viernes, 25 de marzo de 2011

Segundo Domingo De Cuaresma. Una Reflexión







 La Cuaresma es el tiempo litúrgico de conversión, que marca la Iglesia para prepararnos a la gran fiesta de la Pascua. Es tiempo para arrepentirnos de nuestros pecados y de cambiar algo de nosotros para ser mejores y poder vivir más cerca de Cristo.
La Cuaresma dura 40 días; comienza el Miercoles de Ceniza y termina antes de la Cena del Señor del Jueves Santo. A lo largo de este tiempo, sobre todo en la liturgia del domingo, hacemos un esfuerzo por recuperar el ritmo y estilo de verdaderos creyentes que debemos vivir como hijos de Dios.
El color litúrgico de este tiempo es el morado que significa luto y penitencia. Es un tiempo de reflexión, de penitencia, de conversión espiritual; tiempo de preparación al misterio pascual.
En la Cuaresma, Cristo nos invita a cambiar de vida. La Iglesia nos invita a vivir la Cuaresma como un camino hacia Jesucristo, escuchando la Palabra de Dios, orando, compartiendo con el prójimo y haciendo obras buenas. Nos invita a vivir una serie de actitudes cristianas que nos ayudan a parecernos más a Jesucristo, ya que por acción de nuestro pecado, nos alejamos más de Dios.
Por ello, la Cuaresma es el tiempo del perdón y de la reconciliación fraterna. Cada día, durante toda la vida, hemos de arrojar de nuestros corazones el odio, el rencor, la envidia, los celos que se oponen a nuestro amor a Dios y a los hermanos. En Cuaresma, aprendemos a conocer y apreciar la Cruz de Jesús. Con esto aprendemos también a tomar nuestra cruz con alegría para alcanzar la gloria de la resurrección.

El Evangelio de hoy describe la Transfiguración de Jesús ante tres de sus discípulos más cercanos cuando “Él se transfiguró delante de ellos, su cara resplandecía como el sol y sus ropas se volvieron tan blancas como la luz”. La cuaresma es el tiempo para purificar el ojo del corazón, con el cual vemos este tipo de luz.

En el reino espiritual, el interior siempre absorbe al exterior y lo lleva hacia dentro, hacia un nivel superior del ser. El cuerpo sigue siendo un cuerpo pero se convierte en un cuerpo espiritual. La mente permanece consciente pero en un nivel de conciencia que trasciende al ego y la dualidad.

En este relato del evangelio de una experiencia de iluminación, vemos una manifestación de índole verdadera que no invalida el mundo material ni la relación como experiencia humana. Este evento no ocurrió cuando Jesús estaba solo sino que estaba en compañía de sus acompañantes de más confianza.

Es difícil para nosotros confiar en que la visión pura de Dios, no relacionada con un objeto – el significado de la iluminación – no es desencarnada y que ocurre en una realidad abstracta. De hecho, nosotros estamos encarnados y permanecemos así mientras existimos - hasta la eternidad – aunque la forma de nuestros cuerpos cambie. Mírate al espejo o en tu álbum fotográfico.

¿Has visto alguna vez a un ser de luz? No un extraterrestre etéreo con dedos ultra delgados  y un enorme cerebro ó un ángel con alas; sino a un ser humano que se vuelve luminoso bajo la influencia del amor, la verdad o la belleza. Yo lo vi una vez cuando una triste y amargada mujer cerca de la muerte me leyó un poema en el que transmutó su sufrimiento en belleza. Mientras leía el poema se convirtió momentáneamente, al menos para mis ojos, en un ser luminoso y amoroso.

La transfiguración de Jesús es más aún que esto. Pero tales momentos de gloria iluminada en nuestras relaciones humanas nos sugieren lo que es realmente la luz interior de Jesús. Y lo que es nuestro propio potencial de transformación.

Dios les Bendiga !

Rev. Ruben Dario Daza Berdugo.

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