Capítulo VIII
EL DIOS CREADOR
Al hacerse Dios hombre, fue manifestado y fidedigno que Él no quiere estar para sí, y por consiguiente, sólo. Él permite que el mundo (que tan distinto es de Él) tenga su propia realidad, su manera de ser y su libertad. Su Palabra es la potencia de su ser como criatura. Él crea, conserva y gobierna el mundo como escenario y también al hombre, como testigo de su gloria. (Karl Barth, “Dios en Acción”).
"Yo creo en Dios Padre, Todopoderoso, creador de los cielos y de la tierra."
Al acercarnos a la verdad confesada por la Iglesia Cristiana con la palabra "Creador", lo esencial es entender que ahora ya nos encontramos enfrentados con el misterio de la fe y que en vista de ello el conocimiento sólo es real en virtud de la revelación de Dios.
El primer artículo del Credo referente al Dios Padre y a su obra no constituye una especie de "pórtico" de los gentiles, un espacio, diríamos, en el cual cristianos, judíos y gentiles, creyentes e incrédulos estuviesen reunidos y frente a una realidad sobre la cual podría llegarse a un acuerdo, calificándola de obra del Dios Creador. El verdadero significado del Dios Creador y de la obra de la creación quedará para nosotros no menos oculto que todo aquello que contiene el Credo. No es que nos interese a nosotros más el creer en el Dios Creador que en Jesucristo fue concebido por él, Espíritu Santo y nacido de María virgen. No es tampoco cierto que nos fuera factible conocer directamente la verdad del Dios Creador, mientras que la verdad del segundo artículo necesita de una revelación. El caso es que aquí nos encontramos como allá frente al misterio de Dios y su obra, y el poder penetrar en ello será una misma cosa.
El Credo no habla del mundo o, a lo más, únicamente hace una ligera mención de él al hablar de los cielos y de la tierra; pero no confiesa diciendo: Yo creo en el mundo creado; ni siquiera confiesa: Yo creo en la obra de la creación. Lo que el Credo dice es: Yo creo en Dios creador. Todo lo que se dice acerca de la creación depende por completo de ese sujeto. Porque siempre ha de aplicarse esta misma regla: Dios determina como sujeto todos los predicados. Por consiguiente, esto vale también para la creación, en la cual se trata fundamentalmente del conocimiento del Creador y partiendo de aquí ha de entenderse la obra.
Hablamos, pues, del Creador y por consiguiente de su obra como de la creación de los cielos y de la tierra. Si tomamos en serio este concepto, inmediatamente comprenderemos que no nos encontramos ante un campo asequible de algún modo al concepto o al pensar humanos. Bien pueden preocuparnos las Ciencias Naturales con su concepto de la evolución y pueden, asimismo, informarnos de los millones de años durante los cuales ha venido formándose continuamente el cosmos. Pero ¿cuándo pudo jamás la ciencia natural llegar a descubrir el hecho de que existe un mundo que atraviesa por esa evolución? El concepto de la creación y del Creador es completamente distinto de la evolución al tratarse de la continuación de un principio esencial. Por eso parece ser un error básico el hablar de mitos de la creación. El mito será, todo lo más, una situación paralela a la ciencia exacta, o sea: en el mito se trata de una opinión o un concepto de aquello que siempre fue, es, y será: El problema ante el cual siempre se ve puesto el hombre y que, por consiguiente, es un problema atemporal, el problema de la vida y de la muerte, del sueño y del despertar, del nacimiento y del morir, de la mañana y de la noche, etc. Estos son los temas del mito. El mito considera el mundo, digámoslo así, desde sus límites, pero siempre se refiere al mundo existente. No hay un mito de la creación, porque la creación misma no es asequible al mito. Así lo vemos claramente en el mito babilónico de la creación. Se trata de un mito referente al surgimiento del mundo y de ese mundo que perece, lo cual no puede relacionarse con Génesis 1 y 2. Lo que puede hacerse constar es que allí hay algunos elementos míticos. Pero lo que la Biblia ha hecho de ello no encuentra paralelo en el mito. Si hay empeño en dar nombre al relato bíblico, o sea, alinearlo en una categoría, habrá que colocarlo entre las leyendas. En sus dos primeros capítulos habla la Biblia de sucesos que caen fuera de nuestro conocimiento histórico, pero al referirse a ellos, lo hace basándose en un conocimiento que se refiere a una historia. Y esto es lo más extraño en las historias bíblicas de la creación: se encuentran en íntima conexión con la historia de Israel y por lo tanto con la historia de la acción de Dios unido al hombre. Esta historia, según el Antiguo Testamento, ya empieza con la creación de los cielos y la tierra, realizada por Dios. En cuanto a los dos relatos de la creación, se hallan en conexión con el tema del Antiguo Testamento: El primer relato, al introducir el sábado, muestra el pacto como meta y fin; y en cuanto al segundo relato, muestra la continuación de la obra de la creación.
Es imposible separar el conocimiento del Dios Creador y su obra del conocimiento de la obra de Dios con respecto al hombre. Únicamente no perdiendo de vista lo que el Dios Trino ha hecho por nosotros en Jesucristo, podemos reconocer lo que es el Dios Creador y su obra.
La creación es lo temporalmente análogo, sucedido fuera de Dios, correspondiente a aquel otro suceso en Dios mismo, en el cual suceso se funda que Dios sea el Padre del Hijo. El mundo no es hijo de Dios, ni ha sido ''engendrado" por Dios, sino creado. Sin embargo, lo que Dios hace como Creador ha de entenderse en sentido cristiano y verse como reflejo y sombra de aquella relación interna divina entre el Dios Padre y el Hijo. Y por eso tiene su porqué el que la obra de la creación sea atribuida al Padre en el Credo. Esto no quiere decir que sólo el Padre sea el Creador, pero sí significa que existe dicha relación entre la obra de la creación y la situación entre el Padre y el Hijo. El conocimiento de la creación es conocimiento de Dios y, por lo tanto, conocimiento de la fe en su sentido más profundo y definitivo. No se trata, pues, de un "pórtico", donde hubiese lugar para la teología natural. ¿Cómo podríamos reconocer nosotros esa paternidad de Dios si no nos hubiese sido manifestada en el Hijo?, Por consiguiente, no podemos nosotros deducir de la existencia del mundo, en toda su diversidad, que Dios sea su Creador. El mundo con todas sus penas y sus glorias siempre será para nosotros un oscuro espejo acerca del cual abrigaremos pensamientos optimistas o pesimistas, pero sin obtener jamás noticia de Dios como Creador. Siempre que el hombre pretendió conocer la verdad por sí mismo o mediante el sol, la luna y las estrellas, el resultado fue la creación de algún ídolo. Si Dios, sin embargo, ha sido conocido y nuevamente reconocido en el mundo, hasta el punto de que la criatura irrumpió en gozosa alabanza, se debe a que Él puede ser buscado y hallado por nosotros en Jesucristo. Al hacerse Dios hombre en Jesucristo, se ha puesto de manifiesto y es fidedigno que Él es el Creador del mundo. No tenemos ninguna otra fuente de la revelación.
En el artículo del Dios Creador y de la creación se trata decisivamente del conocimiento de que Dios no solamente existe para sí, sino también de que hay una realidad distinta de Él: El mundo. ¿Cómo sabemos esto? ¿No nos hemos preguntado ya alguna vez si este mundo que nos rodea no será una apariencia y un sueño? ¿No nos ha sucedido nunca dudar de una manera fundamental.... (no; no de Dios, eso es una duda necia) dudar de nosotros mismos? ¿Este encantamiento dentro del cual existimos es verdadero? ¿Y eso que consideramos realidad, no será, acaso, el "velo de la Ilusión o la Irrealidad" y, por consiguiente, no existente? ¿Será lo único que nos quede soñar ese "sueño" hasta el final y tan pronto como sea posible para sumergirnos en el nirvana del cual procedemos?
La confesión del Credo acerca de la creación está frente a estos horribles pensamientos. ¿De dónde podrá venir la respuesta que nos enseñe cuan equivocado es pensar así y nos diga que la vida no es ningún sueño, sino realidad, y que me confirme que yo soy y que el mundo que me rodea también es? El Credo cristiano sólo conoce una respuesta y nos la da en su punto central, en el segundo artículo, al decirnos que le plugo a Dios hacerse hombre, y que Jesucristo es Dios mismo, el Dios Creador que se hizo criatura y ha existido como tal en el espacio y en el tiempo, aquí y allá y entonces lo mismo que todos nosotros existimos. De ser esto cierto que Dios estaba en Cristo (y esta certeza es la suposición con la que todo empieza), entonces tenemos un lugar donde la criatura nos sale al encuentro en la realidad y puede ser reconocida. Porque si el Creador se hizo criatura, o sea Dios hombre; si esto es cierto (y con ello empieza el conocimiento cristiano), entonces se nos revela en Jesucristo el misterio del Creador y su obra y el misterio de su criatura, y asimismo, tenemos ante los ojos el contenido del primer artículo del Credo. Al hacerse Dios hombre, no habrá ya ninguna duda de que existe una criatura. Mirando a Jesucristo, con el cual vivimos en el mismo espacio, se nos dice (como palabra de Dios) la palabra del Creador y la palabra de su obra, así como también lo más maravilloso de esta obra, que es el hombre.
El misterio de la creación, entendido cristianamente, no es en primer lugar, como piensa el necio en su corazón, el problema de la existencia de un Dios creador del mundo; porque el entender cristiano no supone, primero, la verdad del mundo para preguntar después si existe un Dios. Lo primero, o sea, aquello por donde empezamos, es Dios el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Partiendo de aquí, es como se presenta el gran problema cristiano que formularíamos así: ¿Es verdad que Dios no quiere existir solamente para sí, sino que, además de Él, también existe el mundo, es decir existimos nosotros al lado y fuera de Él? Esto es un enigma. El que intente, aunque sea ligeramente, mirar a Dios para poder comprender cómo se nos revela, verá en seguida al Dios misterioso, "en las alturas", el Dios Trino y Todopoderoso, y entonces se maravillará de que, además de Él, estemos también nosotros y esté el mundo junto a Dios y fuera de Él. Dios no necesita de nosotros, ni tampoco del mundo, del cielo y de la tierra; pues Él ya es rico en sí mismo. El posee la plenitud de la vida y también toda la gloria y belleza, bondad y santidad están en Él. Él se basta a sí mismo. Él es en sí mismo bienaventurado. ¿Entonces para qué está el mundo? ¿No está ya todo en el Dios viviente? ¿Pero cómo puede haber algo junto a Dios no necesitándolo El? Este es justamente el enigma de la creación, al cual da respuesta la doctrina de la creación, diciendo que Dios, sin necesitar de nosotros, ha creado el cielo y la tierra y así también me ha creado a mí "por pura bondad y misericordia paternales, sin yo merecerlo ni ser digno de ello, por lo cual he de darle gracias y alabarle, servirle y obedecerle. Y esto es cierto." (Catecismo Menor de Lutero). ¿No se advierte en estas palabras, acaso, la admiración de Lutero ante la creación, ante la bondad de Dios, en virtud de la cual Él no quiere permanecer solo, sino que encuentra una realidad junto a sí?
Creación es gracia divina. He aquí una frase ante la cual quisiera uno detenerse con reverencia, espanto y gratitud. Y es que Dios concede la existencia a esa realidad distinta de Él, le concede realidad y modo de ser y libertad propios. El gran enigma y milagro es la existencia de la criatura junto a Dios; pero ello es también la gran cuestión a la cual nosotros podemos y tenemos que responder, la cuestión que nos expone la palabra de Dios, la cuestión de la existencia en sí, que se diferencia esencial y fundamentalmente de esta pregunta basada en un error: ¿Existe Dios?
El hecho de la existencia del mundo es lo más inaudito y, al mismo tiempo, es un milagro de la gracia de Dios. Realmente, al encontrarnos en frente del ser e incluso de nuestro propio ser, no nos queda otro remedio sino preguntamos maravillados si ello es cierto, esto es, si es cierto que tanto yo como el mundo existimos, podemos existir, aunque el mundo, incluyendo al hombre, sea una realidad distinta de la divina y no sea Dios. El Dios en las alturas, Trino, Padre, Todopoderoso, no quiere determinarlo todo, antes bien nos concede el ser, y no solamente se trata de una concesión, sino que es una donación. Nosotros somos, y así también son los cielos y la tierra con toda su supuesta infinitud porque Dios les ha dado su ser. He aquí lo que constituye el gran mensaje del primer artículo.
Por otra parte, esto significa también lo siguiente: Dado que Dios concede a este mundo el ser, o sea, su propia realidad y su manera de ser y libertad, también propias, queda dicho con ello que este mundo no es Dios mismo como la confusión panteísta que continuamente afirma. No hay nada cierto en eso de que nosotros seamos algo así como Dios mismo, antes al contrario, siempre será nuestro error pernicioso el pretender "ser como dioses". Asimismo, nada hay de cierto tampoco en las explicaciones de la Gnosis antigua y moderna acerca de que lo que la Biblia denomina Hijo de Dios es, en el fondo, el mundo creado; o también la otra afirmación de que el mundo es, por naturaleza, hijo de Dios. Otro sí, no es cierto que el mundo sea una emanación de Dios, es decir, algo divino que, semejante al agua que fluye de la fuente, procede de Dios. En este caso no se trataría, en verdad, de la creación, sino de un movimiento vital de Dios o de una expresión de sí mismo. Pero creación significa otra cosa, significa una realidad distinta de Dios.
Finalmente, y no puede entenderse el mundo como una imagen de Dios, por ejemplo cual si Dios fuera, en cierto modo, la idea. Dios, el único verdadero, esencial y libre, es una cosa, y otra cosa son los cielos y la tierra, el hombre y el cosmos; todo esto no es Dios, aunque existe en virtud de Dios. Quiere decir esto, que ese otro no está fundado independientemente en sí mismo, como si el mundo poseyese un principio propio y fuese, por consiguiente, independiente frente a Dios, de manera que pudiera haber un Dios, pero un Dios lejano y apartado del mundo. De aquí procedería el suponer la existencia de dos reinos y dos mundos: aquí existiría el mundo con su propia realidad y sus propias normas, y en otro lugar completamente distinto y de un modo apenas definible existirían también Dios, su reino y su mundo, los cuales podrían describirse en hermosos y múltiples colores y quizás podría suponerse también una relación entre la “aquendidad=de lo terreno y la allendidad=de lo celestial”, aceptando, por ejemplo, que al hombre le haya sido concedido el poder estar "en camino" desde aquí hacia donde Dios está. En este caso, el mundo no existiría por medio de Dios, ni procedería de Él, ni le pertenecería por completo, ni por completo estaría fundado en Él.
No; lo que Dios concede al mundo es realidad de criatura y una manera de ser y una libertad propias de lo creado. Lo correspondiente a esa creación denominada mundo es el ser; porque el mundo no es una apariencia, sino que realmente "es" pero sólo "es" a la manera de criatura. El mundo puede "ser" al lado de Dios y por medio de Dios En cuanto a la realidad creada, significa realidad salida de la creatio ex nihilo, o sea una creación de la nada. Donde nada había (¡ni siquiera una especie de materia prima!) surgió, por medio de Dios, eso que ahora es distinto de Él. Y en tanto algo "es", en tanto también nosotros somos en virtud de la gracia divina, no debemos olvidar por un solo momento que el fundamento de nuestro ser y del ser del mundo entero es aquel crear (y no únicamente facere) aquel crear divino.
Todo lo que existe fuera de Dios se encuentra sostenido constantemente por Dios sobre la nada. ¿Qué significa modo de ser creado o manera de ser creada? Significa "ser" en el tiempo y en el espacio, "ser" con un -principio y un fin, "ser" que se forma para perecer después. Todavía no era antes y una vez dejará de ser. Además, no se trata de una sola cosa, sino de muchas. Así como existen un pasado y un presente, hay también un aquí y un allá. "Mundo" significa tiempo en ese paso del ayer al ahora, y en la separación entre el aquí y el allá el mundo significa espacio. Dios, en cambio, es eterno. No se deduce de aquí que en El no haya tiempo, pero su tiempo es distinto del nuestro, ya que nosotros, en el fondo, no poseemos ningún presente y para nosotros lo espacial significa separación. El tiempo y el espacio divinos están libres de límites, de esos límites sólo dentro de los cuales podremos nosotros imaginarnos el tiempo y espacio. Dios es el Señor del tiempo y el Señor del espacio. Y en tanto Él es también el origen de esas formas, no poseen éstas en El la limitación y la imperfección que corresponden al "ser" creado. Por última, libertad creada significa que existe una contingencia de lo que es, una especie de "haber sido siempre así" propia de la criatura, y ese "haber sido siempre así", propio, en todo caso, de la criatura humana, significa libertad de decisión, es decir, poder hacer una u otra cosa. Sin embargo, dicha libertad será únicamente la que corresponde a la criatura, la cual, por su parte, no posee realidad por sí misma y está sujeta al tiempo y al espacio. Como verdadera libertad, se halla situada y limitada por lo normativo que siempre actúa de manera perceptible en el cosmos, y se halla limitada por la existencia de las demás criaturas, y, por otro lado, por la soberanía de Dios. El que seamos libres se debe exclusivamente a que nuestro Creador sea el infinitamente libre. Toda libertad humana es sólo un reflejo imperfecto de la libertad divina.
La criatura se ve amenazada por la posibilidad (ya excluida por Dios, sólo por Dios) de la nada y de la perdición. Al "ser" la criatura, se conservará en su modo de ser únicamente si Dios así lo quiere; porque si Él no lo quisiera, irrumpiría la nada por todos lados y la criatura no podría ni mantenerse ni salvarse. La libertad humana de decisión, tal como Dios se la ha concedido al hombre, no le capacita a éste para elegir entre lo bueno y lo malo. El hombre no está creado para ser el "Hércules en la encrucijada". Lo malo no radica en la posibilidad de la criatura creada por Dios. Libertad de decisión es libertad de decidirse por lo único que la criatura puede decidirse, es decir, por aceptar a Aquel que la creó, por el cumplimiento de su voluntad, o sea por obedecer. Sin embargo, se trata de la libertad de decisión, y por eso amenaza aquí un peligro: Si la criatura hiciese otro uso de su libertad que aquel que es únicamente posible; si la criatura pretendiese salirse fuera de su propia realidad; si pecase, esto es, si quisiese "vivir para sí" o, mejor, "apartarse" de Dios y de sí misma, ¿qué otra cosa sucedería, sino que, hallándose en contradicción con la voluntad de Dios, tendría que caer con toda su desobediencia y con la imposibilidad de esa desobediencia, de esa posibilidad no prevista en la creación? De este modo le resulta al hombre una perdición el "ser" en el espacio y en el tiempo, y su devenir y perecer, así como también el aquí y el allá de su existencia, significarán para él forzosamente una desdicha. Ahora bien; su caída tendrá lugar en el nihil. ¿Podría ser de otro modo? Me refiero aquí a esto para poder hacer constar que todo ese terreno y campo que llamamos el mal (la muerte, el pecado, el demonio y el infierno) no es la creación de Dios sino, más bien, lo que está excluido por la creación de Dios, o sea aquello a lo cual Dios ha dicho que no. Y si existe una realidad del mal, podrá ser solamente la realidad de esa exclusión y de esa negación divina, la realidad a espaldas de Dios, ante la cual El pasó de largo, en tanto creó el mundo y lo creó bueno. "Y vio Dios todo lo que había creado y he aquí era bueno en gran manera" (Génesis 1:31). Lo que no es bueno, tampoco ha sido creado por Dios y no posee el ser de lo creado, sino que si se le quiere llamar siquiera "ser", en lugar de preferir decir que "es lo que no es", lo denominaríamos, únicamente, el poder del ser surgido de la potencia del No divino. No nos está permitido buscar las tinieblas en Dios mismo; porque Él es el padre de la luz. Si empezamos a hablar de un Deus absconditus, estaremos hablando de un ídolo. El Dios creador es Aquel que concede a su criatura el "ser". Todo lo que es, todo lo que es real en verdad, lo es por ese favor de Dios.
La Palabra de Dios es la fuerza de todo el "ser" de la criatura: Dios crea, gobierna, y conserva la criatura como escenario de su gloria. Con esto quisiera llamar la atención hacia el fundamento y al objeto de la creación, cosas que, en el fondo, son una sola.
El fundamento de la creación es la gracia de Dios, y el hecho de que haya una gracia divina es real y se nos hace presente, vivo y potente en la Palabra de Dios. Al hablar Dios hoy y ayer en la historia de Israel, en Jesucristo, en la fundación de la Iglesia de Cristo, al hablar Dios hasta nuestros días, y al seguir hablando El en todo el futuro, la criatura era y es y será. Aquello que es, es por serlo, no por sí mismo, sino por la Palabra de Dios y a causa de la Palabra, y asimismo, según el sentido y la intención de ella: Hebr. 1:2: "Dios lleva todas las cosas (ta panta) por su palabra". (Véase Juan 1:1-2 y Col. 1). El universo ha sido creado por Él, por causa suya. La palabra de Dios testimoniada en la Biblia, la historia de Israel, de Jesucristo y su Iglesia, es lo primero, mientras que lo secundario es el mundo entero con sus luces y con sus sombras, sus abismos y sus cimas. El mundo "es" por la palabra. ¡Qué cambio tan maravilloso de nuestro pensar! No hay que dejarse confundir por la dificultad del concepto del tiempo que podría deducirse de esto. El mundo fue formado, fue creado y llevado por el niñito nacido en Belén, por el hombre que murió en la cruz del Gólgota y resucitó al tercer día. He aquí la Palabra Creadora, por la cual han sido hechas todas las cosas. De aquí procede también el sentido de la creación, y por eso dice la Biblia al principio: "En el principio creó Dios los cielos y la tierra, y Dios dijo: Hágase...” ¡Oh, ese inaudito-hablar de Dios en aquellos extraños primeros capítulos de la Biblia! No se piense que cuando Dios habló así, nos hallamos ante la palabra mágica de un "Todopoderoso" que de esa manera hizo surgir los mundos, sino hay que escuchar y saber que Dios habla concretamente, según testimonia la Sagrada Escritura; y en tanto eso era la realidad de Dios desde un principio, se hizo todo cuanto existe: La luz y el cielo, la tierra, las plantas y los animales y, por último, el hombre.
Si inquirimos el fin de la creación, preguntando: — ¿Y para qué todo eso, el cielo y la tierra y las criaturas?; yo no sabría contestar sino esto: —Para ser el escenario de la gloria divina (Isaías 43:7). He aquí el sentido de ello: que Dios sea glorificado. Doxa, gloria, significa sencillamente: Revelarse. Dios quiere hacerse visible en el mundo y, así considerado, el crear es un "hacer" de Dios lleno de sentido. "He aquí, todo era muy bueno". A pesar de todas las objeciones que puedan hacerse contra la realidad del mundo, la bondad de éste consiste, indiscutiblemente, en que puede ser el escenario de la gloria de Dios, y el hombre el testigo de dicha gloria. Hemos de desistir de querer saber de antemano lo que es la bondad y no hemos de murmurar si el mundo no corresponde a ella. El mundo es lo bastante bueno para aquello que Dios lo ha hecho. Por eso dice de él Calvino que es "el teatro de su gloria" (theatrum gloria; Dei). El hombre, empero, es testigo y puede presenciar cómo Dios es glorificado, pero no solamente como testigo pasivo, sino que él debe también dar fe de lo que ha visto. Así es la naturaleza del hombre, el cual está capacitado para ser precisamente eso: Testigo de las obras de Dios. Esta intención divina le "justifica" a Dios como Creador.
SOLI DEO GLORIA
REV. RUBEN DARIO DAZA
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