El orar es como hacer un pedido en un restaurante, y luego esperar a que la comida llegue. La Biblia nos presenta varias imágenes de oración que disipan algunos de nuestros temores de ser inadecuados: que es demasiado difícil para que lo hagamos bien. Lee el siguiente versículo a la luz de la imagen sugerida, y luego, con tus propias palabras, describe cómo éstos cambian tus nociones de la oración:
“Ahora pues, devuelve la mujer al marido, porque él es profeta y orará por ti, y vivirás. Mas si no la devuelves, sabe que de cierto morirás, tú y todos los tuyos” (Génesis 20:7).
El orar es como hablar a favor de alguien al Gerente General porque él te escucha. El dicho dice: “Lo que cuenta no es lo que sabes, sino a quien conoces”. Si alguna vez has recibido pases entre bastidores, boletos de avión gratuitos o un viaje especial que no está abierto al público, todo porque alguien que conociste tiene un “puesto importante” en una empresa de negocios, tienes idea de lo que la Biblia enseña respecto a la oración. Ante todo, la oración significa un acceso especial.
La oración es una oportunidad privilegiada, como abordar el avión previamente, junto con los pasajeros de primera clase (aun cuando sólo tienes un boleto de segunda clase). Podemos darnos una idea acerca de la oración imaginándonos que nuestro mejor amigo de toda la vida de repente se enriquece.
Veamos dos ejemplos:
El evangelio (Lc 11,1-13) es una auténtica catequesis de Lucas sobre la oración. Lo primero que llama la atención es el contexto en el cual el evangelista la coloca. Lucas habla en primer lugar de la oración de Jesús: “Un día estaba Jesús orando en cierto lugar. Cuando terminó uno de sus discípulos le dijo: -Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos” (v. 1). Jesús es presentado como el modelo de la oración, el perfecto orante. Motivados por la oración de Jesús los discípulos le piden que les enseñe una oración que los distinga, como los discípulos del Bautista tenían su forma típica de orar y los fariseos sus libros de oración.
Es entonces cuando Jesús les propone la oración del Abbá, Padre. Efectivamente, a diferencia de Mateo que usa la forma más judaizante de “Padre Nuestro”, Lucas habla sólo de “Padre”, traducción del original arameo Abbá usado por Jesús. Uno de los datos más significativos acerca de la relación de Jesús con Dios es su forma familiar, cariñosa e íntima, de dirigirse a él. Jesús lo llama Abbá, una palabra aramea conservada en los evangelios en la narración de la oración de Jesús en el huerto (Mc 14,36) y que representa toda una novedad frente a la forma normal de invocar a Dios en el judaísmo contemporáneo. La palabra Abbá pertenece a las expresiones familiares del niño, como nuestro término “papá”. La fe cristiana ha interpretado la invocación Abbá de Jesús como la expresión de su íntima comunión con Dios y de su singular conciencia de filiación. Jesús es el primero que vive esta experiencia, de forma única y particularísima, pero también todo aquel que acepta el don del Reino y se abre al Padre aceptando la palabra de Jesús, puede comenzar a vivir esta nueva relación y llamar a Dios con el término Abbá. De esto da testimonio la práctica de la iglesia primitiva que invocó a Dios como Abbá, tal como lo confirma Pablo en Gál 4,6 y Rom 8,15.
El resto de la oración del “Padre” tiene dos partes. En la primera parte, el cristiano mira hacia Dios, preocupado por la realización de su designio salvador, por el Reino y la realización de la voluntad divina (“santificado sea tu Nombre”, “venga tu Reino”); en la segunda, mira la propia condición humana y abraza con su oración su entero devenir histórico, su presente (“danos cada día el pan que necesitamos”), su pasado (“perdónanos nuestros pecados”), y su futuro (“no nos dejes caer en la tentación”). La oración enseñada por Jesús a sus discípulos es escatológica e histórica, es oración contemplativa que desea y acoge el Reino, al mismo tiempo es la oración de los peregrinos que caminan en la historia sin haber llegado todavía a la meta.
La parábola que sigue a la oración del “Padre” (vv. 5-13) es una especie de comentario que intenta definir la actitud del orante que se dirige a Dios. El acento de la parábola sobre el amigo inoportuno (vv. 5-8) está puesto no tanto en el amigo que pide los panes, sino en el amigo disturbado que representa a Dios, siempre dispuesto a escuchar la oración. La enseñanza fundamental, por tanto, no está centrada tanto en la perseverancia en la oración, elemento siempre importante en la vida del creyente, sino en la certeza llena de confianza que somos siempre escuchados por Dios. A la tipología del Dios-Padre se añade la del Dios-amigo. Dios es tan cercano al hombre que puede ser incluso importunado (vv. 5-8).
Por eso el discípulo pide, busca y llama, con la certeza que siempre encontrará y que Dios siempre le dará y le abrirá (vv. 9-10), pero sin pretender nunca manipular a Dios. El Dios que nos escucha en la oración no pierde su libertad. El auténtico orante se abandona con confianza en un Dios que es Padre, pero se mantiene disponible y abierto a la voluntad de un Padre que es Dios. Dios no siempre nos da lo que queremos o esperamos recibir, pero siempre nos responde. Es lo que quiere decir Lucas cuando afirma que Dios siempre “da el Espíritu Santo a los que se lo piden”(v. 13). El Espíritu es, para Lucas, el gran don que el creyente debe pedir y siempre obtendrá del Padre.
Entonces el texto nos dice que el Señor nos enseña a orar a Dios como Padre querido y como a un amigo, es decir, con confianza porfiada como Abraham cuando leemos en Génesis 18, 20-21.23-32.
En esta lectura nos presenta a Abrahán como modelo de orante y de intercesor, el cual habla con Jehová con una sorprendente audacia. Es la primera vez en la Biblia que un hombre inicia una conversación con Dios. Coloca al creyente y a Dios frente a frente, en un momento dramático. Dios ha decidido destruir a las ciudades de Sodoma y Gomorra, sin embargo, no quiere actuar sin antes comunicarle sus planes a Abrahán: “¿Cómo voy a ocultarle a Abrahán lo que pienso hacer? Él se convertirá en un pueblo grande y por él serán benditas todas las naciones de la tierra” (Gen 18,17-18). Abraham es el gran confidente de Dios que participa misteriosamente de sus designios. Es el gran orante, elegido por Dios, que sabe escuchar su voz y, precisamente por eso, no vive como simple espectador de la historia humana.
Después que Dios le comunica sus planes de destruir a las dos ciudades pecadoras, “Abrahán se acercó al Señor” (v. 23). El verbo “acercarse” aquí es sinónimo de orar. Se trata de aquel acercarse espiritualmente a Dios a través de la confianza en el momento de la oración. Abrahán comienza presentando a Dios el principio jurídico sobre el cual fundamentará toda su argumentación: “¿Es que vas a exterminar a la vez al justo con el pecador?”. Tal conducta sería una contradicción pues, como dice el Salmo 146: “El Señor ama a los justos... pero confunde el camino de los malvados”(Sal 146,8-9). A partir de este momento, Abrahán inicia un hábil regateo, al estilo de un inteligente comerciante que no cede. Él esta convencido que Dios no puede destruir a justos y pecadores juntos. Asegura el principio general y, luego, insiste una y otra vez, diciendo que el principio vale también reduciendo el número.
El razonamiento de Abrahán es sustancialmente lleno de confianza y de optimismo en relación a la humanidad. Espera que Dios, distinguiendo entre justos y pecadores, pueda salvar al menos a un pequeño grupo de justos, e incluso se atreve a proponerle a Dios que a causa de esos pocos justos salve a toda la población. La oración de Abrahán propone un nuevo concepto de justicia, basada no en el dar a cada quien lo que se merece, sino una justicia que propone salvar a todos a causa de unos pocos buenos. Al final el resultado es dramático: la humanidad es pecadora en su totalidad. No hay ni siquiera un justo. Fracasada la mediación de Abraham, el juicio de Dios caerá duramente sobre las dos ciudades pecadoras.
Para poder aceptar la propuesta de Abrahán, Dios tendrá que enviar a la humanidad a un justo auténtico, “Jesucristo, el Justo” (1 Jn 2,1), pues Dios “quiere que todos los hombres se salven” (1Tim 2,3). Sólo en Cristo Jesús se hace realidad aquello por lo que Abrahán luchó un día en oración frente a Dios. Una oración en la que el patriarca logró penetrar profundamente en el conocimiento del Dios misericordioso y justo. Una oración que fue lucha y confianza, solidaridad con la humanidad pecadora y certeza de fe en la cercanía amorosa de Dios.
Alguien me contaba que a veces no podía orar por estar enojado con Dios, y yo le indicaba que ¡se lo dijera a Dios!, porque a los amigos se les cuenta todo lo que nos pasa y se les dice si tenemos algo contra ellos, así se aclaran las cosas. A Él no le molesta eso. Lo que sí "le duele" es que no le tengamos confianza.
Nuestra relación nos da esperanzas de que nuestro amigo vaya a querer hacer algo por nosotros. No somos extraños que desean una dádiva. Somos amigos de toda la vida que nos estimaríamos mutuamente aunque ninguno de nosotros fuéramos ricos. El conocer al amigo es la base sobre la cual anticipamos ayuda. Adicionalmente, contemplamos el contraste entre lo que nuestro amigo acaudalado tiene (vida en abundancia), y lo que nosotros tenemos (poca vida abundante).
El estar consciente de esta enorme diferencia es lo que nos hace pensar en recibir ayuda de nuestro amigo; no pasamos mucho tiempo pensando en la ayuda potencial de amigos que son tan pobres como nosotros.
Piensa en lo rico que es Dios. Él es el dueño de todo. Jesús tiene toda la autoridad en los cielos y en la tierra, y nada es imposible para Él. Cuando Él toma una decisión, nadie puede cuestionarlo.
Entre más entiendas lo estrecho de la relación entre Dios y tú, lo que siente Él por ti, y no sólo en el sentido inverso; y entre más captes lo acaudalado y potentado que es el Señor, más creerás que Él puede hacer muchísimo más que todo lo que podamos imaginarnos .
Además, volviendo al comentário de la primera lectura, es bueno recordar que si oramos por los demás, Dios piensa: "si él le tiene misericordia, ¿cómo no se la tendría yo?". Quiero indicar que el poner en oración lo que nos pasa, lo que nos duele, lo que nos entristece (y lo que les pasa, les duele, les entristece a los demás) es mucho más sanador que las terapias.
Pidamos por todas las personas que conocemos (amigos, parientes, vecinos, compañeros, etc.) que tengan algún padecimiento físico, moral o espiritual para que puedan recibir el consuelo del Señor.
Por eso hoy oraré con mucha confianza y seguridad.
Señor, Gracias por la seguridad que me das de acércame a ti con seguridad de que no seré avergonzado sino que manifestarás tu gloria en mi. Amén.
SOLI DEO GLORIA
REV. RUBEN DARIO DAZA B.
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