La Mujer y Jesús: El testimonio de los
Evangelios
La actitud de Jesús hacia la mujer, tal como queda reflejada en los
Evangelios, es realmente notable cuando ésta se considera a la luz de la
tradición hebrea junto con las actitudes judías dominantes en el contexto
social en que Jesús vivía y los contextos históricos y sociales de los primeros
lectores de los Evangelios.
El mundo antiguo se caracterizaba por una cultura decididamente
patriarcal y, en general, el Antiguo Testamento refleja esta postura. Desde la
cuna hasta el sepulcro la mujer era dominada por un hombre; primero por su
padre, luego por su marido, y en caso que se quedara viuda, por un hermano de
su marido o un pariente cercano, y finalmente por su hijo. De modo que la mujer
hebrea pertenecía a los hombres de su familia biológica. Una ley hebrea antigua
describe a la mujer como propiedad del hombre (Ex 20:17; Dt 5:21).
Éxodo 20:17
«No codicies la casa de tu prójimo: No codicies su esposa, ni su
esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su burro, ni nada que le pertenezca».
En general las normas colocaban al hombre por encima de la mujer en
todos sus derechos y deberes. Muy especialmente en el periodo postexílico llegó
a destacarse una postura netamente jerárquica en las relaciones entre los
sexos. Leyes que cubrían la pureza racial, ritual y sexual colocaban a la mujer
en una posición de marcada inferioridad en su relación con el hombre.
Los rabinos reflejaban este pensar cuando decían que la única cosa que
nacer mujer sería ser gentil, o pagano de nacimiento, o esclavo. La oración
diaria de los hombres rezaba, «Bendito eres, O Señor (…) que yo no haya nacido
gentil. Bendito eres, O Señor (…) que yo no haya nacido esclavo. Bendito eres,
O Señor (…) que yo no haya nacido mujer».
Sin embargo, «en cada uno de sus encuentros con mujeres narrados en los
cuatro Evangelios, Jesús violó las costumbres de su época y no actuaba de
acuerdo a los patrones de comportamiento vigentes en su época. En realidad, no
hallamos paralelo a su forma de relacionarse con mujeres entre las sociedades
“civilizadas” desde los mismos comienzos del patriarcalismo más de tres mil
años antes…»
De modo que la actitud de Jesús que hallamos reflejada en los Evangelios
es tanto más sorprendente. Pues en este contexto Jesús asumió una actitud
notablemente diferente. Sus acciones y palabras reflejan una orientación
notablemente contra cultura con una visión aparentemente inspirada en esa
visión alternativa que hemos notado en partes del Antiguo Testamento y
reflejada en la tradición en la cual nació Jesús y donde habría recibido su
inspiración.
Jesús y la mujer marginada Las Mujeres en la Genealogía de Jesús (Mt
1:1-17)
La actitud de Jesús hacia las mujeres marginadas, incluyendo a las de
reputación dudosa y las que eran prostitutas reconocidas, es realmente
sorprendente. Ya hemos notado la genealogía con que Mateo comenzó su Evangelio,
colocando a Jesús en el contexto de la historia de su pueblo. La genealogía
incluye los nombres de cuatro mujeres, además del de su madre, María. Y cada
una de estas cuatro mujeres estaba envuelta en alguna irregularidad en sus
relaciones con los hombres.
En el caso de Rahab (Josué 2:1), se trataba de una ramera, que habiendo
visto la grandeza del Dios de Israel, recibió a los espías, protegiéndoles de
las amenazas de sus compatriotas, y finalmente fue incorporada al pueblo de
Israel, tras la conquista.
Rahab y Los Espías
2 Luego Josué hijo de Nun envió secretamente, desde Sitín, a dos espías con la siguiente orden: «Vayan a explorar la tierra, especialmente Jericó.» Cuando los espías llegaron a Jericó, se hospedaron en la casa de una prostituta llamada Rahab. 2 Pero el rey de Jericó se enteró de que dos espías israelitas habían entrado esa noche en la ciudad para reconocer el país. 3 Así que le envió a Rahab el siguiente mensaje: «Echa fuera a los hombres que han entrado en tu casa, pues vinieron a espiar nuestro país.»
Tamar (Gn 38), una adulamita y la nuera de Judá que quedó viuda tras la
muerte de su marido y fue rechazada por su cuñado que se suponía se casara con
ella, y finalmente en un acto de desesperación engañó a su propio suegro, para
que se cumpliera su deber levirato con ella.
Rut (Rut 3:6-18), la joven viuda
moabita, que optó por el Dios, el pueblo y la tierra de su suegra, Noemí,
aparentemente logró conseguir que Booz, un pariente de su difunto marido,
cumpliera con ella su deber levirato, iniciando ella una relación conyugal
mediante un proceder un tanto atrevido, por no decir inmoral. Y Betsabé (2 Sam
11:2-5), la mujer de Urías el heteo, fue la víctima de la maniobra asesina y
adúltera del Rey David.
Estas cuatro mujeres todas tienen en común su notable marginación. Todas
eran de origen pagano y todas sufrieron las consecuencias de la dominación
masculina, de una manera u otra, y por lo tanto serían juzgadas impuras
religiosa y socialmente y, como resultado, rechazadas. El que los nombres de
estas cuatro mujeres aparezcan entre las abuelitas de Jesús es sorprendente.
Pero debe alertarnos al hecho de que Jesús, en su vida y ministerio, va a tomar
una actitud de notable abertura hacia los marginados, incluyendo a las mujeres.
Jesús y la Mujer Sirofenicia (Mc 7:24-37; cf. Mt 15:21-28)
En los Evangelios encontramos muchas indicaciones del amor de Jesús para
con los marginados y desheredados que incluían a los extranjeros y a mujeres.
En este texto tenemos un ejemplo de ambos.
Episodios como éste tienen que haber sido importantes para Marcos y las
comunidades que él representaba durante las décadas desde los fines de los 30
hasta los 60 de la era cristiana. Los Evangelios sinópticos habrían sido
escritos para la instrucción de los convertidos de Pablo y los demás apóstoles
en el proceso de superar las paredes que separaban a Judíos y Gentiles. Se
libraba la lucha para superar las barreras nacionalistas y jerárquicas que
separaban a los judíos y los gentiles y perpetuaban la dominación masculina de
la mujer. Y evidentemente Marcos quería que sus lectores se dieran cuenta que
era Jesús mismo a través de sus hechos y sus dichos que autorizaba estos
cambios.
Tiro era una ciudad fenicia antigua situada en la costa mediterránea a
unos 50 kilómetros al noroeste del Mar de Galilea. Era famosa desde la época de
la reina Jezabel por su altar dedicado a la diosa de la fertilidad, Astarte (1
R 16:31). En el tiempo de Jesús era centro de comercio y cultura pagana –
griega y romana.
El retiro de Jesús fue interrumpido por la impertinencia de una mujer
«griega y sirofenicia de nación» con una hija poseída de un «espíritu inmundo»,
que suplicaba con insistencia su ayuda.
Esta mujer era tres veces marginada. Primero, era mujer y las costumbres
sociales no admitían conversaciones entre mujeres y hombres en estas
situaciones. Segundo, era griega de nacionalidad, pero aun peor, en cuanto a su
fe, era pagana. Y tercero, era de origen sirofenicia. Por su raza se la
identificaba con los cananeos del periodo veterotestamentario y se la asociaba
con la religión pagana de Tiro y Sidón, con una historia que se remontaba a la
época de la temible defensora de esta religión, la reina Jezabel.
A primera vista, la respuesta de Jesús nos sorprende. «Deja primero que
se sacien los hijos, porque no está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a
los perrillos». «Perro» era el insulto más grande que los Judíos podían
encontrar para dirigirse a los Gentiles en el mundo antiguo. A pesar de todo lo
que la mujer tenía en contra, ¿realmente le suena a Jesús esta respuesta? Es
una pena que no podemos captar el tono de voz que Jesús empleaba para su
respuesta, o fijarnos en su mirada a ver si no habría una pequeña sonrisa en
sus labios o un ligero brillo en los ojos.
¿Podría haber intentado un poco de humor o probado la sinceridad del
pedido? Pero antes de juzgar la intención de Jesús notemos más de cerca el
texto. Se trata de una analogía más bien que un término peyorativo dirigido a
la mujer. Y segundo, no se emplea «perro», sino «perillo», con el sentido de
cariño que este término implica. Y tercero, tras la alimentación de los cinco
mil y la recolección de las doce cestas de comida que sobraron, Marcos, de
forma velada, indica que hubo un sentido escondido que no captaron, («porque aún
no habían entendido lo de los panes…» (6:52). ¿Podría significar que en la
provisión pródiga de la gracia de Dios hay más que suficiente? Da para todo el
que necesita. Cuando dijo, «deja que primero se sacien los hijos» la
implicación es que luego se servirán todos.
Sea como fuera, la respuesta de la mujer nos asombra. «Sí, Señor; pero
aun los perrillos, debajo de la mesa, comen de las migajas de los hijos». Esta
es la única vez en el Evangelio de Marcos que Jesús es confesado Señor (“KYRIOS”), ¡y surge de los labios de una mujer pagana! (Y,
de paso, la única persona en el Evangelio de Marcos que confiesa que Jesús es
«el Hijo de Dios» también era pagano, el centurión romano (15:39).
El que los Judíos gocen de una prioridad histórica, insiste esta mujer
pagana, de ninguna manera limita la gracia asombrosa de Dios. Esta despreciada
mujer sirofenicia sabía mejor que los principales maestros en Israel, los
Escribas y los Fariseos, que la elección divina no era al privilegio, sino al
servicio, como mayordomos de la gracia sin igual de Dios destinada a alcanzar a
todos los pueblos de la tierra.
Su respuesta nos asombra. Tras una respuesta inicial, que dejaba de
reflejar su cultura judía, Jesús, respondió con esa compasión, tan
característica del reino de Dios, que marcaba todas sus relaciones con los/las
marginados/as. Y al parecer, ¡Jesús se cambió de idea! Y la mujer volvió a su
casa y halló a su hija liberada del poder demoníaco.
En un pasaje paralelo, Mateo (15:21-28) describe a la mujer como
cananea, el término peyorativo con que se refería en el Antiguo Testamento a
los habitantes paganos de la tierra prometida. Pero a pesar de su triple
marginación ella se dirige a Jesús como «Señor (“KYRIOS”), Hijo de David»
(Mt.15:22), reconociendo así la autoridad mesiánica de Jesús, y pide su
misericordia para la liberación de su hija, atormentada de un demonio.
De paso, conviene señalar que, en relación con el saludo de la mujer,
los estudiosos biblistas han notado que una de las principales imágenes con que
Mateo describe la iglesia en su Evangelio es la del «Verdadero Israel», o
«Nuevo Israel». Al tomar nota que esta mujer cananea confiesa a Jesús como
«Señor, Hijo de David», Mateo destaca el papel de esta mujer marginada en la
articulación de una nueva visión eclesiológica. ¡Es teóloga también! En este
caso los mismos discípulos de Jesús piden que la mujer sea despedida sin más. Y
aun Jesús parece reflejar el pensar tradicional, y seguramente la convicción de
los discípulos, cuando dice, «No soy enviado sino a las ovejas perdida de la
casa de Israel» (15:24). Pero ni el silencio (23), ni el argumento tradicional
de la prioridad israelita (24), la detienen. Y con todo, la mujer persiste y
Jesús termina declarando a la niña liberada de su opresión demoníaca con las
palabras, «Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres» (15:28).
Para los primeros lectores de Marcos y de Mateo, que debatían las
cuestiones de la inclusión de los gentiles marginados en las nuevas comunidades
mesiánicas y la superación del tradicional patriarcalismo en las congregaciones
primitivas, el relato de este ejemplo de Jesús habría comunicado poderosamente
la superación de diferencias de raza y nacionalidad y favorecido la
participación plena de mujeres y hombres en la vida y misión de la iglesia.
Menno incluyó en sus escritos a esta mujer (y a la mujer pecadora) entre
una lista de diez ejemplos de fe auténtica tomados de las Escrituras. Y aunque
Jesús mismo parece haber quedado admirado de su fe, uno se pregunta si ésta es
la principal lección que Mateo y Marcos querían comunicar a sus lectores.
A la luz del contexto socio-histórico en que se debatían cuestiones de
inclusión de gentiles y la superación de barreras entre hombre y mujer, entre
esclavo y libre entre culto e inculto, estos episodios ofrecían el ejemplo de
Jesús mismo como argumento a favor de la inclusión y la igualdad en la iglesia
naciente y en los propósitos de Dios.
Jesús y la Mujer Pecadora en la Casa de Simón el Fariseo (Lc 7:36-50)
Este episodio no debe confundirse con otros, semejantes, pero con
notables diferencias, relatados en los Evangelios. Estos se hallan en Mt
26:6-13; Mc 14:3-9; Jn 12:1-8. En Mateo y Marcos es «una mujer» en la casa de
Simón el Leproso. En Juan es María hermana de Lázaro y Marta.
En este episodio, relatado por Lucas, estamos en presencia de una
confrontación total entre una visión tradicional de la mujer, representada en
el farisaísmo contemporáneo, y una visión alternativa, sorprendente y
radicalmente diferente, asumida por Jesús.
Simón el Fariseo representaba lo mejor y lo más serio del compromiso a
la tradición religiosa en el Judaísmo contemporáneo. Para los lectores de Lucas
su intención sería clara. Jesús mismo es la autoridad tras la nueva apertura
hacia los marginados, incluyendo a la mujer, y aun hacia las más despreciadas
por la sociedad. Y esta visión está en conflicto abierto con la visión
tradicional y patriarcal.
Las palabras con que se introduce a la mujer en el escenario, “kai idou”,
traducidas «entonces» en nuestra versión, implican sorpresa. Refleja delicadeza
al no mencionar su nombre, pero, sí, es una mujer conocida en la ciudad como
pecadora. Esto implica que sería posiblemente la mujer de algún marginado, como
cobrador de impuestos, por ejemplo, o una prostituta.
La mujer, con una emoción desbordante, se puso a ungir con perfume los
pies de Jesús, mojarlos con sus lágrimas, secarlos con sus cabellos, besarlos
repetidamente y luego ungirlos con perfume de nuevo.
La reacción de Simón sería de esperarse. Escandalizado, reaccionó a su
manera, entrando a juzgarle a Jesús en los rincones de su mente. «Este, si
fuera profeta», en la versión de Lucas es probablemente una alusión a una opinión
popular que con Jesús estarían en presencia de un gran profeta en su medio (Lc
7:16). La situación es escandalosa para Simón porque Jesús le permite a una
mujer que le toque en público y por encima, esta mujer es una pecadora pública
conocida.
En una ironía que a sus lectores no podría pasar desapercibida, Jesús
manifiesta sus dones proféticos leyendo a perfección la mente de Simón.
Su ejemplo de los dos deudores va directamente a la raíz de su problema:
un celo religioso totalmente carente de experiencia de misericordia que hubiera
producido en él un amor compasivo capaz de cuestionar esas estructuras de
dominación jerárquica.
Tras la pequeña parábola de Jesús que pinta con cristalina claridad su
problema, Simón responde con una frialdad que congela su alma. «Pienso,
(supongo, NBE) que aquel a quien perdonó más» (43). Y, en cuanto a la mujer,
Jesús dice, «sus muchos pecados le son perdonados, porque, amó mucho» (47).
Esto ha llevado a algunos a pensar que en el amor perfecto hay un poder salvífico.
Sin embargo, lo que Jesús dice a continuación aclara la situación, «más
aquel a quien se le perdona poco, ama poco» (47). La traducción de la Nueva
Biblia Española ha captado bien el sentido del texto griego. «Por eso te digo:
cuando muestra tanto agradecimiento es que le han perdonado sus pecados, que
eran muchos; en cambio, al que poco se le perdona, poco tiene que agradecer.»
Los primeros lectores del Evangelio de Lucas entenderían con claridad
que la autoridad de Jesús mismo está detrás de esta nueva visión alternativa de
apertura hacia los marginados de toda índole y de superación de las barreras
entre los géneros creadas por las tradicionales estructuras jerárquicas.
Pero hay también una segunda lección para las comunidades lectoras. La
autoridad de Jesús mismo está detrás de la práctica de atar y desatar en las
comunidades primitivas. En respuesta a la duda farisaica, «¿Quién es éste, que
también perdona pecados?» (Lc. 7:49), quedó claramente demostrado que Jesús,
sí, perdonaba los pecados y que en el Cuerpo de Cristo, y en el poder del
Espíritu del Cristo Viviente, la Iglesia sigue restaurando mediante sus
acciones compasivas y sus palabras de perdón (cf. Mt 18:15-20).
Jesús y la Mujer Encorvada (Lc 13:10-17)
Otra iniciativa contra cultural de Jesús incluye a
la mujer «que tenía espíritu de enfermedad y que andaba encorvada, y en ninguna
manera se podía enderezar» (v.11) que Jesús sanó en la sinagoga en día de
sábado. En este episodio, mediante los hechos y los dichos de Jesús, notamos la
manera en que el reinado de Dios, ese nuevo orden divino libre de dominación
comienza ya a desplazar el viejo orden de dominación. Jesús llama a la mujer
«hija de Abraham», expresión inaudita en la antigua literatura judía. Llamarse
«hijo de Abraham» era el mayor orgullo de un hombre judío. A esta mujer se le
otorga status en la comunidad del pacto en plena igualdad de condiciones con
los hombres. Al poner sus manos sobre ella para sanarla, Jesús revocaba el
tradicional código de santidad con sus escrúpulos masculinos en relación con la
supuesta impureza sexual femenina. Al sanarla en el día sábado en medio de la
sinagoga, Jesús desafiaba abiertamente el monopolio masculino sobre los medios
de gracia y acceso a Dios. Y al señalar que su condición era el resultado
de la oposición satánica, Jesús la libraba del poder de ese sistema de
dominación cuyo espíritu impulsor era Satanás.
En este drama de liberación del poder satánico, Jesús libraba a la mujer
del patriarcalismo y del elitismo religioso masculinos a que la mujer había
sido sujetada. Desde ese momento la mujer encorvada quedaba libre para caminar
enderezada y con plena dignidad en un espacio hasta entonces ocupado solo por
el hombre. Este episodio, tal como lo relata el evangelista, es símbolo del
amanecer de una nueva era – el reinado de Dios, ese nuevo orden divino libre de
dominación. Con razón, «todo el pueblo se regocijaba por todas las cosas
gloriosas hechas por él» (13:17).5
Jesús y la Mujer Sorprendida en Adulterio (Jn 8:3-11)
Los especialistas en la crítica textual del Nuevo Testamento señalan que
este texto, tanto por su estilo literario, como por el hecho de no aparecer en
los manuscritos más antiguos del Evangelio, con toda seguridad no formaba parte
original del Cuarto Evangelio.
Sin embargo, no hay duda de su veracidad. En algunos manuscritos aparece
el episodio a continuación de Lucas 21:38, situando, así, este episodio en los
predios del templo. Pero muy especialmente, este relato concuerda perfectamente
bien con lo que ya sabemos de la actitud y la práctica de Jesús en relación con
los marginados, incluyendo a la mujer.
En juego aquí está la orientación legalista del establecimiento
religioso del Judaísmo del primer siglo con su preocupación por una aplicación
literal y severa de la ley que choca con la misericordia de Dios reflejada en
la compasión de Jesús para con los más necesitados. También reflejada en este
episodio está la oposición entre la orientación patriarcal oficial con su
dominación de la mujer por parte del hombre y la visión profética y alternativa
que le caracterizaba a Jesús.
La acusación de los adversarios refleja ya sus prejuicios. «Maestro,
esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio» (8:4). La ley a
que ellos apelaban decía: «Si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su
prójimo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos» (Lev 20:10;
cf. Dt 22:22). Y extrañamente han acusado y traído tan solamente a la mujer,
reflejando la duplicidad moral bastante amplia que infectaba (e infecta) las
relaciones entre los sexos en la tradición patriarcal.
Ante el pedido de los escribas y fariseos de una opinión, Jesús primero
se hizo el distraído, dibujando en el suelo con su dedo. Luego, ante su
insistencia, invitó al que estuviera sin pecado, que arrojara la primera piedra
contra ella. En efecto, poniendo al descubierto al testigo del delito
(recuérdese que había «sido sorprendida en el acto mismo»), y la duplicidad
moral de los demás, pues «acusados por su conciencia, salían los más viejos
hasta los postreros» y nadie se atrevió a lapidarla. Y Jesús, viéndola en su
condición de marginada y víctima, le extendió el perdón divino capaz de
transformarla para que no pecara más.
Para los lectores de Juan, en una comunidad en conflicto con el Judaísmo
oficial a fines del siglo I, este episodio serviría para reforzar su compasión
para con todos los marginados y necesitados entre ellos, y especialmente para
la mujer, víctima de la dominación patriarcal.
Jesús y la Mujer Samaritana (Jn 4:7-42)
La historia del encuentro de Jesús con la mujer samaritana nos recuerda,
una vez más, de lo radicalmente contra cultural que era la actitud de Jesús
hacia los marginados, en este caso los extranjeros samaritanos, y hacia la
mujer.
En el primer caso, fue la Samaritana que señaló esta diferencia. «¿Cómo
tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? Porque
Judíos y Samaritanos no se tratan entre sí» (4:9). Los Judíos odiaban a los
Samaritanos por su origen pagana (2 R 17:24-41). Sin embargo, Jesús en
ocasiones hablaba bien de los Samaritanos (Lc 10:33; 17:16).
En el segundo, fueron los mismos discípulos de Jesús que articularon los
prejuicios tradicionales. «En esto vinieron sus discípulos, y se maravillaron
de que hablaba con una mujer; sin embargo, ninguno dijo: ¿Qué preguntas? o,
¿Qué hablas con ella?» (4:27). En ese contexto diríamos que los discípulos
tenían razón. Era una cosa inaudita que un rabino hablase familiarmente con una
mujer en público.
Uno se imagina que casi sesenta años más tarde, cuando el evangelio de
Juan era leído en la comunidad cristiana, a partir de la última década del
primer siglo en adelante, los creyentes tendrían la ocasión de ver sus propias
actitudes y prejuicios reflejados en los de los discípulos de Jesús en el espejo
de un texto, y en el poder del Espíritu del Cristo Viviente, dejarse ser
transformados.
La Samaritana era tres veces perdedora. Era samaritana odiada, era mujer
marginada y sería, por su historia matrimonial, pecadora despreciada. Cinco
veces había sido repudiada. Cinco maridos la habían tomado bajo su protección
en matrimonio para luego descartarla. (En su cultura la iniciativa le
correspondía al hombre, y no a la mujer.) Y ahora, no es más que la concubina
del hombre que la ha tomado como suya. Y sin embargo, Jesús no duda en entablar
conversación con ella, y así dignificarla en medio de su marginación extrema.
Jesús no dudó en compartir una visión teológica con ella que, hasta
nosotros, tras casi dos milenios de historia de interpretación bíblica, todavía
hallamos compleja. (Por ejemplo, el simbolismo del agua, el papel vivificante
del espíritu, el carácter del culto auténtico, el alcance universal de la intención
salvífica divina, etc.) A partir de ese momento, ella tiene derecho a gozar de
acceso al agua de vida eterna, a pesar de su marginación extrema. Ella pasa a
ser hija amada d Dios, con pleno derecho a adorar a Dios “en espíritu y
verdad”, a pesar de su género, su raza y su marginación moral.
Interpretes bíblicos no han dejado de ver en la malaventurada historia
matrimonial de la mujer, cinco maridos, y ahora uno que realmente no lo es, una
alusión a la creación del pueblo samaritano mediante el traslado de cinco
pueblos paganos por orden del rey de Asiria a ocupar un territorio despoblado (2
R 17:24ss). Pero sea como fuera, la situación desgraciada de la mujer no fue impedimento
para que Jesús tuviera compasión de ella.
De una mujer cinco veces repudiada y testigo en que nadie tendría
confianza, se convirtió en el instrumento escogido para la transformación de su
pueblo. Entonces la mujer dejo su cántaro ( ¿para que Jesús bebiera? ) y dijo a
los hombres: Venid , ved a un hombre que ha dicho cuanto he hecho. ¿No será
este el Cristo? (...) Y muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en
el por la palabra de la mujer, que daba testimonio (...) Y creyeron muchos más
por la palabra de él ( 4:28,29,39,41).
Uno está tentando a pensar que la extensión de la iglesia a samaria y la
acogida extraordinaria que recibió el evangelio en esta ciudad se debería en
parte, por lo menos , a los comienzos indicados por esta mujer ( Hechos
8:1,4.8,25 ).
Las discípulas de Jesús.
Es bien conocido que un grupo de doce discípulos
fueron llamados a seguir a Jesús durante su ministerio. Lo que no es tan conocido
es que hubo otro grupo de discípulas que también siguieron a Jesús durante su
ministerio. Y, según Lucas, ambos grupos, hombres y mujeres, compartieron el
ministerio de Jesús.
Las mujeres fueron protagonistas en el seguimiento
de Jesús en igualdad de condiciones con los hombres.
Aparentemente estas mujeres fueron protagonistas en
el seguimiento de Jesús en igualdad de condiciones con los hombres.
Aconteció después , que Jesús iba por todas las
ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios , y
los doce con él , y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos
y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena , de la que habían salido
siete demonios , Juana , mujer de Chuza intendente de Herodes , y Susana , y otras
muchas que les servían de sus bienes ( Lc 8:1-3 ).
Los relatos de las visitas de Jesús a la casa de María
y Marta ( Lc. 10:38-42 y Jn 11 ) nos enseñan , entre otras cosas que una mujer
, igual que un hombre , puede ser plenamente discípula de Jesús. Se puede ver
en la queja de Marta en Lucas 10:40-42, una versión del debate eterno sobre la
importancia relativa entre una vida dedicada al servicio activo de Dios y los
semejantes y una espiritualidad contemplativa. Sin embargo, en el contexto judío
de la época << sentarse a los pies>> de un rabino era un término técnico
para referirse a la postura de un discípulo del rabino.
De hecho, la misma frase se emplea en el caso del
endemoniado garadeno, sanado por Jesús <<Sentado a los pies de Jesús>>
le pidió permiso para seguirle. Pero Jesús, en cambio, le envió de testigo a su
propio pueblo con un mensaje evangelizador contando <<cuan grandes cosas
a echo Dios contigo>> (Lc. 8:38). En efecto, con su respuesta a María, Jesús
está afirmando el pleno derecho de una mujer a ser una discípula en igualdad de
condiciones con los hombres. <<Una cosa es necesaria; y María ha escogido
la buena parte, la cual no le será quitadas>> (Lc. 10:42).
En Juan 11:27 es Marta la que confiesa que Jesús es
el Mesías. <<Si , señor (…) tu eres el Cristo , el Hijo de Dios que has
venido al mundo>>. Esta es la misma confesión que en cada uno de los
cuatro evangelios ( Mt 16:16; Mc 8:29; Lc 19:20 y Jn 6:69 ) es hecha por Pedro,
en nombre de la comunidad de discípulos.
Así que en la comunidad juanina se vería a Marta, al
igual que a Pedro, actuando como vocera/o para el grupo de los/as seguidores/as
de Jesús.
Evidentemente hubo diferencias en las actividades
de los grupos. Hubiera sido difícil para una mujer sencillamente salir de su casa
y su familia para seguir aun rabino itinerante, y más todavía, ser asimilada en
un grupo mixto con hombres que no eran sus esposos. Estos posiblemente explican
por qué Lucas señala sus situaciones desesperadas de marginación, de alguna de
ellas por lo menos, que condujeron a su seguimiento de Jesús. También hubiera
sido imposible enviar a mujeres solas con una misión de enseñanza y predicación
como fue el caso de los hombres.
Las costumbres de la época no hubieran permitido
que ni hombres ni siquiera presentaran atención a un mensaje comunicado por
mujeres.
Pero, a pesar de todos estos inconvenientes, este
discipulado común les llevó a ambos grupos a acompañar a Jesús desde Galilea hasta
Jerusalén. Y de acuerdo con el testimonio unánime de los cuatro evangelistas,
las mujeres le siguieron hasta la cruz y permanecieron cerca hasta llegar a ser
las primeras testigos de la resurrección. <<También había algunas mujeres
mirando de lejos, entre las cuales estaban María Magdalena, María la madre de
Jacob el menor y José, y Salome, quienes cuando él estaba en Galilea, le seguían
y le servían; y muchas otras que habían subido con él a Jerusalén>>. (Mr
15:40-41; cf.Mt 27:55-56; Lc 23:49: Jn 19:25).
Luego de un largo silencio en el cuerpo principal
del texto (desde Lc 8:1-3 hasta Lc 23:49) en cuanto a la existencia y participación
de este grupo de discípulas, los Evangelios todos señalan su protagonismo. Las
mujeres le han acompañado en el camino del discipulado desde Galilea le han
servido, y la han acompañado hasta la misma cruz. Y lo han hecho en contraste
con el momento de mayor fracaso de parte del grupo masculino que le abandonó.
Estas mujeres discípulas de Jesús, jugaron varios
papeles importantes. Primero, estaban presentes, y aunque no dijeran nada,
sirvieron como símbolos de auténtico discipulado, un seguimiento que incluye
asumir una cruz. Y segundo, fueron testigos. Tres veces se nos señala que las
mujeres fueron testigos: vieron la muerte de Jesús (15:40), vieron donde lo
sepultaron (15:47) y finalmente vieron la tumba vacía y el mensajero divino de
la resurrección (16:1,4-6).
Testigos de la resurrección
y participantes de Pentecostés
En el judaísmo del primer siglo el
testimonio de mujeres no se consideraba válido. Pero, en contraste con su contexto,
el Nuevo Testamento, si lo considera válido.
Las mujeres son las testigos
primarias de la muerte y la resurrección de Jesús. Según los Evangelios, fueron
estas mujeres las que dieron la noticia de la resurrección de Jesús , junto con
su invitación a encontrarse de nuevo en Galilea , con los discípulos ( Mt
28:8-10; Mc 16:9-11 Lc 24:8-12 ).
Según Marcos 16:7 la invitación de Jesús
es tanto para las mujeres como para los hombres. <<Pues id, decid a sus discípulos que él va delante de vosotros/as a galilea;
allí lo veréis como os dijo>>. Aunque no hayan sido mencionadas específicamente desde Lc 8:1-3, estas
mujeres que le acompañaron desde Galilea han formado parte del contingente
durante todo el camino. Y ahora lo serán de nuevo en el encuentro de Galilea y también
en el aposento alto de Jerusalén.
Sin embargo, Marcos 16:7-8 nos señala
que las mujeres también fueron falibles. <<Pero id , decid a sus discípulos , y
a Pedro , que él va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis , como os
digo. Y ellas se fueron huyendo del sepulcro, porque les había tomado temblor y
espanto; ni decían nada a nadie, porque tenían miedo. <<Corregida>> a continuación en la sección aparentemente añadida al texto original
(16:9-20) donde apareció Jesús el resucitado a María Magdalena y <<yendo ella , lo hizo saber a los que habían estado con él, que estaban
tristes y llorando>> (vv. 9-10 ).
Los primeros lectores de Marco probablemente
entenderían de estos fracasos de parte de los discípulos y de las discípulas
que también hay perdón y restauración tras sus fracasos en el seguimiento fiel
a Jesús en el camino hasta la cruz misma, y también tras sus fracasos en dar
testimonio fiel a la resurrección de Jesús. Y en este caso lo necesitamos tanto
hombres como mujeres.
En el segundo tomo de su Evangelio,
Lucas describe, a continuación, el protagonismo de estos dos grupos de discípulos/as.
En el aposento alto en Jerusalén se encontraban los once, que Lucas nombra a continuación,
y luego añade, <<Todos estos perseveraban unánimes en oración y ruego con las mujeres y
con María la madre de Jesús, y con sus hermanos (...) Cuando llego el día de Pentecostés,
estaban todos unánimes juntos¨ ( Hch 1:14, 2:1 ).
Todos igualmente, <<fueron llenos del Espíritu Santo>> ( v. 4 ) y en su interpretación del
acontecimiento , Pedro recordó la visión del profeta Joel , <<Derramare de mi Espíritu sobre toda carne , y vuestros hijos y vuestras
hijas profetizaran. (...) Sobre mis siervos y mis siervas (...) derramaré de mi
Espíritu y profetizaran>> (vv. 17-18).
Y efectivamente, surge una comunidad carismática,
que depende de todos los dones la gracia de Dios, tanto para sostener su vida como
para comunicar el evangelio, encargada con la continuación de la misión de su
señor en el mundo.
A continuación encontraremos a una
comunidad en que los dones del Espíritu son derramados sin distinción sobre
mujeres y hombres, pues se trata de << el mismo Espíritu, repartiendo a
cada uno/a en particular como él quiere>> (1 Cor 12:11 ). Y su mensaje profético
es proclamado tanto por las mujeres como por los hombres ( Hch 21:8-12; 1 Cor
11:5; et al. ).
El que la iglesia, a través de su
historia, no haya sido fiel a esta versión de un nuevo orden divino libre de dominación,
no debe cegarnos ante la importancia absolutamente fundamental y el significado
radical de las actitudes y las actuaciones de Jesús en la relación con la
mujer. Estos hechos y dichos no son meras ocasiones para mostrar nuestra admiración
y asombro. Jesús no era meramente <<un buen caballero>>, que siempre actuaba con buenos modales en su relación con la mujer,
sino que se trataba de algo sumamente más fundamental.
La restauración de la mujer a su
humanidad plena y a su condición de igualdad con el hombre era elemento
integral en la llegada de ese nuevo orden divino libre de dominación, el
reinado de Dios. Como Jesús mismo decía, <<Es necesario que (...) anuncie el
evangelio del reino de Dios; porque para esto he sido enviado>> (Lc 4:43). Y esto incluye la plena participación de mujeres y hombres
en el nuevo orden inaugurado por Jesús.
SOLI DEO GLORIA
REV. RUBEN DARIO DAZA
Angela (domingo, 04 mayo 2014 14:08)
ResponderEliminarHola soy Angela de Medellín. Bendiciones. Todo lo que Jesús hizo por la mujer fue restaurarla como ser humano con valor, derecho y dignidad. Pero muchos predicadores toman las cartas de Pablo para nuevamente apartar a la mujer y rechazarla en la predicación. Ellos dicen que la mujer no debe predicar desde un púlpito, ya que esto la hace humillar la cabeza ( el varón ). Como interpreta usted lo que Pablo dice en relación a la mujer? Dios te guarde. Te felicito por este artículo.