martes, 25 de octubre de 2011

TEOLOGIA DOGMÁTICA: CREER ES CONOCER


Fe y razón no se excluyen y permiten llegar a Dios.


Capítulo III


CREER ES CONOCER


La fe cristiana es la iluminación de la razón, iluminación por la cual los hombres son libertados para vivir en la verdad de Jesucristo y con ello para estar también seguros del sentido de su propia existencia y del motivo y fin de todo cuanto sucede.


Quiero llamar la atención el relieve que toma aquí el concepto de la razón. Lo empleo intencionadamente. No fue ningún profeta, sino Mefistófeles, quien proclamó: "¡Desprecia la razón y la ciencia del hombre la mayor potencia !". Ni la cristiandad, ni los teólogos sabían bien lo que se hacían tantas veces como, movidos por cualquier entusiasmo o concepción teológica, se pasaron al campo de los enemigos de la razón.

La Palabra campea sobre la Iglesia Cristiana, como la suma de la revelación y la obra de Dios, que constituye su fundamento. "El Verbo se hizo carne". El logos se hizo hombre. La predicación de la Iglesia es palabra, lenguaje, discurso; pero no de una manera casual, caprichosa, caótica e incomprensible, sino lenguaje y discurso que elevan la pretensión de ser verdaderos y de oponerse con la verdad a la mentira.

¡No nos dejemos arrebatar la claridad de esta posición en que estamos! Tocante a la palabra que la Iglesia tiene que anunciar, no se trata de la verdad en sentido provisional o secundario, sino en el sentido primario de la palabra misma; se trata del logos, el cual se muestra y revela a la razón humana, al nus (mente) humano, como logos, esto es, como sentido, como verdad recognoscible. En la palabra de la predicación cristiana se trata de la ratio, la razón, en la cual también puede reflejarse y volverse a encontrar la ratio humana. La predicación de la Iglesia, así como la teología, no son ninguna charla, ningún balbuceo y ninguna propaganda, nada, en fin, que haya de tener que contestar a la pregunta: ¿Pero es, realmente, verdad lo que oímos, es así verdaderamente? Todos hemos padecido lo nuestro con una cierta clase de sermones y pláticas edificantes que mostraban, ciertamente, que puede hablarse enfáticamente y con mucha retórica, pero que no hubieran resistido la sencilla pregunta acerca de la verdad de lo dicho.

El Credo en que se formula la fe cristiana se funda en el conocimiento, y allí donde se pronuncia, y confiesa es para crear nuevamente conocimiento. Porque la fe cristiana no es irracional, ni antirracional, ni supra racional, sino racional. La, Iglesia, que pronuncia el credo y que se presenta con la enorme pretensión de predicar y anunciar la Buena Nueva, tiene su origen en que ha oído algo y que por consiguiente quiere que se vuelva a oír lo que ella oyó. Malos tiempos fueron siempre en la Iglesia Cristiana aquellos en los que la historia de la dogmática y la teología separaron la gnosis y la pistis (el conocimiento y la fe). Porque la pistis, bien entendida, es gnosis, y el acto bien entendido de la fe es también un acto del conocimiento. Creer es conocer.

Una vez dicho esto, es preciso aclararlo. Tocante a la fe cristiana, se trata de una iluminación de la razón.

La fe cristiana tiene un objeto, al cual se refiere, y ese objeto es Dios, el Padre, Hijo y Espíritu Santo, de los cuales habla el Credo. Pero corresponde ciertamente al carácter de ese objeto, es decir, a la naturaleza del Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, que no puede reconocérsele por medio del conocimiento humano, sino que es perceptible y se advierte, únicamente, gracias a la libertad, la decisión y la acción mismas de Dios. Lo que el hombre alcanza a conocer por sus propias fuerzas y en la medida de su capacidad natural, su razón y su sentimiento será todo lo más una especie de ser superior, un ser absoluto, el contenido de una fuerza puramente libre, de un ser que está por encima de todas las cosas. Ese ser absoluto y sublime, eso último y más profundo, esa cosa en sí, no tiene nada que ver con Dios, sino que corresponde a las intuiciones y posibilidades limitadas del pensar y construir humanos. El hombre puede pensarse ese ser; pero con ello no se ha pensado todavía a Dios. Sólo cuando Dios se da a conocer en virtud de su propia libertad, puede ser pensado y conocido. Luego hablaremos de Dios, su esencia y naturaleza, pero ahora habría que decir ya lo siguiente: Dios es siempre Aquél que en su, propia revelación se ha dado a conocer a los hombres, pero no es Aquél que el hombre se figura y califica de Dios

En la cuestión del conocimiento se diferencian claramente el Dios verdadero y los dioses falsos. El conocimiento de Dios no es cuestión de una posibilidad discutible, sino que Dios es el compendio de toda realidad y, por cierto, de la realidad que se nos revela por sí misma. El conocimiento de Dios se realiza cuando sucede prácticamente que Dios habla: cuando Él se muestra a los hombres de manera que éstos no puedan oírle o dejar de verle; cuando el hombre se halla en una situación en la cual no se entiende va a sí mismo, una situación no provocada por él y en la cual se halla ante el hecho de que vive con Dios y Dios con él porque así le ha agradado a Dios mismo. El conocimiento de Dios se realiza cuando tiene lugar la revelación divina, la iluminación del hombre por Dios, la superación del conocimiento humano y la enseñanza del hombre por medio de ese incomparable maestro.

Antes partimos de que la fe cristiana es cuestión de un encuentro. La fe cristiana y el conocimiento de la misma se realizan cuando la razón divina, el Logos divino, implanta su ley en el espacio de la razón humana, y a esta ley ha de someterse la razón humana propia de la criatura. Al suceder esto, llega el hombre al conocimiento; porque en tanto Dios implanta su ley en su pensar, en su ver y oír, sucede la revelación de la verdad del mismo hombre y de su razón, se llega a la revelación del hombre, como el que no puede lograr lo que Dios por sí mismo ha logrado.

¿Puede ser conocido Dios? Sí; Dios puede ser conocido, ya que es prácticamente cierto y verdadero que El se da a conocer por sí mismo. Cuando tal cosa sucede, el hombre es libertado, tiene el poder y es capaz (para sí mismo se es él un misterio) de conocer a Dios. El conocimiento de Dios es un conocimiento causado y determinado puramente por su objeto. Y precisamente por eso es verdadero conocimiento, pues en su significado más profundo es un conocimiento libre. Por otra parte, naturalmente, tal conocimiento sigue siendo relativo y limitado por la barrera de lo creado. Justamente, del conocimiento ha de decirse que poseemos un tesoro celestial en vasos de barro. Allí donde se realiza ese verdadero conocimiento de Dios, imperará también la claridad de que no hay motivo para ningún orgullo; pues el hombre continúa siendo incapaz y la razón humana prosigue dentro de sus límites. Pero dentro de ellos, de lo limitado, le ha placido a Dios revelarse. Y en tanto el hombre continúa siendo necio, se convertirá en sabio; en tanto es pequeño, será grande; en tanto el hombre no basta, Dios es suficiente. "Bástate mi gracia porque mi potencia en la flaqueza se perfecciona."(2 Cor. 12:9). Esto también puede aplicarse a la cuestión del conocimiento.

En la tesis que encabeza el presente capítulo decíamos que en la fe cristiana se trata de la iluminación de la razón, iluminación por la cual los hombres son libertados para vivir en la verdad de Jesucristo. Para la comprensión del conocimiento cristiano de la fe es esencial entender que la verdad de Jesucristo es verdad de vida y su conocimiento es conocimiento de vida. Esto no quiere decir que volvemos a caer en la idea de que aquí no se trata, en realidad, del conocer. La fe es conocimiento, pues se refiere al Logos de Dios y es por consiguiente una cosa lógica. Además, la verdad de Jesucristo es también una verdad de hechos, en su más simple sentido. Dicha verdad tiene como punto de partida la resurrección de Jesucristo y es un hecho sucedido dentro del espacio y del tiempo, como nos lo describe el Nuevo Testamento. 

Los Apóstoles no se conformaron con hacer constar un hecho interior, sino que hablaron de lo que habían visto y oído y tocado con sus propias manos (1 de S. Juan 1:1). Por otra parte, la verdad de Jesucristo es, asimismo, cuestión de un pensar claro, ordenado en sí, y justamente por su sujeción, un pensar humano libre. Pero... no hay que separar las cosas: se trata de la verdad de la vida, de verdad vital. No basta el concepto del saber, de la ciencia, para describir lo que es el conocimiento cristiano, sino que hemos de volver a lo que en el Antiguo Testamento se llama sabiduría, —lo que el griego denominaba sophia y el romano sapientia—, para poder concebir el saber de la teología en su plenitud. Sapientia se diferencia del concepto, más estrecho, de ciencia. Sabiduría no se diferencia del saber por contenerlo también en sí, pero el concepto de sabiduría habla, además, de un saber práctico que comprende toda la existencia del hombre. Sabiduría es el saber, del cual nosotros podemos vivir prácticamente; es_ empina y es teoría; poderosa, en tanto es, al mismo tiempo, práctica, en tanto que consiste en el mismo saber que domina nuestra vida y que es, realmente, una luz en nuestro sendero. No es una luz que observar o admirar, ni tampoco una luz con qué encender toda clase de fuegos artificiales (ni aún tratándose de las más profundas especulaciones filosóficas), sino que es la luz en nuestro camino, la que ilumina nuestras acciones y palabras, la luz de nuestros días sanos y enfermos, la luz en nuestra pobreza y en nuestra riqueza, la luz que no brilla solamente en los momentos en que pensamos entenderlo todo mejor, sino que nos acompaña también en nuestra locura y que no se extingue cuando todo se apaga, cuando en la muerte se hace visible el fin de nuestra vida. A esa luz y al vivir de esa verdad se denomina conocimiento cristiano.

Conocimiento cristiano significa vivir en la verdad de Jesucristo. Según el apóstol Pablo (Hech. 17), nosotros "vivimos, somos, nos movemos" en la luz de esa verdad para poder salir de ella, estar en ella, e ir hacia ella, como dice en Romanos 11. Por consiguiente el conocimiento cristiano es, en el fondo, la misma cosa que lo que llamábamos confianza del hombre en la Palabra de Dios. No hay que dejarse llevar por la tentación de buscar separaciones y diferencias en esta cuestión. No existe ninguna confianza verdadera, ni ninguna confianza realmente duradera y victoriosa en la palabra de Dios que no esté fundada en la verdad divina. Por otra parte, no existe ningún conocimiento, ninguna teología, ninguna confesión e incluso ninguna verdad bíblica que no tenga en seguida el carácter de esa verdad de vida.

Siempre habrá que medir, examinar y conservar lo uno con lo otro. Justamente, al poder vivir como cristianos en la verdad de Jesucristo, y de esta manera en la luz del conocimiento de Dios, y por consiguiente con una razón iluminada, podremos estar seguros del sentido de nuestra propia existencia y del motivo y fin de todo cuanto sucede. Con esto se indica nuevamente esa ampliación enorme del horizonte: Conocer el objeto de la fe en su verdad, quiere decir, realmente, conocer todas las cosas, incluso el hombre, el cosmos y el mundo. La verdad de Jesucristo no es una de tantas verdades, sino la verdad universal, creadora de toda verdad, y esto de modo tan cierto como que es la verdad de Dios, o sea, la prima veritas, que es también la última veritas. Y es que en Jesucristo ha creado Dios todas las cosas, incluyéndonos a nosotros mismos. Nosotros no existimos sin El, sino en El, lo sepamos o no; y el cosmos entero no existe sin El, sino en El, llevado y sustentado por El, es decir por su palabra omnipotente: conocerle a El, significa conocerlo todo. El ser tocado y tomado por el espíritu dentro de ese campo, significa ser conducido a toda la verdad. El que crea y conozca a Dios, ya no podrá decir: ¿Qué sentido tiene mi vida?; sino que mientras cree, ya está viviendo el sentido de su vida, el sentido de ser criatura, el sentido de su individualidad dentro de los límites de su condición de criatura y de su individualidad; y en lo imperfecto de su existencia, en el pecado, en el cual él está y del cual él es diariamente y a cada hora culpable; pero también está viviendo con el apoyo que diariamente y a cada hora se le concede, en tanto Dios intercede en su favor, a pesar de todo y sin contar con ningún mérito. El hombre reconoce la misión que le ha sido concedida en conjunto; la esperanza que ha recibido por gracia con esa misión, gracia de la cual puede vivir; la grandeza de la gloria que le ha sido prometida y que ahora ya, aunque secretamente y a pesar de su pequeñez, le rodea. Todo el que cree reconoce este sentido de su existencia.

El Credo cristiano habla de Dios como del fundamento y fin de todo cuanto es. El fundamento y fin del cosmo entero se llama Jesucristo. Está permitido y es incluso obligado decir lo inaudito: Donde haya fe cristiana habrá también, en tanto existe la confianza en Dios, la más íntima familiaridad con el fundamento y fin de todo cuanto sucede y asimismo de todas las cosas; y el hombre vive, a pesar de todo cuanto parezca contrario, en la paz que sobrepuja a todo entendimiento, si esa paz es la luz que ilumina nuestra razón.


SOLI DEO GLORIA

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Capítulo I clique este link: http://teologiaycienciarubedaza.blogspot.com/2011/10/que-es-la-teologia-dogmatica-capitulo-1.html

Capítulo II clique este link: http://teologiaycienciarubedaza.blogspot.com/2011/10/credo-apostolico-creer-es-confiar.html?spref=fb

Capítulo IV clique este link:

2 comentarios:

  1. Apreciado Rev. Daza. Son pocos los blogs cristianos que tratan este tipo de temas Teológicos y Dogmáticos tan serios y profundos que Usted tan cuidadosamente trata sobre la fe y los contenidos verdaderos de la Iglesia. Creo en Dios y amo a la Iglesia, no tanto como la ama Jesus quien es su cabeza, pero pienso que necesitamos hombres y mujeres que publiquen este tipo de reflexiones para encaminarnos al verdadero sentido del cristianismo y a las Sendas Antiguas. Con esto quiero felicitarlo. No sabía que colombianos como usted produzcan este tipo de material preocupado por enseñar la verdadera doctrina de origen reformado. Saludos aqui desde el Guayaqui-Ecuador.

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  2. Cuando Dios te da una palabra, no importa el tiempo que pase, Él la va a cumplir. Cuando tu corazón está despierto a las cosas del Espíritu, no descartas la palabra que Dios ha declarado sobre tu vida. Pero, ¿cómo llegar a ese nivel de transformación, necesario para que se cumpla la palabra?

    Hay varias cosas imprescindibles para poder experimentar esa transformación. Tienes que tener fe, aprender a creer; y tienes que aprender a confiar, que no es lo mismo que creer. Confiar es otro nivel. De hecho, nadie pierde la fe; lo que la gente pierde es la confianza. Y tienes que aprender a obedecer. Tú obedeces porque confías, y confías porque crees. Tú no puedes obedecer porque crees; tú crees, confías y obedeces. Cuando aprendes a creer para confiar, para obedecer, entonces tu vida se transforma. Cuando tú aprendes a confiar en Dios, en que vas a ver cumplido en tu vida todo lo que Él te ha prometido, y comienzas a actuar, no meramente en lo que tú crees, sino en lo que confías, entonces eres capaz de obedecer hasta ver el cumplimiento de lo que Dios ha declarado sobre tu vida.

    El problema de Saúl fue el no obedecer. Saúl creyó, pero no aprendió a confiar en Dios, y como no confió, nunca obedeció. Y esto es lo que pasa a muchos. ¿Por qué es tan complicado obedecer a Dios? Porque para obedecer a Dios, tienes que obedecer a un hombre. Entonces, te dan un llamado, una unción, y piensas: ¿Quién es este para que yo le obedezca, si yo soy llamado y tengo unción? A Saúl lo ungen rey, y se cree más que el profeta; pero fue el profeta quien lo ungió; no hubiese llegado a ser rey, si el profeta no lo hubiera ungido. Así hay muchos que llegan a la iglesia y se les despierta el corazón, Dios los prospera, los bendice, pero luego dan la espalda, y ya no quieren obedecer ni confiar, porque ahora piensan que son sus talentos y sus habilidades los que le dieron lo que tienen.

    Afuera, todo el mundo cree en Dios. Cualquiera te dice “Dios te bendiga”, aunque sea ateo. Pero la pregunta no es si tú crees, la pregunta es si confías; y, si confías, la pregunta es si ya obedeces. El problema es que, para obedecer a Dios, es a través de un hombre que te da instrucciones. ¿Cómo puedes tú confiar en Dios, si el que te está dando la instrucción es un hombre que tú menosprecias porque ves más grandes tu talento y tu llamado?

    “22 Y Samuel dijo: ¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros.” 1 Samuel 15:22

    Saúl presentó una ofrenda, pero no esperó por el profeta, como Dios lo había establecido. Tú puedes dar todo el dinero que quieras dar de ofrenda, pero si no prestas atención y no obedeces, no sirve. Saúl no entendió que la mejor ofrenda que podía dar era obedecer, para que, cuando diera su ofrenda, tuviera resultado.

    “23 Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación. Por cuanto tú desechaste la palabra de Jehová, él también te ha desechado para que no seas rey.” 1 Samuel 15:23

    El problema de Saúl es que era un rebelde y un obstinado. Hay una gran diferencia entre el pecado de Saúl y el de David: David pecó contra los hombres; Saúl, contra Dios. David adulteró; y, aunque a Dios no le agrada el adulterio y lo condena, el efecto fue hacia sí mismo, y hacia otro de su misma condición. El problema de Saúl es que pecó hacia Dios; y Dios perdona el pecado que cometemos hacia los hombres, pero detesta cuando tú no obedeces ni confías en él. Por eso, Dios lo desechó. Saúl no había matado a nadie, no se había acostado con nadie, pero había una gran diferencia entre Saúl y David: Todo lo que Dios le decía a David que hiciera, David lo hacía, y lo hacía porque confiaba. Pero Saúl se llegó a creer más que los demás y, lamentablemente, comienza a desobedecer a Dios.

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