Capítulo XX
EL FUTURO DE JESUCRISTO JUEZ
El recuerdo que guarda la Iglesia es también su espera, y su mensaje para el mundo es también la esperanza del mundo. Porque Jesucristo, de cuya palabra y obra provienen la Iglesia, a sabiendas, y el mundo, sin saberlo, es el mismo que está viniendo al encuentro de la Iglesia y el mundo, como meta del tiempo que marcha hacia su fin; Jesucristo viene para hacer visible definitivamente y para todos la decisión que en él tuvo lugar: la gracia y el Reino de Dios; como medida con que están medidas la humanidad en general y cada existencia humana en particular.
"¡...de donde ha de venir para juzgar a los vivos y a los
muertos!" A los numerosos pretéritos perfectos y al presente gramatical
sigue ahora el futuro: el vendrá. El segundo artículo del Credo podría
resumirse en su totalidad en estas tres determinantes: el que ha venido, el que
está sentado a la Diestra del Padre, y el que vendrá. Permítame anteponer
algo acerca del concepto cristiano del tiempo. A nadie se le oculta que aquí
queda iluminado de un modo especial lo que en puro y buen sentido significa
verdadero tiempo: el tiempo a la luz del tiempo divino, de la eternidad.
El que Jesucristo haya venido (siempre perfecto gramatical)
correspondería a lo que llamamos el pasado. Pero es inapropiado decir de
lo sucedido en Cristo, que pertenece al pasado. Lo que él padeció e hizo no es,
precisamente, cosa pasada, al pasado pertenece, más bien, lo viejo, lo antiguo:
el mundo del hombre, del pecado y de la muerte. El pecado ha sido borrado y la
muerte vencida. El pecado y la muerte fueron; y toda la Historia Universal,
incluso la que ha seguido después de Cristo hasta nuestros días, ya fue. Todo
esto ha pasado en Cristo y lo único que cabe hacer es recordarlo.
Mas Jesucristo que padeció y resucitó de la muerte, está sentado
junto al Padre. Esto es la actualidad. En tanto él está presente igual que lo
está Dios, puede decirse ya, que retornará como aquel que fue. Aquel que es hoy
como fue ayer; será también mañana el mismo: “¡Jesucristo ayer y hoy y el mismo
por toda eternidad!". Siendo Jesucristo ahora lo que fue, es también, sin
duda, el principio de otro tiempo nuevo y distinto del que conocemos, un tiempo
en el que no hay nada perecedero, pero verdadero tiempo con su ayer, hoy y
mañana. Sin embargo, el ayer de Jesucristo es también su hoy y su mañana. No es
la atemporalidad, no es eternidad vacía lo que pasa a ocupar el lugar del
tiempo de Cristo.
Su tiempo no ha concluido, sino que continúa en el movimiento
del ayer al hoy, adentrándose en el mañana; su tiempo no tiene el terrible
carácter huidizo de nuestro presente. Jesucristo sentado a la diestra del Padre
no significa que ese estar suyo junto a Dios, ese estar sentado como dueño y
representante de la gracia y poder divinos frente a nosotros, los hombres,
tenga nada que ver con lo que neciamente solemos figurarnos la eternidad: un
estar sin tiempo. Si el Ser (estar) de Jesucristo a la diestra de Dios Padre es
verdadero Ser y, a fuerza de tal, la medida de todo Ser, entonces también será
Ser en el tiempo, si bien en otro tiempo que el que nosotros conocemos.
Si la
soberanía y gobierno de Cristo sentado a la diestra de Dios Padre constituye el
sentido de lo que tenemos a la vista como Ser de la historia de
nuestro mundo y nuestra vida, entonces no será ese Ser de Jesucristo un Ser
atemporal y la eternidad tampoco será eternidad atemporal. Temporal es la
muerte, y atemporal es la nada. Y los hombres también somos atemporales si
vivimos sin Dios y sin Cristo. En este caso no tenemos tiempo ninguno. Pero
Cristo ha vencido esa atemporalidad. Cristo tiene tiempo, la plenitud del
tiempo. Está sentado a la diestra de Dios como el que vino, obró y padeció y
triunfó de la muerte. Su estar sentado a la diestra de Dios no es algo así como
el extracto de esta historia, sino lo eterno en esta historia de Cristo en el
mundo.
Correspondiente
al Ser eterno de Cristo, es también su devenir. Lo que fue, viene; lo que
sucedió, sucederá. Cristo es alfa y omega, el centro del tiempo real, el tiempo
de Dios, que no es tiempo sin valor y pasajero. Tampoco es presente, como
nosotros lo conocemos; presente en el que cada "ahora" sólo es el
salto del nada-más a un todavía-no. ¿Podría ser el presente ese revolotear a la
sombra del hades? En la vida de Cristo nos encontramos con otra actualidad que
es su propio pasado, es decir, no se trata de una temporalidad, que conduce a
la nada. Y al decir que Jesucristo ha de volver, este retorno suyo no es
ninguna meta situada en lo infinito. Lo "infinito" es cosa
desconsoladora, no es un predicado divino, sino un predicado propio de la
creación caída. Ese final sin fin es terrible, es una imagen de la perdición en
que el hombre se halla. La situación del hombre es el precipitarse en lo que no
tiene objeto ni final. Este ideal de lo infinito nada tiene que ver con Dios.
Antes bien, al tiempo le ha sido impuesto un límite. Jesucristo es y trae el
tiempo real. Pero el tiempo Dios, al tener un principio y un punto medio, tiene
también una meta. El hombre se encuentra rodeado y sostenido por todos los
lados, y a esto se lo llama vida. La existencia humana se manifiesta así en el
segundo artículo: Jesucristo con su pasado, presente y futuro.
Al
mirar retrospectivamente la Iglesia cristiana a lo sucedido en Cristo, a su
primera parousía, a su vida,
su muerte y su resurrección; al vivir la Iglesia en dicho recuerdo, no se trata
de un mero recuerdo ni es eso que denominamos Historia. Lo que sucedió una vez
para siempre, posee, más bien, la fuerza del presente divino: Lo que sucedió,
sigue sucediendo y, como tal, volverá a suceder. La Iglesia cristiana con su
testimonio de Jesucristo va al encuentro del mismo lugar de donde procede; su
recuerdo es también su esperanza. Al presentarse la Iglesia al mundo, su
mensaje posee siempre a primera vista, el carácter de un relato histórico; la
Iglesia hablará de Jesús de Nazaret, que padeció bajo Poncio Pilatos, después
de haber nacido bajo el César Augusto. Mas, ¡ay, si el mensaje cristiano al
mundo queda reducido al anuncio de tal suceso! En este caso resultaría
inevitable que el contenido y objeto del relato sea un hombre, un hombre que
vivió una vez o una figura legendaria, objeto de recuerdo semejante en diversos
pueblos, o uno de tantos fundadores de religiones. Y de este modo, ¡cómo
resultaría el mundo engañado acerca de lo que fue y es la verdad, acerca, pues
de la Buena Nueva: "Cristo ha venido para reconciliarnos! ¡Alegría,
cristiandad! Y como dice este himno de Navidad, que las Iglesias Evangélicas de habla castellana conocen por "¡Oh,
santísimo, felicísimo, grato tiempo de Navidad...! Este
tiempo perfecto: "Cristo ha venido" ha de ser anunciado en su
actualidad al mundo, como esperanza del mundo y como aquello hacia lo que
también la Historia Universal se dirige en su rumbo. Por otra parte, podría ser
también que se entienda la fe cristiana como un esperar y como esperanza, pero
ese esperar quizá sea de carácter vacío y general: Se esperan, acaso, tiempos
mejores, circunstancias más favorables en la "aquendidad" o en forma
de otra vida en el llamado "El más allá" o la allendidad. ¡Es tan fácil
que la esperanza cristiana se diluya en el esperar indeterminado de cualquier
ensoñada gloria!... Y es que se olvida, lo cual únicamente será posible si
superamos al mundo en seguridad y confianza. Porque es el caso que el mundo
procede de Jesucristo sin saberlo, pero la Iglesia sabe que tiene su origen en
Cristo y su obra. Lo objetivo es que Jesucristo ha venido, ha pronunciado su
palabra y realizado su obra.
Esto
es una realidad, independiente de que los hombres lo creamos o no, y vale para
todos, para los cristianos como también para quienes no lo son. Cristo ha
venido: de este hecho procedemos nosotros y teniéndolo en cuenta hemos de
considerar el mundo. Es natural que el mundo sea "mundano"; pero es
el mundo en medio del cual Jesucristo fue crucificado y resucitó. También la
Iglesia procede de ahí y su situación, a este respecto, no difiere de la del
mundo. La diferencia consiste en que la Iglesia es el lugar donde esto se sabe,
y esa diferencia entre la Iglesia y el mundo es enorme.
Los cristianos tenemos
el privilegio de saber y de ver con los ojos abiertos la luz que resplandece:
la luz de la parousía. Y esto es obra especial de la gracia, obra de la que cada
mañana debemos y podemos gozarnos. Ciertamente, trátase de una gracia
inmerecida, pues los cristianos no son mejores que los "hijos del
mundo". Aquí se trata únicamente de que los cristianos muestren a los
otros que no saben algo de lo que ellos saben; se trata de que la pequeña luz
que han recibido resplandezca en el mundo. La Iglesia y el mundo tienen ante sí
a Aquel del cual ambos proceden. Y el milagro para ambos consiste en que este
objeto y fin de la esperanza no se halla en ningún lugar indeterminado, de modo
que nos viésemos obligados a abrirnos paso trabajosamente hasta allí, sino que
en el Credo se dice: venturus est! Nosotros no
tenemos que ir, sino que El viene. ¿Adonde podría conducirnos nuestro correr y
peregrinar por mucho que quisiéramos o aunque hubiéramos de hacerlo? ¿Iba a
ser, acaso, un camino la Historia universal con su gran animación, sus guerras
y armisticios o la Historia de la cultura con sus ilusiones e improbabilidades?
¡Es para sonreírse! Pero cuando El venga, El, el actuante, todo cuanto se
muestra tan pobre en nuestro "progresismo" aparecerá de otra manera.
La terrible necedad y debilidad de la Iglesia y del mundo caerán bajo la luz de
Cristo: "Cristo ha nacido". Vuelve a ser Adviento. El retorno de Cristo
es la vuelta de Aquel que fue. No ha de servir esto de disculpa que el
contenido y objeto propio de la espera cristiana es: El que viene. El que es, El que fue. Nosotros vamos al encuentro de
Aquel del cual venimos.
El
mensaje de la Iglesia ha de ser en sustancia esto también en las relaciones de
la Iglesia con el mundo. El mensaje no se refiere al vacío si pretende
despertar en el hombre el valor y la esperanza, sino que despertará ambos
poniendo la mirada en aquello que sucedió. El "¡consumado está!"
tiene pleno valor. El tiempo perfecto gramatical cristiano no es un imperfecto,
antes bien; el perfecto bien entendido tiene la fuerza del futuro. "En tu
mano están mis tiempos". Así es como se peregrina, a semejanza de Elías,
fortalecido por ese alimento cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de
Dios, que se llama Horeb. Todavía es peregrinación, aun no es la meta; ¡pero es
una peregrinación que parte de la meta! Así es como los cristianos tendríamos
que hablar a los no cristianos; en vez de hallarnos entre ellos como aves
plañideras, hemos de movernos con la seguridad de nuestra meta, seguridad que
supera a todas las demás. Sin embargo, ¡cuántas veces nos sentimos avergonzados
junto a los "hijos de este mundo" y cómo nos vemos obligados a
comprender que nuestro mensaje no les baste! Todo el que sepa eso de "en
tus manos están mis tiempos" no mirará con orgullo a los hombres "del
mundo" que siguen su camino con una esperanza determinada, que muchas
veces nos avergüenza, sino que los comprenderá aún mejor de lo que ellos se
comprenden a sí mismos. En la esperanza de ellos habrá un símil, una señal de
que el mundo no se encuentra abandonado, sino que tiene un principio y una
meta. Los cristianos hemos de colocar dentro de ese pensar y esperar seculares
el alfa y la omega verdaderas. Aquí tenemos imágenes, pero imágenes de
postreras realidades que, en todo caso, indican: Esto ya no sucede ocultamente,
sino simplemente como cosa manifiesta. Y nadie se llamará a engaño en vista de
que ello será patente realidad. Así vendrá Cristo. ¡Desgarrando los cielos se
presentará ante nosotros como Aquel que está "sentado a la diestra del
Padre"! Viene poseyendo y ejercitando la omnipotencia divina; viene como
Aquel en cuyas manos está determinada nuestra existencia entera. A él le
estamos esperando; y él viene y se manifestará como Aquel al cual ya conocemos
ahora. Todo ha tenido ya lugar; únicamente se trata ahora de que el velo sea
levantado para que todos puedan verlo. Él lo ha consumado ya y él tiene el
poder de revelarlo. En sus manos está el tiempo real, y no aquel tiempo sin fin
en el cual jamás se tiene tiempo.
Ahora
ya puede estar ahí esa plenitud, para la locura de los gentiles ni la debilidad
de la Iglesia, pero lo uno y lo otro se adentra en el resplandor de la
Resurrección: "Al mundo perdido, Cristo le ha nacido". Mas no sólo ha
intercedido Cristo por nosotros, sino que volverá a interceder. Así es cómo la
existencia humana y cristiana es sostenida por su principio y por su final.
Cristo no se avergonzó, ni se avergonzará de ser nuestro hermano...."de
donde vendrá..." El contenido de ese "de donde" es ante todo,
que el saldrá de lo oculto, donde Él todavía se halla para nosotros, donde él
es anunciado y creído por la Iglesia y donde él sólo está presente para
nosotros en su palabra. El Nuevo Testamento manifiesta acerca de esa futura
venida de Cristo: "Vendrá en las nubes con gran potencia y gloria" y
"como el rayo que sale del este hacia el oeste, así será la parousía del
Hijo del Hombre"
Nuestro
porvenir consiste en que se nos señala que lo habido en nuestra existencia y en
nuestra pésima Historia Universal y (¡oh, maravilla!) en la Historia - todavía
peor – de la Iglesia; todo ello fue justo y bueno. Nosotros no lo vemos. Lo que
se lee en algunos historiadores sobre “La História de la Iglesia” no es
bueno y tampoco es bueno lo que se lee en la prensa diaria. Y sin embargo,
alguna vez se pondrá de manifiesto que todo ello era bueno porque Cristo estaba
en medio de todos los acontecimientos. El gobierna sentado a la diestra del
Padre. Esto saldrá a la luz y entonces serán “borradas todas las lágrimas”. He
aquí el milagro a cuyo encuentro tenemos el privilegio de dirigirnos y que nos
será mostrado en Jesucristo como cosa que ya es, cuando él venga en su gloria,
como un relámpago que brilla desde el Este hasta el Oeste.
“…..para
juzgar a los vivos y a los muertos”. Para entender esto debidamente conviene,
seguramente, no pensar en seguida en ciertas imágenes relativas al Juicio Final
y esforzarse en lo posible para dejarlas a un lado así como también lo que
ellas describen. Así, la pluralidad de visiones que del Juicio Final han
representado los grandes pintores (Miguel Ángel en la capilla Sixtina, por
ejemplo): Cristo se presenta con los puños apretados separando a los hombres a
derechas e izquierdas; y la mirada queda fija en los condenados. Los pintores
han imaginado, en parte, con voluptuosidad cómo se hunden los condenados en el
lago ardiente infernal. Decididamente, no se trata de eso. El Catecismo de
Heidelberg pregunta en la pregunta Nº 52: “¿Cómo te consuela el retorno de
Cristo para juzgar a los vivos y a los muertos?" Respuesta: "Que yo,
en toda tribulación y persecución espero con la cabeza alta venga de los cielos
el juez que, primero, se sometió en mi lugar al juicio de Dios y quitó de mí
toda maldición..." Aquí se habla, pues, en tono diferente: la venida de
Cristo para juzgar a los vivos y a los muertos es un mensaje de gozo. El
cristiano, la Iglesia, puede y debe mirar hacia ese porvenir "Con la
cabeza levantada" porque ese que viene es el mismo que antes se ofreció
sometiéndose al juicio de Dios. Y nosotros estamos esperando su retorno, ¡Oh,
si Miguel Ángel y los demás artistas hubieran tenido el privilegio de oír y ver
esto!
En el Nuevo Testamento se llama
repetidas veces a la segunda venida de Jesucristo como juez, esto es, a su
manifestación definitiva y general, la revelación. Él se revelará, no sólo a la
Iglesia, sino a todos, como el que es. Quiere decir esto que ahora ya es él el
juez sin que haya de esperar serlo en su retorno; cuando este teñirá lugar, se
manifestará que no se trata de nuestro Sí o No, ni de nuestro creer o no creer.
Entonces saldrá a la luz con toda claridad y públicamente el "¡consumado
está!" Esto es lo que está esperando, a sabiendas, la Iglesia y esto es
también lo que espera el mundo sin saberlo. Todos los hombres vamos al
encuentro de la revelación de eso que ya es. Todavía no parece que la gracia y
justicia divinas sean realmente la medida con que se mide a la humanidad entera
y al individuo en particular; todavía se duda y se teme que dicha medida no
tenga verdaderamente tal valor; todavía hay lugar para la justicia por las
obras y la jactancia de los piadosos y los impíos; todavía parece que todo es y
será de otra manera. La Iglesia predica a Cristo y anuncia la decisión que en
él y por él ha sido ya tomada. Pero la Iglesia también vive aún en este tiempo
que marcha hacia su fin, y también ella, ostenta todas las señales de una gran
fragilidad. ¿Qué traerá el futuro? No un nuevo cambio histórico, por cierto,
sino la revelación de lo que ya es. El futuro es verdadero futuro, pero este
futuro es el de aquello de lo que la Iglesia recuerda, aquello que sucedió de
una vez para siempre. El alfa y la omega son lo mismo. El retorno de Jesucristo
dará la razón a Goethe, que dice: "De
Dios es el Oriente, de Dios el Occidente, tierras del Norte y del Sur reposan
en sus manos".
En
el mundo de las ideas bíblicas el juez no es, en primer lugar, alguien que
recompensa a éstos y castiga a aquéllos; sino el varón que vela por el buen
orden y restablece lo destruido. Por nuestra parte, podemos ir
incondicionalmente confiados al encuentro de ese juez, de ese restablecimiento
o, mejor, de la revelación de ese restablecimiento, porque Él es el juez, y
podemos hacerlo incondicionalmente confiados porque, ciertamente, provenimos de
su revelación. El presente en general parece tan poca cosa y no acaba de
satisfacernos, y lo mismo nos sucede con el presente de la Iglesia y la
cristiandad. Alas la cristiandad puede y debe, precisamente, ser llamada una y
otra vez para que vuelva n su principio o sea, al mismo tiempo, al encuentro
del futuro de Jesucristo, que es el futuro radiante y glorioso de Dios mismo,
el Cual es el mismo ayer y hoy y, por consiguiente, también mañana. Nada se
resta a la seriedad de la idea del Juicio, pues en él se revelará que la gracia
y justicia de Dios son la medida con que se mide la humanidad entera y todo
hombre en particular. Veturus
indicare: Dios sabe todo lo que es y sucede. Con razón, nos quedamos
sobrecogidos, v en tanto es así no pueden ser consideradas vacías y vanas
aquellas visiones artísticas del Juicio Final antes mencionadas. Todo lo que no
proceda de la gracia y justicia divinas, no puede subsistir. Posiblemente, irá
a parar a las más profundas tinieblas muchísimo de lo que consideramos
"grandeza" humana y cristiana. Porque la existencia de un No divino
así está determinada, sin duda, en ese indicare. Tan pronto como concedemos
esto, estamos obligados a volver a la verdad que dice: el Juez que pone a los
unos a la derecha y a los otros a la izquierda no es otro que aquel que por mi
causa y en lugar mío se ofreció al juicio de Dios y me libró de toda maldición;
es Aquel que murió en la cruz y resucitó al tercer día de entre los muertos, y
el temor de Dios en Jesucristo no puede ser otro que el que se halla en el gozo
y la confianza que interroga en el Catecismo de Heidelberg: "¿Cómo te
consuela y anima el retorno de Cristo?" Esto no conduce a ninguna apocatástasis * porque
existe una decisión sobre los hombres y una separación entre ellos, pero ambas
existen sobre Aquel que ocupó va nuestro lugar. ¿Podría haber hoy ya más
radical separación y más imperativo llamamiento que, precisamente, el mensaje
anunciando a dicho juez?
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*Apocatástasis: restablecimiento de todas las cosas, que incluye tácitamente el perdón general a todos los hombres que se adhieren al proyecto de Dios y se tornan hijos amados en Cristo Jesus.
** La “aquendidad” es aquello que se ve, se toca, se muestra.Es todo lo que constituye la parte visible y demostrable de la vida cristiana de la iglesia, y se expresa en el acto del compartir el pan, en adorar, en lo que está del lado de acá sometido a la percepción y demostración inmediata, aquello de la vida del creyente y de la iglesia que se capta, que se ve; mientras la “allendidad” es lo que forma parte del Evangelio que no puede demostrarse de inmediato: la presencia constante del espíritu de Dios en nosotros, el perdón de los pecados, la esurrección de los cuerpos, que constituyen la esperanza cristiana. Hay milagros que se hacen con las manos, y otros que están en los gestos, en las palabras, en las miradas, en la mística de todos los días cuando oramos y sabemos que Dios está en nosotros y en el resto de las cosas sencillas del mundo.
** La “aquendidad” es aquello que se ve, se toca, se muestra.Es todo lo que constituye la parte visible y demostrable de la vida cristiana de la iglesia, y se expresa en el acto del compartir el pan, en adorar, en lo que está del lado de acá sometido a la percepción y demostración inmediata, aquello de la vida del creyente y de la iglesia que se capta, que se ve; mientras la “allendidad” es lo que forma parte del Evangelio que no puede demostrarse de inmediato: la presencia constante del espíritu de Dios en nosotros, el perdón de los pecados, la esurrección de los cuerpos, que constituyen la esperanza cristiana. Hay milagros que se hacen con las manos, y otros que están en los gestos, en las palabras, en las miradas, en la mística de todos los días cuando oramos y sabemos que Dios está en nosotros y en el resto de las cosas sencillas del mundo.
SOLI DEO GLORIA
REV. RUBEN DARIO DAZA
Considero que este tema tiene mucho que escribir sobre la segunda venida de Cristo, pensé que lo iba a presentar desde los inicios de los acontecimientos. Pero aún así la reflexión fue buena. Sacó 10.
ResponderEliminarRev. Ruben Daza, amén !Que la palabra de Dios y su revelación llegue Y sea su luz y lumbrera a su camino; de todos aquellos corazones de piedra; que no le conocen; y lo humano que paso a ser inhumano; aun en esa metamorfosis irónica para muerte en éste caso, sea tocado y alcanzado por el Amor de Jesucristo.Oremos por los siervos de Dios; y hombres que son usados poderosamente;para lograr que el Espíritu de Dios fluya en ellos.Y sean transformados asi los.corazones.y duros de cerviz.Está imagen es una.cruda realidad de la.apatía esta situación.Cristo nos ama,y tiene misericordia de ellos. Mas el clamor de su pueblo es necesario.
ResponderEliminarDios te bendiga en todo. A ti y a tu familia.