lunes, 24 de septiembre de 2012

EL ESPÍRITU SANTO






Capítulo XXI

CREO EN EL ESPÍRITU SANTO
 


El Espíritu Santo, más que una creencia, debe ser una vivencia. Exclamar «creo en el Espíritu Santo», más que el enunciado de un credo, ha de ser el testimonio irrefutable del que ha experimentado en su vida la acción del Espíritu de Dios vivo. Pero si no nos familiarizamos con el Espíritu Santo, si no reconocemos su acción, la última parte de nuestro Credo se nos convierte en un índice de fórmulas: la Iglesia se reducirá a ser una organización folclórica, la comunión de los santos será una teoría inútil, el perdón de los pecados un objetivo inalcanzable, la resurrección de la carne un irracional deseo y la vida eterna no será más que una utopía delirante.

En la última Cena, Jesús hizo a sus apóstoles una maravillosa promesa. Les dijo que no los dejaría «huérfanos», sino que iba a enviarles el Espíritu Santo, quien sería su «Consolador», que estaría siempre «en ellos», que les recordaría todo lo que él les había enseñado, y que los llevaría a toda la verdad.

El Espíritu Santo sería, según esa promesa de Jesús, su «Sustituto». «Él estará en ustedes», les dijo Jesús (Juan 14:17). Antes, Jesús estaba «con» ellos. Ahora, ya no sería algo externo sino interno, estaría «dentro de ellos».

Es por esto que consideramos que todo hombre que está unido con Jesucristo de tal manera que posea la libertad de reconocer su Palabra como dirigida a él mismo y la obra de Jesucristo como realizada para él, y así mismo posea la libertad de reconocer también el mensaje de Cristo como una misión que ha de cumplir él mismo; todo hombre que reconoce y espera indudablemente en virtud de su propia experiencia y acción humanas, pero no en virtud de su capacidad, decisión y esfuerzos humanos, sino únicamente basándose en el don libre de Dios, don con que, precisamente, le es otorgado todo lo indicado. El Espíritu Santo es Dios manifestado en ese don y esa entrega al hombre.

En esta tercera parte del Credo vuelve a repetirse el "yo creo", y esto no sólo por medio del estilo, sino que con ello se nos indica enfáticamente que el contenido del Credo cristiano se muestra en un nuevo aspecto, lo cual significa que lo que ahora sigue no se une sin más ni más a lo que hasta aquí se dijo. Es como si se recogiese el aliento...; es la extraña pausa entre la Ascensión y Pentecostés.

Lo que expresa el tercer artículo del Credo se refiere al hombre. Mientras, el artículo primero y segundo hablan de Dios y del Dios-Hombre, respectivamente, el tercero habla del hombre. Claro está que no vamos a pretender hacer aquí ninguna separación, sino que los tres artículos han de entenderse dentro de su unidad. Se trata ahora del hombre, el cual toma parte, y parte activa por cierto, en la acción de Dios. El hombre corresponde al Credo; el Credo tiene que referirse al hombre. He aquí el insólito misterio al que nos acercamos ahora. En tanto el hombre toma parte libre y activamente en la obra de Dios, hay una fe en el hombre, es decir, se cree en el hombre. El que esto se convierta en suceso es debido a la obra del Espíritu Santo, o sea, a la obra de Dios en la tierra, obra que corresponde a aquella otra, oculta, consistente en que el Espíritu Santo salga del Padre y del Hijo. ¿En qué consiste esa participación del hombre en la obra de Dios, en tanto el hombre muestra una presencia libre y activa? Si todo se quedase en objetividad, resultaría desconsolador. Y es que hay también lo subjetivo. Actualmente aparece lo subjetivo como rodeado de malezas que empezaron a crecer en el siglo XVII y que Schleicrmacher* trató de ordenar sistemáticamente. El privar a lo subjetivo de su genuinidad no ha sido sino un intento desesperado por hacer volver la verdad del tercer artículo.

Empecemos por dejar asentado que existe una conexión general de todos los hombres con Jesucristo y que todo hombre es hermano de Jesucristo. El murió por todos los hombres y resucitó también para todos, de modo que a todo hombre se refiere directamente la obra de Jesucristo52. Este hecho encierra en sí una promesa para la humanidad entera, y ello mismo es el razonamiento más importante y únicamente positivo para justificar y explicar eso que llamamos humanidad. No podrá obrar ni hablar inhumanamente el que haya realizado una vez eso de "Dios se hizo hombre".

Sin embargo, al referirnos al Espíritu Santo, no miramos primero a la totalidad de los hombres, sino a la pertenencia especial de algunos hombres especiales que pertenecen a Jesucristo. Al hablar del Espíritu Santo, se trata, pues, de aquellos hombres que están unidos con Jesucristo de manera tan especial que poseen la libertad de reconocer su palabra, su obra y su mensaje de un modo determinado y que, por su propia parte, esperan lo mejor para todos los hombres.

Refiriéndonos antes a la fe, ya subrayamos el concepto de la libertad. "Donde hay el espíritu del Señor, allí hay libertad" (2°Corintios 3:17). Lo mejor es tomar el concepto de la libertad si se pretende circunscribir el misterio del Espíritu Santo. Recibir el Espíritu, tenerlo, vivir en Espíritu significa ser libertado y poder vivir en libertad. No todos los hombres son libres. Porque la libertad no es cosa nada natural ni tampoco simplemente un predicado propio del hecho de ser hombre. Todos los hombres están destinados a ser libres, pero no todos viven en esa libertad. Además, desconocemos dónde se halla la línea de separación "El Espíritu de donde quiere sopla" (Juan 3:8)... El que el hombre posea el Espíritu no es ningún estado natural, sino que dicha posesión será siempre una calificación especial, un don de Dios. En toda esta cuestión se trata pura y simplemente de pertenecer a Jesucristo. Y tocante al Espíritu Santo, éste no es ni distinto de Jesucristo, ni tampoco algo nuevo; de manera que el concepto contrario a esto siempre fue un error. El Espíritu Santo es el espíritu de Jesucristo: "Tomará de lo mío y os lo dará" (Juan 16:14). El Espíritu no es otra cosa que una relación determinada de la Palabra con el hombre. En Pentecostés, al derramarse el Espíritu Santo, se trata de un movimiento (pneuma —espíritu— significa: viento) de Cristo hacia el hombre. El les echó su aliento: "Tomad el Espíritu Santo" (Juan 20:22). Los cristianos son hombres que han recibido el aliento de Cristo. De aquí que, por una parte, sea poca toda templanza al hablar del Espíritu Santo; y es que se trata de la participación del hombre en la palabra y la obra de Cristo.

Sin embargo, esto que parece tan sencillo resulta, al mismo tiempo, una cosa altamente incomprensible; porque la participación del hombre es una participación activa. Si reflexionamos sobre lo que esto significa en última consecuencia, diremos: el ser aceptado como elemento activo en la gran esperanza de Jesucristo que vale para todos los hombres en general, no es cosa nada natural. Aquí estamos ante la respuesta a una pregunta que nos es hecha de nuevo cada mañana, al despertar. Se trata del mensaje de la Iglesia, y en tanto oigo ya dicho mensaje se convierte en misión propia que he de cumplir; es decir, ese mensaje también me es entregado a mí, como cristiano, y con eso me veo convertido en portador suyo. Al suceder tal cosa me encuentro puesto en una situación, conforme a la cual yo, por mi parte, he de ver a los hombres, a todos los hombres, de otra manera que hasta entonces: no tengo otro remedio que esperar para todos ellos el mayor beneficio.

Oídos espirituales para percibir la palabra de Cristo, gratitud por su obra y, a la vez, responsabilidad con respecto a su mensaje y, finalmente, ganar confianza, precisamente, en los hombres por amor de Jesucristo; he aquí la libertad que recibimos cuando Cristo nos da su aliento, cuando nos envía su Santo Espíritu. Si él deja de existir para mí en una lejanía histórica o celestial, teológica o eclesiástica; si él me viene al encuentro y toma posesión de mí, esto tendrá por consecuencia que yo oiga, sea agradecido, me haga responsable y, finalmente, pueda abrigar esperanza para mí y para los demás, o, dicho de otro modo, la consecuencia será que podré vivir cristianamente.

El recibir esta libertad es algo enormemente grande y no tiene nada de comprensible y natural. Por eso es preciso orar diariamente y a cada hora, suplicando: Veni creator Spiritus! ¡Ven, que oímos la palabra de Cristo y rebosamos agradecimiento! Como vemos, todo ello forma un círculo completo: Nosotros no "tenemos" esa libertad, sino que continuamente nos es ofrecida y otorgada por Dios.

Explicando el primer artículo dije que la Creación no es un milagro inferior al nacimiento virginal de Cristo. Ahora quisiera decir, en tercer lugar, lo siguiente: El hecho de que haya cristianos, o sea, hombres con la libertad de que hablamos, no es menos milagroso que el nacimiento de Jesucristo del Espíritu Santo y la virgen María o la creación del mundo “ex nihilo”. Y es que reflexionando sobre lo que somos y cómo somos, sentimos ansia de clamar, diciendo: ¡Señor, ten misericordia de nosotros! Este milagro es el que estuvieron aguardando los discípulos durante diez días después de la Ascensión del Señor. Sólo una vez transcurrida esa pausa de diez días tuvo lugar el derramamiento del Espíritu Santo y con ello surgió la nueva congregación. Sucedió, pues, una nueva acción divina, que sin embargo, como toda obra de Dios, no es más que una confirmación de las anteriores. Es imposible separar al Espíritu y a Jesucristo. "El Señor es el Espíritu", dice Pablo (2 Cor. 3:17 ).

Cuando los hombres reciben y pueden tener el Espíritu Santo, se trata, sin duda, de una experiencia y una acción humana. Es, desde luego, también cuestión del entendimiento, de la voluntad e incluso quisiera decir que hasta de la fantasía. Al hecho de ser cristiano corresponde el que sea poseído el hombre íntegro, hasta los lugares más recónditos de la llamada "subconsciencia". La relación de Dios para con el hombre comprende la totalidad de éste. ¡Cuidado, no obstante, con caer en la incomprensión de considerar el Espíritu Santo como creación del espíritu humano! Es tradicional considerar la teología entre las "Ciencias del espíritu", cosa que ella puede, consentir con buen humor. Pero por lo que atañe al Espíritu Santo, éste no es idéntico al espíritu humano, sino que se encuentra con él. Ciertamente, no vamos a denigrar al espíritu humano, y a este respecto los teólogos no deberían apartarse "clerical" y orgullosamente. Conste, a pesar de todo, que la libertad aquella de la vida cristiana no procede del espíritu humano. No hay capacidad, ni posibilidades, ni esfuerzos humanos que valgan para lograr esa libertad.

Si sucede que el hombre recibe aquella libertad, y que llega a ser uno que escucha, un responsable, un agradecido, uno que espera, esto no sucede gracias a la acción del espíritu humano, sino únicamente a causa de la acción del Espíritu Santo. Se trata aquí de un nuevo nacimiento, se trata del Espíritu Santo.
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Friedrich Schleiermacher nació en Breslau, Silesia (hoy Polonia). Hijo de un clérigo calvinista. Es posiblemente uno de los teólogos alemanes del siglo XIX de mayor importancia. Proviene de la tradición reformada. Se educó en escuelas moravas y luteranas.
Apreciaba la piedad y el estudio del latín, griego y hebreo de los moravos. Pero se separó de estos ante su resistencia a entrar en diálogo con la filosofía de su tiempo.
Estudió la filosofía kantiana y fue discípulo de Friedrich von Schlegel, un líder del romanticismo en los círculos literarios de Berlín.
Fue ordenado al ministerio en 1794. Fue clérigo en Berlín donde comenzó su asociación con los círculos de la filosofía romántica.
Primer calvinista invitado a enseñar en la Universidad luterana de Halle en 1804.
En 1810 fue el primer teólogo invitado a enseñar en la Universidad de Berlín. Era un ecumenista consumado. Abogó por la unión de las iglesias calvinistas y luteranas en Prusia
SOLI DEO GLORIA
 
REV. RUBEN DARIO DAZA B.
 


2 comentarios:

  1. Excelente reflexión desde el punto de vista de la iglesia reformada, sin embargo le faltó hacer más enfasis en algunos puntos que considero debe resaltarse, veamos los siguientes:
    El Espíritu Santo, la tercera persona de la Santísima Trinidad, es Dios. Verdadero Dios como lo son el Padre y el Hijo. Es el Amor del Padre y el Hijo.

    Cristo prometió que este Espíritu de Verdad iba a venir y moraría dentro de nosotros. "Yo rogaré al Padre y les dará otro Intercesor que permanecerá siempre con ustedes. Este es el Espíritu de Verdad que el mundo no puede recibir porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes saben que él permanece con ustedes, y estará en ustedes" (Jn 14, 16-17)
    El Espíritu Santo vino el día de Pentecostés y nunca se ausentará. Cincuenta días después de la Pascua, el Domingo de Pentecostés, los Apóstoles fueron transformados de hombres débiles y tímidos en valientes proclamadores de la fe; los necesitaba Cristo para difundir su Evangelio por el mundo.

    El Espíritu Santo está presente de modo especial en la Iglesia, comunidad de quienes creen en Cristo como el Señor. Ayuda a su iglesia a que continúe la obra de Cristo en el mundo. Su presencia da gracia a los fieles para unirse más a Dios y entre sí en amor sincero, cumpliendo sus deberes con Dios y los demás. La gracia y vida divina que prodiga hacen a la Iglesia ser mucho más grata a Dios; la hace crecer con el poder del Evangelio; la renueva con sus dones y la lleva a unión perfecta con Jesús.

    El Espíritu Santo guía al Papa, a los obispos y a los presbíteros de la Iglesia en su tarea de enseñar la doctrina cristiana, dirigir almas y dar al pueblo la gracia de Dios por medio de los Sacramentos. Orienta toda la obra de Cristo en la Iglesia: solicitud por los enfermos, enseñar a los niños, preparación de la juventud, consolar a los afligidos, socorrer a los necesitados.

    Es nuestro deber honrar al Espíritu Santo amándole por ser nuestro Dios y dejarnos dócilmente guiar por Él en nuestras vidas. San Pablo nos lo recuerda diciendo: "¿No saben ustedes que son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?"(1 Cor 3, 16).

    Conscientes de que el Espíritu Santo esta siempre con nosotros, mientras vivamos en estado de gracia santificante, debemos pedirle con frecuencia la luz y fortaleza necesarias para llevar una vida santa y salvar nuestra alma.

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  2. Rev. Ruben Daza, Deseando siempre que sean de bendición y edificación para ustedes y su familia .Las experiencias personales pueden ser en duras pruebas; mirando siempre hacia arriba; buscando a Jesús; el carpintero;el que caminó sobre el mar;el poderoso de Israel;el que calma la tempestad;el que multiplico el pan y los peces;el que sanó enfermos,el que resucitó a Lazaro,el que perdonó a Maria Magdalena;el que murió por mi,por nosotros;el que fue desangrado y escarnecido en un madero; caliz de muerte y pecado llevó a su boca,aparte del vinagre de culpa y burla inmerecida;nada sacio su sed.Solo la muerte ,que venció la muerte y el pecado.Resucito al tercer día. El Espíritu del Dios Viviente,por medio su Espíritu fue levantado.de entre los muertos.

    Glorificando asi al Padre.Redención y reconciliación por ti y por mi;para que nadie se pierda ,que sean salvos y tengamos vida eterna. Tal manifestación de amor nos ha dado el Padre.
    Me explaye ....y mucho amigo.Pero no pude evitarlo.Es mi agradecimiento y reconocimiento al sublime,Jesús hijo de Dios Altísimo; Cristo; su Espíritu mismo; me ha dado su amor y su justicia. El ha sido Fiel.Y deseando sea de bendición para ti. Feliz día hoy y por siempre .Y gracias.

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