la fe y la luz de Dios. Es la fiesta del discernimiento. La Iglesia es hoy el testimonio de los diferentes modos de intervención de Dios en su misión de apertura y acogida.

La Iglesia celebrando la epifanía se compromete en un diálogo permanente de comunión con las culturas y las sociedades, poniendo en práctica todo cuanto significa la epifanía como universalidad y compartir.

En esta fiesta de la Epifanía, amadísimos hermanos, delante de todos los desafíos que la vida cristiana nos depara, no tengáis miedo a las tinieblas del mundo, porque quien os envía es "la luz del mundo" (Jn 8, 12), "el lucero radiante del alba" (Ap 22, 16).
Y tú, Jesús, que un día dijiste a tus discípulos:  "Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5, 14), haz que el testimonio evangélico de estos hermanos nuestros resplandezca ante los hombres de nuestro tiempo. Haz eficaz su misión para que cuantos confíes a su cuidado pastoral glorifiquen siempre al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5, 16).

Padre Celestial verdadero luz y fiel, conserva a estos tus hijos amados bajo tu constante protección, para que sean misioneros valientes del Evangelio; fiel reflejo del amor de Cristo, luz de los pueblos y esperanza del mundo.

SOLI DEO GLORIA
REV. RUBEN DARIO DAZA B.

EPIFANÍA: DIOS ES ES LUZ.



CRISTO ES LA LUZ DE LOS PUEBLOS


La Epifanía es una de las fiestas litúrgicas más antiguas, más aún que la misma Navidad. Comenzó a celebrarse en Oriente en el siglo III y en Occidente se la adoptó en el curso del IV. Epifanía, voz griega que a veces se ha usado como nombre de persona, significa "manifestación", pues el Señor se reveló a los paganos en la persona de los magos.

El término Epifanía también puede ser entendido1 para traducir el concepto de "gloria de Dios" que indica las huellas de su paso o, más simplemente, su presencia. En el Nuevo Testamento, en las cartas paulinas tardías, se refiere a la entrada de Cristo en el mundo, presentada como la del emperador que viene a tomar posesión de su reino (latín: adventus, de ahí el tiempo de Adviento como preparación a la Navidad). A partir de este significado, el término se usó en Oriente para indicar la manifestación de Cristo en la carne y a continuación, a partir del siglo IX, para designar la fiesta de la revelación de Jesús al mundo pagano. Esta es la fiesta que se sigue celebrando el día 6 de enero.

En la narración de la Biblia Jesús se dio a conocer a diferentes personas y en diferentes momentos, pero el mundo cristiano celebra como epifanías tres eventos, a saber:
La Epifanía ante los Reyes Magos (tal y como se relata en Mateo 2, 1-12) y que es celebrada el día 6 de enero de cada año.
La Epifanía a San Juan Bautista en el río Jordán.
La Epifanía a sus discípulos y comienzo de su vida pública con el milagro en Caná en el que inicia su actuación pública.

En realidad la fiesta de epifanía que más se celebra es la que corresponde al día 6 de enero de cada año en la que los tres magos, según la tradición (en las traducciones de Biblias protestantes, y ya actualmente en las últimas traducciones de las biblias católicas, elaboradas en colaboración ecuménica e interconfesional, se menciona el adjetivo sabios) denominados: GasparMelchor y Baltasar que aparecen del oriente para adorar la primera manifestación de Jesús como niño ofreciendo tres regalos simbólicos: oroincienso y mirra. En realidad, la Biblia no habla del número de los magos, o sabios, ni tampoco de sus nombres. Ha sido la tradición posterior la que ha identificado su número y nombres. Los restos de los magos descansan en la Catedral de Colonia en Alemania.

Tres misterios se han solido celebrar en esta sola fiesta, por ser tradición antiquísima que sucedieron en una misma fecha aunque no en un mismo año; estos acontecimientos salvíficos son la adoración de los magos, el bautismo de Cristo por Juan y el primer milagro que Jesucristo, por intercesión de su madre, realizó en las bodas de Caná y que, como lo señala el evangelista Juan, fue motivo de que los discípulos creyeran en su Maestro como Dios.

Para los occidentales, que, como queda dicho más arriba, aceptaron la fiesta alrededor del año 400, la Epifanía es popularmente el día de los reyes magos. En la antífona de entrada del culto correspondiente a esta solemnidad se canta: "Ya viene el Señor del universo, en sus manos está la realeza, el poder y el imperio". El verdadero rey que debemos contemplar en esta festividad es el pequeño Jesús. Las oraciones litúrgicas se refieren a la estrella que condujo a los magos junto al Niño Divino, al que buscaban para adorarlo.

Precisamente en esta adoración han visto los santos padres la aceptación de la divinidad de Jesucristo por parte de los pueblos paganos. Los magos supieron utilizar sus conocimientos-en su caso, la astronomía de su tiempo- para descubrir al Salvador, prometido por medio de Israel, a todos los hombres.

 El sagrado misterio de la Epifanía está referido en el evangelio de san Mateo. Al llegar los magos a Jerusalén, éstos preguntaron en la corte el paradero del "Rey de los judíos". Los maestros de la ley supieron informarles que el Mesías del Señor debía nacer en Belén, la pequeña ciudad natal de David; sin embargo fueron incapaces de ir a adorarlo junto con los extranjeros. Los magos, llegados al lugar donde estaban el niño con María su madre, ofrecieron oro, incienso y mirra, sustancias preciosas en las que la tradición ha querido ver el reconocimiento implícito de la realeza mesiánica de Cristo (oro), de su divinidad (incienso) y de su humanidad (mirra).

A Melchor, Gaspar y Baltasar -nombres que les ha atribuido la leyenda, considerándolos tres por ser triple el don presentado, según el texto evangélico -puede llamárselos adecuadamente peregrinos de la estrella. Los orientales llamaban magos a sus doctores; en lengua persa, mago significa "sacerdote". La tradición, más tarde, ha dado a estos personajes el título de reyes, como buscando destacar más aún la solemnidad del episodio que, en sí mismo, es humilde y sencillo. Esta atribución de realeza a los visitantes ha sido apoyada ocasionalmente en numerosos pasajes de la Escritura que describen el homenaje que el Mesías de Israel recibe por parte de los reyes extranjeros.

La Epifanía, como lo expresa la liturgia, anticipa nuestra participación en la gloria de la inmortalidad de Cristo manifestada en una naturaleza mortal como la nuestra. Es, pues, una fiesta de esperanza que prolonga la luz de Navidad.

Esta solemnidad debería ser muy especialmente observada por los pueblos que, como el nuestro, no pertenecen a Israel según la sangre. En los tiempos antiguos, sólo los profetas, inspirados por Dios mismo, llegaron a vislumbrar el estupendo designio del Señor: salvar a la humanidad entera, y no exclusivamente al pueblo elegido.

Con conciencia siempre creciente de la misericordia del Señor, construyamos desde hoy nuestra espiritualidad personal y comunitaria en la tolerancia y la comprensión de los que son distintos en su conducta religiosa, o proceden de pueblos y culturas diferentes a los nuestros.

Sólo Dios salva: las actitudes y los valores humanos, la raza, la lengua, las costumbres, participan de este don redentor si se adecuan a la voluntad redentora de Dios, "nunca" por méritos propios. Las diversas culturas están llamadas a encarnar el evangelio de Cristo, según su genio propio, no a sustituirlo, pues es único, original y eterno.


CRISTO LA EPIFANÍA DEL PADRE



1. «La luz brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no la acogieron» (Jn 1, 5).
Toda la liturgia habla hoy de la luz de Cristo, de la luz que se encendió en la noche santa. La misma luz que guió a los pastores hasta el portal de Belén indicó el camino, el día de la Epifanía, a los Magos que fueron desde Oriente para adorar al Rey de los judíos, y resplandece para todos los hombres y todos los pueblos que anhelan encontrar a Dios.

En su búsqueda espiritual, el ser humano ya dispone naturalmente de una luz que lo guía: es la razón, gracias a la cual puede orientarse, aunque a tientas (cf. Hch 17, 27), hacia su Creador. Pero, dado que es fácil perder el camino, Dios mismo vino en su ayuda con la luz de la revelación, que alcanzó su plenitud en la encarnación del Verbo, Palabra eterna de verdad.

La Epifanía celebra la aparición en el mundo de esta luz divina, con la que Dios salió al encuentro de la débil luz de la razón humana. Así, en la solemnidad de hoy, se propone la íntima relación que existe entre la razón y la fe, las dos alas de que dispone el espíritu humano para elevarse hacia la contemplación de la verdad, así como nos lo recuerdan las lecturas bíblicas que menciono abajo.
 Cristo no es sólo luz que ilumina el camino del hombre. También se ha hecho camino para sus pasos inciertos hacia Dios, fuente de vida. Un día dijo a los Apóstoles: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto» (Jn 14, 6-7). Y ante la objeción de Felipe añadió: «El que me ha visto a mí ha visto al Padre. (...) Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí» (Jn 14, 9.1 1). La epifanía del Hijo es la epifanía del Padre.

¿No es éste, en definitiva, el objetivo de la venida de Cristo al mundo? El mismo afirmó que había venido para «dar a conocer al Padre», para «explicar» a los hombres quién es Dios y para revelar su rostro, su «nombre» (cf. Jn 17, 6). La vida eterna consiste en el encuentro con el Padre (cf. Jn 17, 3). Por eso ¡cuán oportuna es esta reflexión, especialmente durante el año dedicado al Padre!

La Iglesia prolonga en los siglos la misión de su Señor: su compromiso principal consiste en dar a conocer a todos los hombres el rostro del Padre, reflejando la luz de Cristo, luz de amor, de verdad y de paz. Para esto el divino Maestro envió al mundo a los Apóstoles, y envía continuamente, con el mismo Espíritu, a los pastores de la Iglesia, presbíteros, maestros y profetas.

3. Todos nosotros, amadísimos hermanos que, con la plenitud del sacerdocio universal, lleguéis a ser ministros de la epifanía de Dios entre los hombres. A cada uno de vosotros se confían misiones específicas, diferentes una de otra, pero todas encaminadas a difundir el único Evangelio de salvación entre los hombres, lleve por doquier, con las palabras y las obras, el anuncio gozoso de la Epifanía, en la que el Hijo reveló al mundo el rostro del Padre rico en misericordia.

4. El mundo, en el umbral del tercer milenio, tiene gran necesidad de experimentar la bondad divina, de sentir el amor de Dios a toda persona.

También a nuestra época se puede aplicar el oráculo del profeta Isaías, que acabamos de escuchar: «La oscuridad sobre la tierra, y espesa nube a los pueblos, mas sobre ti amanece el Señor y su gloria sobre ti aparece» (Is 60, 2-3). En el paso, por decirlo así, del segundo al tercer milenio, la Iglesia está llamada a revestirse de luz (cf. Is 60, 1), para resplandecer como una ciudad situada en la cima de un monte: la Iglesia no puede permanecer oculta (cf. Mt S, 14), porque los hombres necesitan recoger su mensaje de luz y esperanza, y glorificar al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5, 16).

Conscientes de esta tarea apostólica y misionera, que compete a todo el pueblo cristiano, pero especialmente a cuantos el Espíritu Santo ha puesto como pastores y maestros para pastorear la Iglesia de Dios (cf. Hch20, 28), vamos como peregrinos a Belén, a fin de unirnos a los Magos de Oriente, mientras ofrecen dones al Rey recién nacido.

Pero el verdadero don es él: Jesús, el don de Dios al mundo. Debemos acogerlo a él, para llevarlo a cuantos encontremos en nuestro camino. Él es para todos la epifanía, la manifestación de Dios, esperanza del hombre, de Dios, liberación del hombre, de Dios, salvación del hombre.

Cristo nació en Belén por nosotros.

Venid, adorémoslo. Amén.





miércoles, 2 de enero de 2013

O SERMÃO DO MONTE: A FELICIDADE SEM SEGREDOS



A FELICIDADE SEM SEGREDOS

A maior busca do ser humano é da felicidade. Pascal dizia que até os suicidas se enforcam querendo ser felizes. Ninguém almeja a felicidade para ter dinheiro, mas ao contrário, corremos atrás do dinheiro para sermos felizes. Portanto, o fim último que elegemos para nossa existência é a felicidade.

◙◙◙◙◙◙◙◙◙◙◙◙◙◙◙◙◙◙◙◙◙◙◙◙◙◙◙◙◙◙◙


Uma das maiores decepções que tive ao me converter foi imaginar que bastaria professar a fé cristã e automaticamente seria feliz. Descobri, ao longo dos anos, que muitos cristãos, na verdade, não são felizes.

Ouso acrescentar: Eu já vi pessoas não cristãs vivendo uma vida mais ajustada, mais redonda e mais plena do que muitos cristãos.

Os pastores e sacerdotes cristãos deveriam ser claros e honestos. Eles não podem mentir: a fé cristã não produz felicidade automática.

No esforço de acontecerem conversões, não precisa haver propaganda enganosa para seduzir as pessoas para a fé. Portanto, sejamos cândidos: muita propaganda evangélica é enganosa.

Num desses dias, um programa evangélico alardeava na mídia: “Se você está passando por dificuldades, se está vivendo um inferno, basta dizer sim para Jesus Cristo e você será feliz”. O pregador não se intimidava com suas declarações: “Deus está à sua disposição para lhe ajudar, basta você orar comigo e eu garanto, sua vida será mudada num piscar de olhos”.

Passar uma semana entre os crentes já é suficiente para constatar que isso não acontece. Existem inúmeras pessoas convertidas dentro das igrejas evangélicas com depressão, angustiadas, cheias de dúvidas, sufocadas por dívidas no cartão de crédito, ansiosas, irritadiças, insones e nervosas.

Repito. A pregação, “se converta e você será feliz” é falsa. As razões são diversas: primeiro, conversão não tem nada a ver com Deus resolvendo os nossos problemas instantaneamente. Converter-se é submeter nossa vontade à Sua soberana vontade.

Segundo, na conversão resolve-se o impasse relacional da criação. Deus decidiu nos criar, livres. Deus é trino e, portanto, relacional. Ele vive eternamente em uma comunidade tão única, que podemos afirmar que o Deus trino do cristianismo é só um. Pode-se dizer que nossa liberdade foi o preço que Deus se dispôs a pagar, por sua soberana decisão, para que pudéssemos amar.

Converter-se significa, portanto, que houve uma resposta humana para o toque divino da Graça que convida para esse relacionamento. O convertido é quem diz sim ao convite de Deus. Daí se inicia um relacionamento amoroso semelhante aos dos pais e filhos, amigos, noivos ou pastor e ovelhas. Conversão é aceitar que a vontade humana se alinhe à vontade de Deus, sempre com o propósito relacional de intimidade.

Depois que nossa vontade estiver sujeita à vontade dEle, começa uma caminhada ou um processo; Deus nos ensinará como transformar nossa história de perdição em vida plena.

Colocado de uma maneira bem coloquial, seria como se Deus afirmasse: “Bem, agora que você está comigo, deixe que eu lhe ensine como ser feliz.”

A diferença fundamental entre o cristão e o não cristão é que um se submeteu à vontade de Deus e agora dispõe da sabedoria divina para viabilizar a vida.

Entretanto, alguns podem ser cristãos, terem essa sabedoria à sua disposição e não saberem como utilizá-la. Seria como uma pessoa que passa sua existência sobre uma jazida de ouro, mas ignorante de sua realidade, nunca garimpa o tesouro que é seu.

Conheço um rapaz que herdou uma biblioteca de seu pai, mas nunca leu nenhum daqueles livros. Ele era filho de um dos homens mais cultos, porém um playboy; assim, jamais tocou em qualquer um tomo das estantes.

Houve um caso que abalou o mundo quando um avião, que transportava um time de futebol, caiu sobre os Andes. Os jovens ficaram ilhados na neve por vários dias com fome e com muita sede. Promoveram algumas expedições para procurar ajuda, mas nada encontraram. Famintos e desesperados, todos os sobreviventes acabaram praticando o canibalismo nos corpos dos que haviam morrido no acidente. Depois que foram resgatados, perceberam que haviam caminhado numa direção errada. Se tivesse tomado o caminho oposto, encontrariam uma casa com a despensa abarrotada de alimentos enlatados.

Jesus começou seu ministério com o sermão do Monte que sintetiza a Lei Áurea do Reino de Deus. Os capítulos cinco, seis e sete do Evangelho de Mateus resumem o núcleo fundamental de todo ensino de Cristo. Estes são os seus Estatutos fundamentais, sua Constituição maior.

Como o maior interesse de Deus é que desfrutemos da glória que ele desfruta na trindade. Como ele sabe que nossa maior ambição na vida é felicidade, Jesus Cristo começou seu sermão fundamental, ensinando como as pessoas podiam encontrar a verdadeira felicidade.

“Bem-aventurados os pobres em espírito, pois deles é o Reino dos céus.

Bem-aventurados os que choram, pois serão consolados.

Bem-aventurados os humildes, porque eles receberão a terra por herança.

Bem-aventurados os que têm fome e sede de justiça, pois serão satisfeitos.

Bem-aventurados os misericordiosos, pois obterão misericórdia.

Bem-aventurados os puros de coração, pois verão a Deus.

Bem aventurados os pacificadores, pois serão chamados filhos de Deus.

Bem-aventurados os perseguidos por causa da justiça, pois deles é o Reino dos céus.

Bem-aventurados serão vocês quando, por minha causa, os insultarem, os perseguirem e levantarem todo tipo de calúnia contra vocês. Alegrem-se e regozijem-se, porque grande é a sua recompensa nos céus, pois da mesma forma perseguiram os profetas que viveram antes de vocês”. (Mateus 5.3-12).


Jesus Cristo foi cristalino no seu ensino: quem almejar ser feliz, precisa de três atitudes corretas: a) para consigo mesmo – sendo pobre de espírito, admitindo suas lágrimas, na humildade, e mantendo seu compromisso com a justiça; b) para com Deus – sendo misericordioso como Deus é, mantendo o coração puro, e sendo pacificador; c) para com o mundo que rodeia – estando disposto a sofrer pelo que crês, mantendo a integridade emocional mesmo sendo perseguido.

Vale insistir, mesmo com o prejuízo de parecer redundante: Jesus inicia seu ensino oferecendo algumas pistas de que a felicidade não acontece por acaso. Portanto, o caráter cristão precisará conter três ingredientes para produzir felicidade. O primeiro, diz respeito a essência do ser – humildade de Espírito, a habilidade de chorar, a mansidão, a fome e sede de justiça. O segundo, as expressões do ser – misericórdia, pureza de coração, promoção da paz. O terceiro, os compromissos do ser diante da adversidade, da perseguição e da injúria.

Portanto, a expressão “Bem-aventurados” – que significa "Felizes" – não é somente indicativa ou descritiva do verdadeiro cristão, mas imperativa.
O início do sermão do Monte não se constitui numa simples promessa, mas numa convocação e exortação. Jesus aponta o caminho para aqueles que quiserem realmente experimentar a felicidade. Seu ensino, em outras palavras, exorta as pessoas a se lembrarem sempre que, quanto mais próximas estiverem dos princípios expostos por ele, mais perto estarão de desfrutarem uma vida plena.

Jesus ensinou que felicidade não é fruto de só uma experiência, ela é resultado de uma jornada – um estilo de vida que se adota.
Vida abundante não se acha, ela é construída. Os bem-aventurados são chamados de "felizes" não porque passaram por uma experiência mística ou esotérica, mas porque viveram de tal maneira que a felicidade fluiu. Os valores do Reino de Deus produziram neles uma satisfação real.

Significa que felicidade não vem de fora para dentro, mas ela flui de dentro para fora. Um anjo não tocará ninguém para que seja feliz. Se houver uma intervenção angelical, ela servirá para revelar ou dotar a pessoa de forças para que pratiquem o necessário para encontrarem alegria eterna.

Pimentinha foi um personagem muito conhecido nas seções cômicas dos jornais. Certa vez, mostraram ele de joelhos na beira da cama fazendo uma prece: “Deus, por favor, transfira as vitaminas da cenoura para o sorvete”. Rimos de sua ingenuidade infantil. Porém, muitas vezes, oramos da mesma maneira. Queremos que Deus, por alguma mágica, transfira a felicidade celestial para nossas vidas.

Quando uma pessoa experimenta o poder da Graça, ela não sai de um estado de tristeza para um de alegria, no estalar dos dedos; apenas abandona a estrada que conduz à tristeza para outra que leva à felicidade. Contudo, alguns valores precisarão ser incorporados ao seu novo estilo de vida.

O sermão do Monte foi uma espécie de cartilha em que Jesus Cristo garantiu aos seus que, se buscassem o Reino de Deus e sua justiça em primeiro lugar, todos ingredientes que geram felicidade seriam acrescentados. Para Jesus, felicidade não é uma estação onde estacionamos, mas uma maneira de viajar.

A grande frustração que encontro em muitos cristãos é que esperam uma oração especial, uma profecia bombástica, uma visão sobrenatural, um arrebatamento espetacular para, de repente, entrarem em um estado perene de felicidade.

Os caminhos que levam a essa vida, passam por ações que são constantemente rejeitadas. Quem deseja preferir os outros, esvaziar-se da arrogância de enxergar-se como um semi-deus ou ser menos egocêntrico? A essência do cristianismo autêntico começa quando seus seguidores buscam se esvaziar dos próprios métodos para passarem a considerar os de Deus. Por isso: “Bem-aventurados os humildes de espírito, porque deles é o reino dos céus”.

Cristo foi direto: “aprenda a chorar, – a manter a alma terna, sensível, a não se auto justificar – Deus lhe dará o poder de se sentir frágil, dependente dele. Por isso: ”Bem-aventurados os que choram, porque serão consolados”. Ele insiste num tema muito pouco popular: “queira ser manso”. Jesus entendia que mansidão significa abrir mão de reivindicar o que é seu, desistir de querer sempre ganhar; os mansos se submetem. Por isso: “Bem-aventurados os mansos, porque herdarão a terra”.
Ele indica o caminho de viver com satisfação real: “ queira ser justo, ame o que é certo”. Em todos os atos, faça sempre a pergunta: “Será que é certo? Está direito? Isso é justo?”. Quem ama a justiça e tem desejo enorme de vê-la sendo praticada, será feliz. Por isso: “Bem aventurados os que têm fome e sede de justiça porque serão fartos”.
Suas palavras ainda ecoam: “queira ser misericordioso para com os fracos; seja paciente com os que não conseguem alcançar seu padrão; seja compreensivo com os que se atrasam; com os que fracassam; com os que tropeçam em seus próprios erros”. Quem tem essa atitude para com os derrotados será feliz, porque no dia que precisar de compreensão para seus próprios erros, achará.

Ele convoca seus seguidores a serem coerentes na interioridade: “busque ser limpo de coração, e não permita que haja sombras, caminhos dobres, incoerências, hipocrisia, falsidade ou dolo”. Para Jesus, quem vive uma vida íntegra, será feliz. Sua declaração foi ousada: “os puros experimentarão a maior de todas as felicidades, eles verão a Deus”.


Jesus incentivou a concórdia e ordenou que se promovesse a paz: “não seja agente de cizânias, jamais catalise ódios, não suscite a vingança e não espalhe dissensão. Reconcilie os que se odeiam, reuna os diferentes, promova o amor e você será feliz”. Daí o texto: “os pacificadores serão chamados filhos de Deus”.

Ele aconselha que seus seguidores sejam pessoas de idéias nítidas, convicções sólidas, pontos de vista verdadeiros: “se essa postura trouxer o ódio alheio e se sua fé não for popular, continue sendo verdadeiro, a história premiou todos os que agiram assim. Os claudicantes, os pusilânimes, os covardes se perderam. Ninguém lembra o perseguidor, apenas os perseguidos são lembrados”. O texto diz: “bem-aventurados sois quando, por minha causa, vos injuriarem, e vos perseguirem, e mentindo disserem todo mal contra vós. Regozijai-vos e exultai, porque é grande o vosso galardão nos céus; pois assim perseguiram aos profetas que viveram antes de vós”.

No verdadeiro cristianismo a felicidade não é circunstancial, ela depende dos conteúdos do caráter. Jesus ensinou aos seus discípulos que a pergunta essencial não é: “Isso me fará feliz?”, mas, “isso está certo”?
Todos nutrimos o conceito errôneo de que felicidade depende de circunstâncias. Ao contrário de Jesus Cristo, raramente fazemos uma correlação entre a felicidade e o caráter. Muitos vivem miseravelmente prometendo a si mesmos: “serei feliz no dia que mudar de casa, comprar um barco, terminar a faculdade, tiver um filho, os filhos se casarem, mudar de mulher, viver em Minas Gerais, construir uma casa em Porto de Galinhas ou viver em Miami”.

Devido a essa visão de que lugares, pessoas e oportunidades, produzem felicidade, não priorizamos a ética, a integridade e nem um compromisso com a justiça.

Infelizmente acabamos acreditando que a disciplina de uma vida íntegra não tem nada a ver com felicidade e sim com coleiras religiosas ou morais. 
Durante todo o sermão da Montanha, Jesus não poupou seus discípulos. Ele ensinou alguns princípios fortíssimos. Há determinados trechos que a gente lê e diz: “Isso é muito difícil”!. Foi por esse motivo que ele iniciou afirmando: “Eu vou ensinar algumas coisas para vocês aparentemente muito difíceis, mas acreditem, os que praticarem serão bem-aventurados – ou felizes”.

O sermão inicial de Cristo ergueu-se sobre uma premissa bíblica: o que o homem ou a mulher plantar isso, certamente colherá. Não importa se a religião está sendo cerimonialmente cumprida: quem plantar vento, colherá tempestade; quem plantar ódio, colherá violência; quem plantar amor, colherá amizade; quem plantar vingança, colherá amargura; quem plantar fidelidade, colherá compromisso; quem plantar mentira, colherá traição; quem plantar verdade, colherá integridade.

O sermão da Montanha fornece princípios para os que buscam essa vida verdadeira e plena prometida por Jesus. O melhor é que ele próprio se propõe ajudar seus discípulos em cada passo do caminho.

Soli Deo Gloria