Capítulo XVII
CRUCIFICADO, MUERTO, SEPULTADO, DESCENDIÓ
A LOS INFIERNOS
En la soberanía de Dios, quiso en su Santa Voluntad,
que su hijo Jesucristo fuese humillado y sacrificado.
En la muerte de su Hijo se ha prestado Dios a ejecutar
su derecho frente al hombre pecador de forma que
Él mismo se pone en su lugar y así la maldición
que cae sobre el hombre, el castigo que merece,
el pasado al que se acerca presuroso,
el abandono en que se halla,
lo toma Él sobre sí y con ello libra al hombre
de toda condenación, con el fin de que en él reciba
justificación, santificación, vida, sanidad, fuerzas para el fatigado
y descanso para los débiles.
que su hijo Jesucristo fuese humillado y sacrificado.
En la muerte de su Hijo se ha prestado Dios a ejecutar
su derecho frente al hombre pecador de forma que
Él mismo se pone en su lugar y así la maldición
que cae sobre el hombre, el castigo que merece,
el pasado al que se acerca presuroso,
el abandono en que se halla,
lo toma Él sobre sí y con ello libra al hombre
de toda condenación, con el fin de que en él reciba
justificación, santificación, vida, sanidad, fuerzas para el fatigado
y descanso para los débiles.
El misterio de la encarnación se desenvuelve hasta convertirse en el misterio del Viernes Santo y de Resurrección. Y sucede nuevamente lo mismo que tantas veces en todo este misterio de la fe, o sea: es preciso ver ambos aspectos en conjunto, es necesario entender el uno partiendo del otro. No puede negarse que en la historia de la fe cristiana siempre ha sido así, que el peso del conocimiento del cristiano ha gravitado más sobre un lado que sobre otro. Es factible hacer constar como la Iglesia de Occidente muestra decidida inclinación por la teologia de la cruz, es decir, por hacer resaltar y por subrayar que Cristo fue entregado a causa de nuestras transgresiones.
La Iglesia Oriental, en cambio, acentúa más el ¡Resucitó para justificación nuestra!; con esto se inclina esta Iglesia más hacia la tipología gloriae. Carecería de verdadero sentido el enfrentar en esta cuestión ambas actitudes. Es sabido que Lutero desarrolló desde un principio intensamente la actitud occidental, poniendo en alto la teologia de la cruz (theologia crucis) y no la teologia de la gloria (theologia gloriae). Y Lutero tenía razón. Sin embargo, no se debe construir y fijar el contraste, toda vez que no hay theologia crucis posible sin su complemento que es la theologia gloriae. Ciertamente, no hay resurrección sin Viernes Santo; pero igualmente seguro es que no hay Viernes Santo sin resurrección.
Con la mayor facilidad se construye en el cristianismo demasiada tribulación y con ello también aspectos que huelen a aposento cerrado. En cambio, si la cruz es la cruz de Jesucristo y no una especulación sobre la cruz, que, en el fondo, cualquier pagano también podría llevar a cabo, entonces será imposible olvidar y pasar por alto que el crucificado resucitó al tercer día de entre los muertos. Siendo esto así, se celebrará el Viernes Santo de una manera completamente distinta e incluso quizás fuera conveniente no cantar el Viernes Santo los himnos, melancólicos y tristes, de Pasión, sino los himnos de resurrección. Lo sucedido el Viernes Santo no es algo digno de lamentaciones, pues El ha resucitado.
La Iglesia Oriental, en cambio, acentúa más el ¡Resucitó para justificación nuestra!; con esto se inclina esta Iglesia más hacia la tipología gloriae. Carecería de verdadero sentido el enfrentar en esta cuestión ambas actitudes. Es sabido que Lutero desarrolló desde un principio intensamente la actitud occidental, poniendo en alto la teologia de la cruz (theologia crucis) y no la teologia de la gloria (theologia gloriae). Y Lutero tenía razón. Sin embargo, no se debe construir y fijar el contraste, toda vez que no hay theologia crucis posible sin su complemento que es la theologia gloriae. Ciertamente, no hay resurrección sin Viernes Santo; pero igualmente seguro es que no hay Viernes Santo sin resurrección.
Con la mayor facilidad se construye en el cristianismo demasiada tribulación y con ello también aspectos que huelen a aposento cerrado. En cambio, si la cruz es la cruz de Jesucristo y no una especulación sobre la cruz, que, en el fondo, cualquier pagano también podría llevar a cabo, entonces será imposible olvidar y pasar por alto que el crucificado resucitó al tercer día de entre los muertos. Siendo esto así, se celebrará el Viernes Santo de una manera completamente distinta e incluso quizás fuera conveniente no cantar el Viernes Santo los himnos, melancólicos y tristes, de Pasión, sino los himnos de resurrección. Lo sucedido el Viernes Santo no es algo digno de lamentaciones, pues El ha resucitado.
He querido decir esto de antemano, y ruego que lo que hemos de exponer acerca de la muerte y Pasión de Cristo no vaya a entenderse de forma abstracta, sino mirando ya por encima de ello al lugar donde se revela su gloria.
La antigua Teología describía este centro de la Cristología bajo los dos conceptos principales: humillación (exinanitio) y exaltación (exaltatio) de Cristo. ¿Qué significa, sin embargo, humillación y glorificación o exaltación?
La humillación de Cristo todo lo encierra en sí, empezando por "padeció bajo Poncio Pilatos" y manifestándose decididamente en "crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos". Indudablemente, primero es la humillación de ese hombre que sufre y muere y entra en las más profundas tinieblas. Pero lo que da importancia a su humillación y entrega de ese hombre es que Él es Hijo de Dios, o sea, que no es otro sino Dios mismo humillándose y entregándose en su Hijo.
Y si frente a esto se alza como misterio de Resurrección la exaltación de Cristo, esta glorificación es, sin duda, una auto glorificación de Dios, es su gloria la que triunfa: "Dios se levanta con júbilo". Sin embargo el verdadero misterio de Resurrección no consiste en que Dios sea glorificado, sino que tiene lugar una glorificación del hombre y que éste sea elevado hasta la diestra de Dios y pueda triunfar sobre el pecado, la muerte y el diablo.
Teniendo presente todo esto, la imagen que se nos muestra es la de un trueque incomprensible, o sea, un cambio. La reconciliación del hombre con Dios sucede cuando el Hijo de Dios se pone en lugar del hombre y éste es colocado en lugar del Hijo, realizándose todo ello pura y absolutamente como un acto de la gracia. Precisamente este milagro incomprensible es nuestra reconciliación.
Si el Credo, tan parco en el empleo de palabras, hace resaltar el "crucificado, muerto y sepultado", incluso de modo puramente externo, apelando al detalle y buscando expresarlo todo; si también los Evangelios se extienden tan amplísimamente al relatar la historia de la crucifixión; si en todas las épocas siempre resaltó la cruz de Jesús como verdadero punto central de toda la fe cristiana; si en cada siglo ha vuelto a sonar el ave crux única spe mea (Te saludo cruz, única esperanza mía); consideremos que no se trata de la glorificación y acentuación del cruento martirio del fundador de una religión (existen, sin duda, historias de mártires todavía más impresionantes..., pero lo impresionante no es lo esencial), ni tampoco de la expresión y posición de dolor del mundo en general, como si dijéramos: la cruz es el símbolo de la limitación de la existencia humana. Pensando así, nos alejaríamos del conocimiento de aquellos que han dado testimonio de Jesucristo crucificado.
Si el Credo, tan parco en el empleo de palabras, hace resaltar el "crucificado, muerto y sepultado", incluso de modo puramente externo, apelando al detalle y buscando expresarlo todo; si también los Evangelios se extienden tan amplísimamente al relatar la historia de la crucifixión; si en todas las épocas siempre resaltó la cruz de Jesús como verdadero punto central de toda la fe cristiana; si en cada siglo ha vuelto a sonar el ave crux única spe mea (Te saludo cruz, única esperanza mía); consideremos que no se trata de la glorificación y acentuación del cruento martirio del fundador de una religión (existen, sin duda, historias de mártires todavía más impresionantes..., pero lo impresionante no es lo esencial), ni tampoco de la expresión y posición de dolor del mundo en general, como si dijéramos: la cruz es el símbolo de la limitación de la existencia humana. Pensando así, nos alejaríamos del conocimiento de aquellos que han dado testimonio de Jesucristo crucificado.
Según el testimonio apostólico, la crucifixión de Jesucristo es la obra y acción concreta de Dios mismo. Dios adopta un cambio por sí mismo, Él se acerca demasiado a sí mismo, Dios no considera una usurpación el ser divino, es decir; no retiene el botín como un salteador, sino que se despoja a sí mismo. La gloria de su divinidad es que Él también carece de todo egoísmo y es capaz de desprenderse de todo. No se hace El infiel a sí mismo, pero su fidelidad a sí mismo se demuestra en que Él no se ve reducido a permanecer dentro de su propia divinidad. Lo profundo de la divinidad, la grandeza de su gloria se manifiestan, justamente, en que también pueden ocultarse por completo en todo lo contrario de ellos, es decir, en la mayor perdición y más angustiosa miseria de la criatura.
Lo que en la crucifixión de Cristo sucede es que el Hijo de Dios se apropia lo que corresponde forzosamente a la criatura en rebeldía, que pretende desligarse de su calidad de "creada" para erigirse en "creadora". El Hijo de Dios hace suyo el estado angustioso de esa criatura y no la deja entregada a sí misma. Asimismo, no se contenta con ayudarle sólo exteriormente o con saludarle desde lejos, sino que hace suya la miseria de su criatura. ¿Para qué? Para que su criatura pueda ser libertada; para que el peso que sobre sí misma ha cargado sea llevado, sea quitado de ella. La criatura tendría que perderse bajo su carga; pero Dios no lo quiere así, sino que Él quiere la salvación de la criatura. Tan grande es la perdición de ella, que sin la entrega de Dios mismo para salvarla todo lo demás sería poco. Mas Dios es tan grande que su voluntad es entregarse a sí mismo.
He aquí la reconciliación: Dios, que interviene por nosotros. Dicho entre paréntesis: No hay doctrina acerca de este misterio central capaz de entender y expresar concluyente y exactamente cómo se pone aquí Dios en nuestro lugar. No se confunda tampoco mi teoría de la reconciliación con la cosa misma. Todas las teorías de la reconciliación serán únicamente indicaciones. Pero póngase la atención en ese ''por nosotros"; ¡que nadie se permita tachar nada en esa expresión! ¡Esto es lo que tiene que expresar toda la teoría de la reconciliación!
En la muerte de Jesucristo ha ejecutado Dios su derecho; en esa muerte ha obrado Dios como juez frente al hombre. Este se ha encaminado al lugar donde había de pronunciarse sobre él la sentencia divina y donde inevitablemente tenía que cumplirse. El hombre está ante Dios como pecador, como un ser que se ha apartado de Dios y se ha negado a ser lo que le era dado ser; el hombre se rebela contra la gracia, que le parece poco, y se aleja de la gratitud. Su vida humana consiste en ese alejamiento continuo, en ese pecar, ya sea grosera o gentilmente. Este pecar lleva al hombre a una situación angustiosa incomprensible: adopta una actitud imposible ante Dios, se coloca donde Dios no pueda verle, se pone, por así decirlo, a espaldas de la gracia de Dios. Pero el reverso del sí divino es el no divino: el juicio. Y si irresistible es la gracia divina, igualmente irresistible es el juicio divino.
"Crucificado, muerto, sepultado..." con respecto a Cristo, hemos de entenderlo ahora como los efectos del juicio divino ejecutado en el hombre y como expresión de aquello que se cumple de hecho en el hombre. Crucificado: la crucifixión de cualquier israelita significaba maldición, no sólo del reino de los vivos, sino del pacto con Dios, separación del círculo de los elegidos. Crucificado quiere decir: desechado, entregado al patíbulo de los gentiles. Pongamos en claro que en el juicio de Dios, en aquello que la criatura humana, por pecadora, tiene que sufrir, se trata de ser desechado y maldecido. "¡Maldito aquel que muere en el madero"30. Lo que le sucede a Cristo en la cruz es lo que debía habernos sucedido a nosotros.
Muerto: su muerte es el fin de todas las posibilidades de vida que existen. Morir significa apurar la última de las posibilidades que nos han sido concedidas. Interprétese la muerte física o metafísicamente, y sea lo que fuere lo que sucede al morir, una cosa es cierta: en la muerte su-cede lo último, la última acción posible dentro de la existencia de la criatura. En cuanto a lo que haya al otro lado de la muerte, será en todo caso otra cosa que una continuación de esta vida. La muerte significa verdaderamente al final. Este es el juicio bajo el que nuestra vida se halla: nuestra vida espera la muerte. Nacer y crecer, madurar y envejecer es ir al encuentro del momento en que acabaremos definitivamente todos nosotros. Vista de este modo la cuestión, la muerte es un elemento en nuestra vida, en el que es preferible no pensar.
Sepultado: cuan insignificante y, al parecer, superfluo es esto. Pero no figura en vano en el credo. Algún día también seremos nosotros sepultados, alguna vez saldrá un grupo de personas camino del cementerio, y pondrán un ataúd en la tierra, y todos volverán a sus casas; todos menos uno, y ese uno seré yo. El sello de la muerte será que me sepultarán como una parte superflua y molesta en el reino de los vivientes. "Sepultado"... Esto es lo que presta a la muerte carácter de perecer, de corromperse y a la existencia humana el carácter de lo perecedero y de corrupción. ¿Qué es, pues, la vida humana? Acercarse apresuradamente al sepulcro. El hombre se apresura hacia su fin, un fin sin porvenir alguno, un fin que es lo definitivamente postrero. Todo cuanto somos, habrá sido y se destruirá en corrupción. Acaso quede aún un recuerdo mientras haya personas que nos recuerden. Pero también ellas morirán y así concluirá también aquel recuerdo. No existe en la historia humana ningún gran hombre que no acabe por convertirse, al fin, en un hombre olvidado. Esto es lo que significa "Sepultado": y este es el juicio sobre el hombre: Una vez en el sepulcro, acabará por caer en el olvido. Y la respuesta de Dios al pecado es ésta: Con el hombre pecador no hay otro remedio, sino el enterrarlo y olvidarlo.
Descendió a los infiernos: la imagen que el antiguo y el Nuevo Testamento ofrecen del infierno difiere de lo que épocas posteriores han imaginado. El infierno, el lugar de inferi31, el hades, según el Antiguo Testamento, es ciertamente, el lugar del tormento, de la separación completa donde el hombre únicamente existe como no siendo, únicamente como sombra. Los israelitas se figuraban ese lugar como un lugar donde los hombres sólo flotaban como sombras temblorosas. Lo peor de la estancia en el infierno es, según el Antiguo Testamento, que los muertos ya no pueden alabar a Dios, ni ver más su rostro, ni tomar parte en los actos cúlticos de Israel. Se trata, pues, de una separación de Dios, y esto es lo que hace tan terrible a la muerte, y al infierno verdadero infierno. Estar el hombre separado de Dios significa hallarse en el lugar de los tormentos. "Lloro y crujir de dientes": Nuestra imaginación no alcanza hasta esta realidad, hasta ese ser sin Dios. El ateo ignora lo que es estar sin Dios.
Estar sin Dios es la existencia en el infierno32. ¿Podría ser otro el resultado del pecado? ¿No se ha extendido horizontalmente con su acción el hombre de Dios? Y la confirmación de ello, simplemente, "descendió a los infiernos". El juicio de Dios es justo, o sea, da al hombre lo que éste deseaba. Dios no sería Dios, ni el Creador creador, ni el hombre hombre si cupiera la posibilidad de prescindir de ese juicio y su cumplimiento.
Pero resulta que el Credo dice que el cumplimiento de la sentencia ha sido realizado por Dios de modo que Él, Dios mismo, en su Hijo Jesucristo —Dios verdadero y hombre verdadero al mismo tiempo— se pone en el lugar del hombre condenado. La sentencia divina es llevada a cabo, el derecho de Dios se realiza, pero se realiza de modo que lo que el hombre habría de padecer es padecido por ese Único33 que, como Hijo de Dios, se pone en lugar de los demás.
La soberanía de Jesucristo que ante Dios se pone en lugar nuestro, consiste en que carga sobre sí con aquello que nos corresponde a nosotros. En el punto en que nosotros somos maldecidos y culpables y estamos perdidos, Dios mismo se hace en Cristo garante nuestro. El, en su Hijo, es el que en la persona de ese hombre crucificado en el Gólgota carga con todo lo que tendríamos que llevar nosotros. Así es cómo El acaba con la maldición. Dios no quiere que el hombre se pierda, no quiere que el hombre pague lo que habría de pagar, o, dicho de otra manera: Dios aniquila el pecado. No hace Dios esto a pesar de su justicia, sino que ésta consiste precisamente en que El, el Santo, intercede por nosotros, los impíos; El quiere salvarnos y nos salva. El Antiguo Testamento no da a la justicia (divina) el sentido de la justicia del juez que hace pagar al culpable, sino que es la obra de un juez que ve en el acusado un desgraciado, al que desea ayudar en tanto le pone en buen camino.
Pero resulta que el Credo dice que el cumplimiento de la sentencia ha sido realizado por Dios de modo que Él, Dios mismo, en su Hijo Jesucristo —Dios verdadero y hombre verdadero al mismo tiempo— se pone en el lugar del hombre condenado. La sentencia divina es llevada a cabo, el derecho de Dios se realiza, pero se realiza de modo que lo que el hombre habría de padecer es padecido por ese Único33 que, como Hijo de Dios, se pone en lugar de los demás.
La soberanía de Jesucristo que ante Dios se pone en lugar nuestro, consiste en que carga sobre sí con aquello que nos corresponde a nosotros. En el punto en que nosotros somos maldecidos y culpables y estamos perdidos, Dios mismo se hace en Cristo garante nuestro. El, en su Hijo, es el que en la persona de ese hombre crucificado en el Gólgota carga con todo lo que tendríamos que llevar nosotros. Así es cómo El acaba con la maldición. Dios no quiere que el hombre se pierda, no quiere que el hombre pague lo que habría de pagar, o, dicho de otra manera: Dios aniquila el pecado. No hace Dios esto a pesar de su justicia, sino que ésta consiste precisamente en que El, el Santo, intercede por nosotros, los impíos; El quiere salvarnos y nos salva. El Antiguo Testamento no da a la justicia (divina) el sentido de la justicia del juez que hace pagar al culpable, sino que es la obra de un juez que ve en el acusado un desgraciado, al que desea ayudar en tanto le pone en buen camino.
A esto se lo llama justicia. Justicia significa levantar, poner en pie al caído. Y esto es lo que hace Dios. No por eso deja de cumplirse el castigo ni de sobrevenir la angustia, pero ello sucede en tanto El se pone en el lugar del culpable: ¡El, que tiene poder para hacerlo; El, que está justificado al desempeñar el papel de su criatura! No existe pugna alguna entre la misericordia de Dios y su justicia. "Su Hijo no le es demasiado caro. —No, Él le entrega por mí, para librarme del fuego eterno—. Por su carísima sangre34. He aquí el misterio del Viernes Santo.
Sin embargo, miramos realmente más allá del Viernes Santo al decir que Dios ocupa nuestro lugar y toma sobre sí mismo nuestro castigo. Con eso nos lo quita de hecho. Todo padecer, toda tentación, incluso nuestra muerte, son solamente la sombra del juicio Divino que Dios ha cumplido ya en favor nuestro. Lo que, en verdad, habría de habernos tocado a nosotros ha sido apartado y alejado de nosotros en la muerte de Cristo. Así lo expresa la palabra de Cristo en la cruz, cuando exclama: "¡Consumado está!". Frente a la cruz de Cristo se nos invita, pues, a reconocer, por un lado, la magnitud y el peso de nuestro pecado, considerando lo que ha costado el que podamos tener perdón. En rigor, sólo hay conocimiento del pecado a la luz de la cruz de Cristo. Porque únicamente el hombre que sabe que le ha sido perdonado su pecado, comprende lo que es el pecado. Por otro lado, nos es dado poder reconocer que el precio ha sido ya pagado, de manera que somos absueltos del pecado y sus consecuencias. Nosotros no tenemos que pagar ya nada más. Hemos sido absueltos gratuitamente, sola gratia, por la propia intervención de Dios en favor nuestro.
_____________________
30. Gál. 3:13.
31. De abajo.
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30. Gál. 3:13.
31. De abajo.
32"Estar sin Dios" no corresponde exactamente al vocablo — "sin Dios" o, en castellano, ateo. Pero "a-teísmo" parece traducción menos propia que "estar o vivir sin Dios".
33. Barth dice: "von Diesem Einen" y no "von Diesem Einzigen"; pero la traducción textual de "por ese Uno" tendría menos sentido que "por ese Único" que se basa en el mismo Credo. N. del T.
34. Himno de las Iglesias de lengua alemana.
SOLI DEO GLORIA
REV. RUBEN DARIO DAZA B.
Lo invito a participar de este hino que me ha parecido precioso:
33. Barth dice: "von Diesem Einen" y no "von Diesem Einzigen"; pero la traducción textual de "por ese Uno" tendría menos sentido que "por ese Único" que se basa en el mismo Credo. N. del T.
34. Himno de las Iglesias de lengua alemana.
SOLI DEO GLORIA
REV. RUBEN DARIO DAZA B.
Lo invito a participar de este hino que me ha parecido precioso:
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