miércoles, 2 de noviembre de 2011

TEOLOGIA DOGMÁTICA: DIOS, EL PADRE - CAP. VI





Capítulo VI

DIOS, EL PADRE


El Dios Único es por naturaleza y por toda eternidad el Padre, origen de su "Hijo y, unido a éste, origen del Espíritu Santo. En la potencia, de esa manera suya de ser, es El, por pura gracia, el Padre de todos los hombres, a los cuales El aquí, en la tierra, llama a ser hijos suyos en su Hijo y por medio de su Espíritu.
(Leonardo Boff, en su libro “La Trinidad, La Sociedad y La Liberación).

 
“Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová UNO es (Deut.6:4).
 “Jehová es Dios, y no hay otro fuera de ÉL” (Deut.4:35).
 No hay Dios sino yo. No hay Fuerte; no conozco ninguno (Isaías 44:8).
 Yo soy Jehová, y ninguno más hay; no hay Dios fuera de mí…para que se sepa desde el nacimiento del sol, y hasta donde se pone, que no hay más que yo; yo Jehová, y ninguno más que yo (Isaías 45:5-6).
  
El Dios único, el Dios en las alturas es el Padre. Al pronunciar esta palabra y decir Padre con el primer artículo del Credo, hemos de poner la atención inmediatamente en el segundo artículo: Él es el Hijo. Pero también miraremos en seguida el tercer artículo: El es el Espíritu Santo. Es decir: Él es el sólo Dios, al cual se refieren los tres artículos del Credo. No son tres dioses, ni se trata de un Dios dividido y separado en sí mismo. La Trinidad no nos habla de tres dioses, sino que precisamente, la Trinidad (así lo entendió siempre la Iglesia Cristiana y jamás halló otra cosa en la Biblia) habla con verdadero énfasis de un solo y único Dios. No vayamos a pensar que aquí se trata de una cuestión histórica, antes al contrario; todo depende de que el contenido de los tres artículos del Credo no puede ser separado y de que lo expuesto en ellos acerca de Dios creador y actuante en Jesucristo y operante como Espíritu Santo, no se refiere a tres departamentos divinos, cada uno con un "director" distinto. De lo que se trata es de una sola obra realizada por un solo Dios, pero dicha obra se mueve en sí misma. El Dios, en el cual creemos los cristianos, no es un Dios muerto y solitario, sino que por ser el Único no se halla solo en sí mismo, en su majestad divina, en las alturas y, por consiguiente, la obra suya, en la que él nos encuentra y en la que nosotros, por nuestra parte, podemos reconocerle, es una obra movida y viva, o sea que Dios es en sí mismo, por naturaleza y por toda la eternidad, para nosotros que estamos en este mundo, el solo Dios en tres modos del Ser.
 
LA VIDA ES UN MISTERIO QUE TRASCIENDE NOTABLEMENTE LA EXISTENCIA HUMANA Y CON ELLA DIOS PRESENTE EN CADA MISTERIO DEL HOMBRE, EN CADA INSTANTE DE LA VIDA; ES POR ESO QUE EL HOMBRE SIGUE ESPECTANTE ANTE EL MISTERIO, SIGUE VIGENTE LA PREGUNTA POR EL SENTIDO DE LA VIDA... DIOS EL MISTERIO DE MISTERIOS POSIBLE PARA EL HOMBRE.

El lenguaje de la iglesia antigua dice que es un Dios en tres personas y, dado el concepto de persona que sustentaba la antigua iglesia, esa frase es indiscutible. En el uso latino y griego, "persona" significa exactamente eso que acabo de denominar diciendo "modo de ser". Hoy, sin embargo, cuando decimos "persona", nos imaginamos sin querer, y casi sin poderlo evitar, algo así como un ser semejante a nosotros. Precisamente, esa idea nuestra impide describir adecuadamente lo que es Dios Padre e Hijo y Espíritu Santo. Calvino se burla en cierta ocasión, diciendo que no se debe imaginar al Dios trino como lo han representado todos los pintores, mostrando tres hombrecillos ("marmousets"). Eso, naturalmente no es la Trinidad. Al referirse la Iglesia al Dios trino, quiere decir que Dios no lo es sólo de un modo, sino que es tanto el Padre como el Hijo y como el Espíritu Santo. Tres veces, pues, El solo y El mismo; triple, pero sobre todo trino, y siempre El, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, en sí mismo y en las alturas y en su revelación.

           Esto lleva a afirmar que Él en sí mismo, por naturaleza y por toda eternidad, es el Padre, y por todas esas razones nuestro Padre, ya que nosotros somos criaturas suyas. Es, por consiguiente, falso suponer que, primero, existe la paternidad humana y después una paternidad que puede llamarse divina. Más bien sucede todo lo contrario: la verdadera y propia paternidad es la divina y de ella procede lo que nosotros llamamos paternidad. La paternidad divina es la causa primaria de toda paternidad natural, como lo dice la Epístola a los Efesios: "Toda paternidad en los cielos y en la tierra proviene de Él." (Efesios 3:15) [4]


Fijémonos bien, sobre todo, en que cuando llamamos a Dios "Padre" y "Padre Nuestro" decimos acerca de Dios algo que tiene su valor y que es verdad. Y es verdad en lo más profundo de la naturaleza divina y hasta lo más profundo también de toda la eternidad. Dios es el Padre, y lo mismo podría decirse, respectivamente, del Hijo y del Espíritu Santo. Por consiguiente, el nombre de "Padre" que recibe Dios, no es un mero nombre adjunto que queremos mencionar los hombres como si pensáramos: el hombre pretende conocer algo así como una paternidad, algo semejante en sí a la relación de sí mismo con su padre carnal, y por eso aplica esa relación a Dios, considerando siempre que su propio ser humano es, en el fondo, completamente distinto y que nada tiene que ver con lo que nosotros solemos llamar paternidad. El que Dios sea el Padre tiene su valor con vistas a su revelación y con vistas a nosotros mismos; pero Dios es por naturaleza y en eternidad algo que nosotros no sabemos. No obstante. Él, saliendo de ese misterio propio, se nos presenta y entonces se hace así nuestro "Padre". Es seguro que esto no basta para describir la cuestión de la que aquí realmente se trata. Cuando la Sagrada Escritura, y con ella la Confesión de Fe de la Iglesia, denomina a Dios "Padre", quiere decir que Dios es en primer lugar Padre.

Viendo nosotros a Dios como Padre hasta lo más profundo, reconociéndole como tal y pudiendo llamarnos hijos suyos, es como pensamos la verdad, pero no una verdad cualquiera, sino la primera verdad, la verdad propiamente dicha.


Dios Padre: Nos referimos, al decirlo, al modo de ser de Dios, fuente y origen de otro modo de ser divino, de un segundo modo de ser, distinto del primero y que, sin embargo, es su modo de ser propio y en su debilidad igual a Él. Dios es Dios del modo en que es Padre, Padre de su Hijo, y en tanto Él mismo se impone dicho Hijo y por sí mismo es una vez más Dios. Por sí mismo impuesto, pero no creado por sí mismo (¡El Hijo no ha sido creado!): pero esta relación entre Padre e Hijo no agota todavía La realidad, es decir, la naturaleza divina. No es cierto que ese imponerse y ser impuesto de Dios amenace la unidad divina; porque se trata del Padre y del Hijo juntos que, por tercera vez, reafirman la unidad di Dios en el Espíritu Santo: Dios el Padre y Dios el Hijo son juntamente el origen del Espíritu Santo. Spiritus qui proccdit a Patre Filioque [5]. He aquí lo que esas buenas gentes de la Iglesia Oriental no han entendido nunca por completo; el que engendra y el engendrado son juntamente el origen del Espíritu Santo, y de esta manera, el origen de su unidad. Se ha denominado al Espíritu Santo Vmcuhím caritatis [6]. La unidad existe porque Dios es el Padre y el Hijo, pero no existe "aunque" Dios sea el Padre y el Hijo. Por consiguiente, al ser Dios Aquel que se impone a sí mismo y que es por sí mismo, es decir, el Dios en su divinidad, resulta que es distinto en sí mismo y sin embargo en sí mismo igual. De aquí que tampoco se encuentre solitario en sí mismo. El no necesita del mundo, y la plenitud de la acción y de la comunión se encuentra en El mismo, ya que El es Dios trino. El es el movimiento y el reposo. Todo aquello que El es para nosotros: el Creador, el que se nos ha entregado en Jesucristo y el que nos une consigo en Espíritu Santo; se nos presenta ahora como su libre gracia y como la superabundancia de su plenitud. ¡Y conste que todo esto no nos lo diría Dios a nosotros por obligación, sino que es el efecto de su misericordia desbordante! Dios no quiere retener para sí lo que Él es, sino que desea ser para nosotros también lo que Él es en toda eternidad.

Precisamente el hecho de que Dios sea Padre nos dice cómo es el actuar económico del Padre, es decir cual es la manera de cómo se despliega en el mundo, del cómo aparece, cómo se nos muestra, qué es lo que hay detrás de su manera de proceder, cómo es su búsqueda y su encuentro con el ser humano, de hecho podríamos sintetizar la Historia de la Salvación como el modo de cómo Dios deja ver su Paternidad, y ese acontecimiento se radicaliza en la persona de Jesús, de hecho, si hay una percepción física, que va más allá de toda especulación es la que nos muestran los evangelios en el mismo Jesús. A la Trinidad nos acercamos por Jesús, de hecho es él quien experimenta de modo radical lo que significa ser Hijo, por la manera como el Padre es Padre.



Isaías 49: 15-16
“¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, Yo nunca me olvidaré de ti. He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida (Tatuada); delante de mí están siempre tus muros.” 

Si en algún momento en la história Salvífica Dios no se deja ver con toda la claridad que el hombre quisiera, pero esta paternidad supera las cuestiones meramente genéricas, me explico, no es una referencia a lo masculino como fortaleza, como dominio y autoridad, es una paternidad que se entrelaza con la maternidad, que es protección pero que también es acogida, sustento en los afectos para dar afectos (Isaías 49:15-16). Es una paternidad constituída en la radical necesidad de sentir al otro, porque ese otro es posibilidad de reconocerme y de intercambio de los afectos  y manifestaciones de ternura. Es allí donde nace una experiencia de liberación, el Padre libera porque enseña a no cerrarse en la vaciedad del propio egoísmo, porque su sola experiencia, lo que nuestra percepción nos dice de Él, es que llama a la vida comunitaria, al contacto con el rostro de los otros, para poder profundizar, precisamente, cómo es que actúa el Dios que es Padre, y que siéndolo nos libera. En este caso liberar no es más que salir de los límites de nosotros mismos, expandir el horizonte de comprensión, allí mismo en donde aparece el Padre como afectiva con sus actos salvadores que a su vez es efectiva.


Nosotros no podemos echar mano de esa verdad de que Dios, usando del poder de su eterna paternidad, por pura gracia y no porque sea su metier (oficio) [7],  quiera ser también nuestro Padre. Por ser Él lo que es, también su obra resulta forzosamente una obra paternal. El que Dios se haga creador de otro distinto de Él, en comparación con su Hijo; el que Dios mismo quiera interceder por ese otro, significa exactamente que Él nos permite participar de Él mismo. "Somos partícipes de la naturaleza divina". (2 Pedro 1:4). Todo esto, y nada menos, es lo que decimos al nombrar a Dios nuestro Padre, lo cual bien podemos hacerlo por nombrarse Él también así en su Hijo. Porque el hombre, como tal, no es hijo de Dios, sino criatura de Dios; él es factus pero no genirus [8] . Esa criatura denominada hombre se halla en todas partes en actitud rebelde contra Dios, es un "sin-Dios" y sin embargo es hijo de Dios. A Dios solo, a su obra soberana, a su condescendencia y su misericordia, se debe el que podamos ser hijos suyos. ¡Y lo somos! Lo somos porque Él es un Padre y porque Él nos ha hecho hijos suyos. Somos sus hijos en su Hijo y por el Espíritu Santo, es decir; no a causa de una relación directa entre nosotros y Dios, sino únicamente porque Dios, por impulso propio, nos permite tomar parte en su naturaleza, en su vida y en su esencia.


Por voluntad de Dios y por su designio, está comprendida en su esencia y en su engendramiento del Hijo su relación para con nosotros. Y así es cómo nosotros podemos llamarnos hijos en el Hijo, por medio del Espíritu Santo, esto es, por medio del mismo "áncidicm caritatis"que une al Padre y al Hijo. En ese modo de ser de Dios como Espíritu Santo (aquí tenemos nuevamente el Decreto eterno de Dios) está comprendida nuestra vocación: De ti se trata, para ti es y en tu beneficio resulta lo que Dios es y hace en su Hijo. Lo verdadero en la naturaleza de Dios, se hace verdadero también en el tiempo. ¡Se trata, pues, ni más ni menos, de una repetición de la vida divina, una repetición que nosotros no podemos lograr ni tampoco apropiarnos, pero que Dios permite tenga lugar en el terreno de lo creado, es decir ¡fuera de la divinidad! ¡Gloria sea a Dios en las alturas! He aquí lo primero que pronunciamos al llamar a Dios nuestro Padre. Y "paz en la tierra", porque Él no es el Padre sin el Hijo; y porque ambos están en favor nuestro, se nos anuncia: "buena voluntad para con los hombres".

SOLI DEO GLORIA
REV. RUBEN DARIO DAZA

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[4]Ef. 3:15.
[5] El Espíritu que procede del Padre e, igualmente, del Hijo.
         [6] Vínculo del amor.
            [7] Metier: oficio.

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